El miércoles 2 de abril, el presidente estadounidense Donald Trump anunció muy sonriente desde los jardines de la Casa Blanca una subida de aranceles sin precedentes en la historia moderna. Y proclamó también que ese era el “Día de la Liberación” económica de Estados Unidos.
No sería de extrañar que algunas personas quisieran comprobar que no era 1 de abril, cuando en EE. UU. se celebra el April Fool’s Day, equivalente al día de los Inocentes.
La magnitud de la tragedia
Si alguna cosa ha caracterizado a la administración Trump en este segundo mandato es la imprevisibilidad de sus acciones. Incluso sus propios asesores desconocían los detalles de los aranceles que pondría a cada país. Por lo tanto, no es de extrañar que la distribución de esos gravámenes parezca arbitraria. El mínimo para todos los países es del 10 %, pero para algunos países el porcentaje es mucho mayor. El país con aranceles más altos es China, con el 54 % (acumulando medidas previas).
En el caso de la Unión Europea, Trump decidió poner un arancel del 20 %. La motivación no es nada clara. La UE exporta más bienes de los que importa a EE. UU., pero compra más servicios de los que vende (pensemos en Netflix, Amazon, Google…). Si se tienen en cuenta bienes y servicios, la balanza comercial se compensa.
Por ejemplo, en 2022, el superávit total de la UE era sólo el 3 % del total de comercio entre ambos países. Es decir, este superávit sí que es grande en números absolutos, porque el volumen de comercio es muy grande, pero, en términos relativos, no justifica la subida de aranceles.
¿Cómo funcionan los aranceles?
Los aranceles son impuestos que se pagan cuando un consumidor (o empresa) compra un bien extranjero. Por ejemplo, si Estados Unidos introduce un arancel del 20 % al vino producido en la UE, significa que un botella de Borgoña que se vendía en Boston a 100 dólares ahora costará, al menos, 120.
Un ciudadano de Boston tendrá entonces dos opciones: seguir comprando este vino a un precio mayor o comprar un vino del valle de Napa, que vale 110. En ambos casos, el ciudadano americano sale perdiendo. En el primer caso, adquiere el mismo producto a un precio mayor. En el segundo, paga más por un vino que no le gusta tanto.
Los aranceles no harán mejor a la industria americana
Aparentemente, el argumento de Trump es que los aranceles son vitales para aumentar la producción en Estados Unidos. El caso anterior parecería darle la razón. Los productores de vino de Estados Unidos salen ganando porque los aranceles reducen la competencia de los productores extranjeros. Pero es muy probable que la competitividad de la industria americana empeore. Los productores locales, al saberse protegidos, harán menos inversiones para seguir siendo productivos y competitivos y la productividad del país disminuirá.
El problema es aún peor porque un 17 % de los bienes que EE. UU. importa son intermedios. Es decir, son bienes que los productores utilizan para producir los que venden a los consumidores. Por lo tanto, los aranceles aumentarán el coste de producción de los bienes americanos y puede hacer disminuir su producción.
Los mercados han hablado (en contra de la subida de aranceles)
La reacción del mercado al día siguiente del anuncio fue muy negativa. El S&P 500, el índice que engloba las acciones de las 500 empresas más importantes de Estados Unidos, bajó el 4,84 %. Este descenso es significativo porque los mercados ya esperaban que hubiera aranceles y el precio de las acciones ya habían caído antes del anuncio. Desde febrero hasta el 3 de abril la bajada había sido ya del 12 %. Las bolsas asiáticas, primero, y luego los mercados europeos también acusaron fuertes caídas
Aunque estas bajadas no se deben únicamente a la política comercial de Estados Unidos, sí que son un indicativo de que los inversores no creen en la política económica de la Administración Trump.
Los aranceles perjudicarán a los países de la UE
¿Y qué pasará en la Unión Europea? En el ejemplo anterior, era claro que los productores de vino sufrirían una caída importante de ventas en Estados Unidos. Según datos de 2023, hay tres países de la zona euro en el top 10 de países vendedores a Estados Unidos: Alemania (4,5 % del total de importaciones), Irlanda (2,5 %) e Italia (2,1 %). Por lo tanto, estos son los países que perderán más porque sus ventas a EE. UU. disminuirán.
En el caso español, las importaciones de bienes españoles son el 0,7 % del total. No obstante, las ventas (directas) a Estados Unidos representan el 4,5 % de las exportaciones españolas. Este número es grande, pero es incluso inferior al real, dado que España también exporta a EE. UU. de forma indirecta.
Pensemos en el sector del automóvil: en las fábricas de Cataluña, Madrid y el País Vasco que producen componentes para coches que se terminan en Alemania y se venden en EE. UU. Una caída de ventas de esos vehículos alemanes en EE. UU. repercutirá de forma directa en España. Y, obviamente, afectará a los trabajadores del sector español del automóvil y a las regiones que dependen de este.
¿Guerra total?
La verdad es que no se sabe aún si los aranceles de Trump son definitivos o si se trata de una medida de presión para negociar nuevos aranceles u otros acuerdos. Esta incertidumbre es mala para la economía porque los agentes no tienen ninguna previsión de futuro.
Por lo tanto, la reacción, tanto de empresas como de consumidores, será no hacer ninguna inversión importante y esperar. Por su parte, la Unión Europea ha anunciado que tomará medidas contra estos aranceles, pero se desconocen los detalles.
Lo que parece claro es que estamos al final de la globalización económica tal como la habíamos conocido en los últimos 40 años.