El domingo 19 de junio fue día de elecciones. Si en Francia la segunda vuelta de las elecciones legislativas provocó un temblor en el paisaje político, en Colombia la elección de Gustavo Petro como nuevo presidente ha constituido un verdadero terremoto. Terremoto anunciado, sin embargo, por la progresiva evolución de la izquierda colombiana en los últimos 20 años.
Con la amenaza de la violencia política planeando a lo largo de toda la campaña (en Colombia han sido asesinados cinco candidatos presidenciales desde 1948), Petro, candidato del partido Colombia Humana, fue finalmente elegido presidente con la popularísima Francia Márquez como vicepresidenta. Feminista y activista de los derechos humanos y del medio ambiente, Márquez es, sobre todo, la primera vicepresidenta afrodescendiente del país.
Esta era la tercera candidatura de Petro, que en 2018 había sido derrotado en segunda vuelta por el actual presidente, Iván Duque, del partido conservador Centro Democrático.
Una izquierda largamente desacreditada
Ahora y en el pasado América Latina ha tenido presidentes de izquierda, pero, hasta el 19 de junio de 2022, Colombia fue un bastión de la derecha continental.
Varios elementos han contribuido a la marginación y demonización de los partidos de izquierda. El conflicto armado, que se prolonga desde hace más de 60 años y cuyo número de víctimas civiles, desaparecidos y desplazados sigue aumentando, ha contribuido a asociar a la izquierda con los movimientos insurgentes. En primer lugar, con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
A pesar de los numerosos abusos cometidos a lo largo de los años por el ejército colombiano, la retórica oficial siempre ha atribuido la responsabilidad del conflicto a la guerrilla marxista.
Tras la efímera victoria del no en el referéndum de octubre de 2016 sobre los acuerdos de paz, los nuevos acuerdos fueron renegociados y ratificados por el Congreso en noviembre de ese mismo año. Sin embargo, la situación no se ha estabilizado todavía. Tanto la antigua guerrilla de las FARC como los observadores internacionales denuncian regularmente los incumplimientos del Gobierno, mientras que varios grupos armados siguen actuando en la clandestinidad.
Por otra parte, Estados Unidos lleva mucho tiempo prestando especial atención a Colombia. Durante la Guerra Fría, Washington apoyó masivamente a Bogotá en su lucha contra los grupos insurgentes y posteriormente en la guerra contra las drogas.
A cambio, Colombia se ha posicionado como un fuerte aliado de EE. UU. a nivel internacional, incluso en sus votaciones en la ONU, y se ha convertido en socio de la OTAN en la región, especialmente en lo que respecta al aislamiento del régimen venezolano.
El proceso político que se vive en Venezuela, liderada desde 1999 hasta 2013 por Hugo Chávez y desde 2013 por su sucesor, Nicolás Maduro, ha contribuido a polarizar la visión sobre la izquierda regional.
Para Colombia, que comparte con su vecino bolivariano una frontera de más de 2 000 kilómetros, atravesada por innumerables rutas de tráfico pero, sobre todo, por flujos migratorios sin precedentes, esta relación se ha traducido en sucesivas crisis diplomáticas, que culminaron con la ruptura de relaciones diplomáticas y el cierre de la frontera en 2019. No obstante, con la próxima llegada de Petro al Palacio de Nariño es más que probable que la situación entre ambos países acabe normalizándose.
Colombia acoge a más de 2 millones de exiliados venezolanos (de los 5 millones estimados).
¿Cómo explicar la victoria de la izquierda?
El contexto socioeconómico colombiano está muy marcado por la pobreza y el resurgimiento de la desigualdad: Colombia es ahora el segundo país más desigual del continente, por detrás de Brasil.
La pandemia ha provocado un retroceso de una década en materia de lucha contra la pobreza, con 3,6 millones de nuevos pobres. En algunos departamentos, como La Guajira y Chocó, alrededor del 65 % de la población vive por debajo del umbral de pobreza.
Estas regiones votaron masivamente por Petro, cuya promesa de implementar políticas sociales universales y, sobre todo, de gobernar para todo el país y no solo desde y para los grandes centros urbanos del centro de Colombia, atrajo principalmente a las zonas costeras y periféricas.
También el mandato de Iván Duque, elegido en 2018 y que entregará el cargo a Petro el próximo 7 de agosto, ha estado marcado por manifestaciones masivas, vinculadas al descontento de la población con las políticas económicas, sociales y medioambientales, y la falta de voluntad política para implementar los acuerdos de paz.
