Temperaturas más extremas, sequías o estrés hídrico son solo algunos de los efectos que los expertos asocian al cambio climático en los próximos años y todos ellos podrán afectar a la producción y la calidad de los vinos.
Pero, ¿en qué medida lo harán? Eso es lo que analiza un estudio en el que han participado investigadores de la Escuela Técnica Superior de Caminos, Canales y Puertos y de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas (ETSIAAB) de la Universidad Politécnica de Madrid.
“Los efectos derivados del cambio climático son un hecho y pueden comprometer la producción del vino en la cuenca mediterránea, pero también a escala mundial”, explica David Santillán, investigador del Departamento de Ingeniería Civil: Hidráulica, Energía y Medio Ambiente de la UPM y uno de los autores de este trabajo.
“Las proyecciones futuras sugieren que deberemos afrontar la producción vitivinícola mundial desde un mayor estrés hídrico y temperaturas variables y que la península será una de las más afectadas por el problema. Por ello, los riesgos derivados del cambio climático deben tenerse en cuenta”, añade.
Para poder hacer frente a los cambios con éxito, los esfuerzos de adaptación a los nuevos escenarios deben ser proporcionales al estrés sobre la producción del vino que se producen en ellos. El trabajo de los investigadores de la UPM identifica las diferentes condiciones a las que se puede enfrentar la producción mundial vitivinícola.
“El escenario de menor impacto para la producción vitivinícola se corresponde con un incremento reducido de las temperaturas y una baja disminución de las lluvias, lo que se espera que produzca pocos cambios en los indicadores agroclimáticos”, explica Ana Iglesias, investigadora de la ETSIAAB y el CEIGRAM de la UPM y otra de las firmantes de este trabajo.
Por el contrario, tasas mucho más elevadas de sequía o modificaciones elevadas en las temperaturas, afectarían más a la producción del vino, haciendo que cambiasen sus características. “Desafortunadamente, los modelos de proyección hasta 2099 nos hacen pensar que se dará una evolución hacia condiciones climáticas más desfavorables en todas las regiones productoras y que, aunque no serán demasiado acusadas, una de las más afectadas será la península Ibérica”.
Sabor y color
En el caso concreto de Europa, los investigadores prevén que haya pocos cambios en el índice de Huglin (indicador que mide la idoneidad térmica para la producción de vino en una zona determinada), aunque España será una de las naciones más afectadas. “Los esfuerzos de adaptación tendrán que ser mayores en el norte de la península Ibérica, en la región vitivinícola francesa y en las zonas más aisladas del Norte de Europa”, asegura Santillán.
Otro de los aspectos que tienen que considerarse es el índice de Frío Nocturno (Cool Night Index), que mide la temperatura mínima nocturna durante el periodo de maduración y ofrece información sobre la calidad del vino en términos de aroma y color tanto de las uvas como del “caldo”. “Los índices para este indicador muestran que la producción europea no se verá muy afectada, aunque una vez más, los mayores cambios se verán en la península, más concretamente en la costa sur, donde los esfuerzos de adaptación tendrán que ser mayores”, añade.
Por último, los investigadores consideraron los cambios en el nivel de sequía. De nuevo, aunque las condiciones no serán desfavorables para la producción vitivinícola de la zona, la producción peninsular sufrirá un mayor estrés de adaptación que en otras regiones europeas. España deberá incrementar las zonas irrigadas si no quiere hacer frente a ligeras reducciones en el sabor y el color de los vinos que se producen en las zonas centrales y del sur”, explican los investigadores.
El trabajo, en el que también han participado investigadores de la Universidad de Tours (Francia), y que ha sido publicado en Science of the Total Environment, subraya la importancia de analizar localmente el impacto de estos cambios en la producción, pero sobre todo, muestra la necesidad de desarrollar acciones conjuntas en las distintas regiones productoras con el objetivo de que los cambios no repercutan en la economía a nivel global.
“La producción de la uva y del vino ofrece importantes beneficios económicos, sociales y medioambientales a las sociedades. No solo se trata de poder disfrutar del mismo, sino que también implica mayores cuotas de desarrollo rural, empleo y turismo, entre otros”, concluye Ana Iglesias.
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