Siria, Etiopía, Afganistán, Sudán del Sur y Venezuela son algunos de los países de origen de personas que buscan protección lejos de sus hogares. Si bien existen manifestaciones de apoyo a estos desplazados y sus realidades, no son comparables con las generadas por la emergencia en Ucrania.
¿Cómo explicar la motivación para ayudar a los demás? El psicólogo social Daniel Batson parte de estudios experimentales para defender un modelo de tres vías o rutas del altruismo: dos coherentes con una motivación egoísta y una de carácter verdaderamente altruista.
Las necesidades y motivos que podríamos considerar egoístas serían aquellos relacionados con la búsqueda de recompensas, como el reconocimiento social y el refuerzo de la autoestima, pero también la evitación del rechazo que podríamos percibir en caso de mostrarnos ajenos o no colaborar con un problema presente en la opinión pública.
Una persona también puede decidirse a ayudar a otros cuando su situación le produce malestar. Este modelo de reducción del estado de alerta o activación permite explicar que la motivación por ayudar a los demás se vincula al deseo de reducir el malestar generado por la observación del sufrimiento ajeno.
Una tercera vía, abierta en los años 80 por Martin Hoffman, profesor de Psicología Clínica en la Universidad de Nueva York, muestra evidencias empíricas sobre la existencia de motivos altruistas independientes. En este caso, la empatía actúa como el catalizador del comportamiento y se interpreta como una respuesta emocional a la situación de otras personas. Al atribuirles unos estados emocionales determinados, reaccionamos con una actitud prosocial concreta.
La acción sin daño
Aplicando estos criterios al apoyo al pueblo ucraniano, observamos una dualidad. Existen dos vías de colaboración que están actuando de forma paralela: los liderazgos sociales particulares y los movimientos ciudadanos y organizaciones no lucrativas con experiencia en emergencias humanitarias.
En el primer caso, la voluntad de ayudar está determinada por la sensación positiva de asumir un rol activo en la movilización de recursos para afrontar el problema. A ello contribuye el refuerzo que otorgan las redes sociales y toda la sociedad comprometida. Pero también está resultando especialmente relevante el hecho de interpretar que la respuesta institucional ante el desastre es insuficiente, lo que puede conllevar el riesgo de sobreestimar las capacidades y expectativas de autoeficacia del voluntariado espontáneo y confiarlo todo a él.
Esto puede acarrear resultados no previstos, como la acogida en nuestro país sin valorar el posterior mantenimiento e inclusión social. Además, la falta de coordinación con los organismos y entidades especializadas puede romper el principio de “acción sin daño”. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado recuerda que las actuaciones hacia las personas no son neutrales. Pueden mejorar sus condiciones, pero también generar un daño irreparable profundizando su situación de vulnerabilidad.
Más que la causa, el fin habrá de definir el altruismo. Es necesario superar toda visión caritativa para desarrollar una mirada “eficiente” de la ayuda.
Desde el utilitarismo de las preferencias, el filósofo Peter Singer recuerda que los altruistas efectivos sienten la tentación de ayudar, pero no donan a la primera causa que les afecte emocionalmente. Se comprometen solo con aquella que pueda lograr un verdadero impacto social.
Es importante escuchar los testimonios de profesionales que desarrollan intervenciones humanitarias. Ellos recomiendan, por ejemplo, no enviar material, tanto por cuestiones logísticas y de seguridad como por la importancia de comprar en mercados de proximidad. Esto permitirá, no solo adquirir lo verdaderamente necesario y coherente con consumos locales, sino también fomentar las economías locales y el empleo.
Más allá del primer paso
La verdadera motivación altruista habrá de llevarnos a mantener el apoyo mientras las personas acogidas continúen teniendo necesidades. En un primer momento, construyendo espacios donde menores y adultos puedan vivir con seguridad, libres de conflictos y de la trata de personas. Creando una atmósfera familiar.
En un segundo paso, proveyendo oportunidades sociales y laborales. Para ello, el aprendizaje del idioma de acogida y la integración son imprescindibles. Aunque muchas personas querrán regresar a su punto de partida, a su tierra, es posible que haya que esperar mucho tiempo hasta que puedan volver con seguridad.
Facilitar contextos educativos, sociales y laborales adecuados deberá ser el foco que guíe el trabajo a medio plazo. En este punto, el asesoramiento jurídico y el trabajo social en el campo de derechos de migrantes será fundamental. Sin abandonar el apoyo psicológico que deberá mantenerse desde el principio para un abordaje adecuado del trauma.
Son muchas las posibilidades de colaborar, de forma activa o a través de organizaciones no lucrativas. Además de las indicadas, pensemos en la ayuda para recuperar la comunicación entre familias separadas y el apoyo ante el desplome de la moneda, la grivna, que tantas personas tratan de cambiar a euros con no pocas dificultades o sufriendo la usura. Muchas las opciones pero un solo criterio: el bienestar de las personas que necesitan ayuda.
Que una crisis no eclipse otras crisis
Otro aspecto a considerar es la llamada a nuestras puertas, junto con los refugiados ucranianos, de migrantes y refugiados de otros países. Son personas que no están incluidas en la directiva de integración temporal y ante las que hemos de adoptar la misma voluntad de ayuda.
Las investigaciones sobre motivación prosocial revelan un sesgo de favoritismo hacia miembros de grupos percibidos como próximos, que acaparan gran parte de la mirada altruista en un momento determinado. Sin embargo, hemos de tener como objetivo último un principio moral universal. Aprovechemos el momento para recordar tantas causas que demandan nuestro apoyo, como la realidad de más de 82 millones de personas en el mundo en situación de desplazamiento forzoso.