Estas manifestaciones fueron brutalmente reprimidas. La ONU informó de al menos 28 muertes, solo en diciembre de 2021. El uso de la fuerza por parte del Gobierno, la casi desaparición de la guerrilla con los acuerdos de paz (lo que priva a la derecha de su hombre del saco para insuflar el temor en la población) y la incapacidad de frenar los asesinatos de líderes sociales y activistas ambientales son elementos que han terminado de minar la credibilidad de la derecha colombiana.
Los acuerdos de paz y el paulatino declive del conflicto armado obligaron a los candidatos a posicionarse sobre temas económicos, sociales y ambientales, en los que Petro y Márquez tenían ventaja sobre la derecha. Durante su discurso de victoria electoral, sus partidarios corearon “¡no más guerra!”, confirmando así que la derecha, históricamente opuesta a los acuerdos de paz y a la que le cuesta aplicar las medidas de reparación pactadas, fue incapaz de ofrecer a los colombianos una transición convincente hacia la paz.
Gustavo Petro ha sido elegido presidente con una participación histórica en las provincias más pobres y periféricas del país, pero también fue votado masivamente en Bogotá. El mapa electoral de 2022 se alinea casi perfectamente con el del referendo de octubre de 2016 sobre los acuerdos de paz.
Política y megaiglesias
La influencia de las iglesias evangélicas en la política colombiana dio mucho de qué hablar durante el referéndum sobre los acuerdos de paz. Algunas megaiglesias con miles de seguidores hicieron campaña a favor del no debido a las posiciones, reales o supuestas, sobre la cuestión de género.
Sin embargo, el partido evangélico más antiguo del continente, el Movimiento Independiente de Renovación Absoluta (MIRA), había hecho campaña por el sí.
Por tanto, no queda claro cuán decisiva ha sido su influencia. Los evangélicos no necesariamente siguen las instrucciones en materia electoral de su pastor. Y estas no son necesariamente las mismas de una iglesia a otra.
En la primera vuelta, el candidato evangélico John Milton Rodríguez apenas obtuvo el 1,29 % de los votos, aunque cerca del 18 % de la población colombiana es seguidora de estas iglesias.
Un exguerrillero en el poder… como en otros países del continente
Los adversarios de Petro intentaron deslegitimarlo a lo largo de la campaña, haciendo hincapié en su pasado guerrillero, que fue relativamente limitado y que abandonó hace más de treinta años.
Al pasar de la vía de las armas a la lucha política electoral, Petro se unió a otras figuras latinoamericanas cuya socialización política ocurrió en una época en la que la izquierda solo existía en la clandestinidad y que, con las transiciones democráticas de sus países, dieron el paso hacia la política electoral e institucional.
Antes de ser electo presidente, Petro había sido tres veces diputado, dos veces alcalde de Bogotá y dos veces senador. Ahora, como jefe de Estado, se une a Pepe Mujica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015; Dilma Rousseff, presidenta de Brasil entre 2011 y 2016, y Salvador Sánchez Cerén, presidente de El Salvador entre 2014 y 2019. Todos ellos, procedentes de la izquierda clandestina y armada, acabaron dirigiendo sus países democráticamente.
Asuntos pendientes
Los retos pendientes son importantes: la lucha contra la pobreza y la desigualdad requiere programas sociales ambiciosos y, por tanto, una gran reforma fiscal. Hoy por hoy, en Colombia la relación impuestos/PIB es casi 15 puntos inferior a la media de la OCDE.
Para seguir adelante con el proceso de paz y la protección de los derechos humanos, Petro deberá enfrentarse a la oposición de muchos con intereses contrarios. Lo mismo que con el persistente problema del narcotráfico, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela y la lucha y adaptación al cambio climático (de un país especialmente vulnerable).
El recién elegido presidente colombiano tendrá que lidiar con una deuda que ha crecido enormemente desde la pandemia, una moneda muy devaluada y una reforma fiscal muy necesaria pero difícil de aplicar. Además de estas dificultades económicas y fiscales, Petro tendrá que intentar aplicar su programa sin tener una mayoría clara en el Congreso.
Probablemente eso lo obligue a moderar las reformas para convencer a la oposición, fragmentada y sin liderazgo, de que las vote. Los próximos años serán, probablemente, de difícil equilibrio entre las obligadas negociaciones con la oposición y el imperativo de no defraudar la esperanza de cambio de sus votantes.
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