Las ideas del filósofo escocés David Hume (1711-1776) han influido poderosamente en la filosofía moderna. En este artículo me intereso en particular por su concepción de las pasiones y por cómo la educación puede limitar los excesos y ayudarnos a ser mejores personas y disfrutar de una sana paz interior.
Coherente e implacable
La vida de Hume proporciona un poderoso ejemplo de coherencia con sus propias ideas. No era creyente pero sus críticas a la religión y la negación de la existencia de Dios están formuladas en un tono respetuoso hacia los devotos, a la vez que implacable en sus argumentos. Sobre sí mismo explicaba:
“Yo era un hombre de carácter apacible, de temperamento controlado, de humor abierto, sociable y alegre, capaz de apego pero poco susceptible a la enemistad y de gran moderación en todos mis asuntos. Incluso mi amor por la fama literaria, mi pasión dominante, nunca agrió mi temperamento a pesar de mis frecuentes decepciones”.
Sus argumentos en torno a la religión le valieron los ataques de otros pensadores, principalmente creyentes, molestos por sus ideas y su demostración racional de la no existencia de Dios. Sin embargo, su estilo siempre fue el de evitar la polémica:
“Había fijado una resolución, que mantuve, de no responder nunca a nadie. Y como no soy muy irascible, me he mantenido alejado de todas las disputas literarias”.
Su amigo, el filósofo y economista Adam Smith, que lo conocía bien, decía de él:
“Su temperamento parecía estar más felizmente equilibrado, si se me permite tal expresión, que el de cualquier otro hombre que haya conocido”.
Como explican sus biógrafos, la vida de Hume demuestra que la religión no es una condición previa de la virtud.
¿Cómo alcanzó Hume su equilibrio virtuoso?
En su ensayo Sobre la delicadeza del gusto y la pasión, Hume escribió:
“Nada mejora tanto el temperamento como el estudio de las bellezas, ya sea de la poesía, la elocuencia, la música o la pintura”.
En esta obra, el pensador sostiene que cultivar las artes liberales y las humanidades genera felicidad y ayuda a desarrollar la resiliencia que permite afrontar las adversidades de la vida:
“Ingenuas didicisse fideliter artes, emollit mores, nec sinit esse feros”.
“Habiendo aprendido fielmente las artes ingenuas, suaviza sus modales y no les permite ser salvajes”, dice Hume, siguiendo así la larga tradición de maestros como Aristóteles, Plutarco, Séneca y Tomás de Aquino, que relacionaban el desarrollo de las virtudes con el conocimiento del pensamiento clásico y la filosofía.
Pasión y sensibilidad
Hume distingue entre dos tipos de sensibilidad, o delicadeza, que configuran la personalidad humana. La primera es la pasión, el grado de intensidad emocional con la que reaccionamos ante las circunstancias y acontecimientos de la vida, ya sean positivos o negativos.
Las personas con una sensibilidad y pasión más pronunciada se sienten eufóricas en circunstancias alegres y se hunden en situaciones adversas. Estos seres apasionados pueden forjar rápidamente amistades ardientes y valorar con entusiasmo los honores y elogios. Sin embargo, también se sienten enormemente rechazados y ofendidos cuando se les critica.
En el lado opuesto, las personas más reflexivas y con más autocontrol reaccionan moderadamente a los altibajos de la vida. No se alegran excesivamente con las buenas noticias ni se desaniman demasiado con las adversidades.
Hume explica que es beneficioso ejercer la moderación en todas las cosas ya que, primero, no tenemos la capacidad de controlar nuestro destino por completo, y después, y especialmente al final de la vida, experimentamos más tristezas y dolores que placeres y alegrías.
La segunda delicadeza es lo que Hume lo que llama la sensibilidad del gusto. Esta cualidad se desarrolla principalmente cultivando las humanidades y las artes. Quienes la poseen son capaces de apreciar y disfrutar la buena literatura y la música, y de experimentar un verdadero placer emocional al practicarlas. En el otro extremo, quienes carecen de esta capacidad pueden sentirse indiferentes ante obras de arte o poesía.
Controlar nuestras vidas
“La delicadeza del gusto es tan deseable y cultivable como la delicadeza de la pasión debe ser lamentada y, si es posible, corregida”.
La clave de esta propuesta está en la posibilidad de ser dueños de nuestras pasiones y deseos, de controlar nuestras vidas. Dado que no tenemos control sobre el futuro, es preferible cultivar los conocimientos y las emociones que nos faciliten afrontar los imprevistos. Como ha explicado la filosofía a lo largo de los siglos, la felicidad de las personas más sabias depende de ellas mismas y no de la suerte o de las circunstancias externas.
Desarrollar la sensibilidad, o delicadeza del gusto, puede contrarrestar los efectos negativos de ser apasionado, permitiendo que aquellos con propensión a la ira moldeen su carácter:
“Nada es tan apropiado para curarnos de esta delicadeza de la pasión, como cultivar de ese gusto más elevado y refinado (…) una nueva razón para cultivar el gusto por las humanidades. Nuestro juicio se fortalecerá con este ejercicio: formaremos nociones más justas de la vida. Muchas de las cosas que agradan o afligen a otros nos parecerán demasiado frívolas como para captar nuestra atención, y moldearemos gradualmente las pasiones, que son tan incómodas”.
Cultivo del ser
La educación y el aumento de nuestros conocimientos nos mejora el carácter y nos da más autonomía y libertad de pensamiento. Dicho esto, desarrollar nuestro gusto es un proceso que dura toda la vida y requiere más que leer un libro de vez en cuando o asistir a una ópera de vez en cuando.
Llevar un diario en el que comentemos nuestras experiencias, los libros que hemos leído, las películas que hemos visto, las exposiciones y conciertos a los que hemos asistido es una forma práctica de desarrollar aún más nuestra sensibilidad cultural.
Refinar el gusto también mejora las habilidades de gestión multicultural. En otro de sus ensayos, explica:
“Nunca convencerás a un hombre que no está acostumbrado a la música italiana y no tiene oído para seguirla de que no es preferible una canción escocesa”.
Y evoca la analogía clásica de que nuestra alma es similar a un auriga que guía un carro tirado por dos caballos:
“Nuestro auriga gobierna la pareja de caballos que tiran del carro; uno de sus caballos es hermoso y bueno y de padres similares, el otro es su opuesto. En ambos sentidos, conducir es duro y difícil para nosotros”.
Tanto Platón como Hume comprendieron la capacidad insondable de la personalidad humana de desviarse a los extremos: de cometer iniquidades inimaginables y entregarse a vicios o, alternativamente, elevarse y comportarse de la manera más benévola y generosa. La destreza del auriga depende de practicar las virtudes, cultivar la educación y desarrollar el gusto.
En el entorno empresarial, el desarrollo de la sensibilidad puede resultar en una mirada más amplia, que redunde en el respeto a la diversidad y el fomento de la individualidad (compatible con el impulso al trabajo en equipo). La educación continua, particularmente la formación en humanidades, puede reducir la ira y el malestar en los equipos de trabajo –especialmente cuando se han cometido errores o se han obtenido malos resultados– y evitar la búsqueda de chivos expiatorios, algo que sólo obstaculiza la iniciativa y la capacidad innovadora y empresarial.
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