Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los plaguicidas (biocidas o productos fitosanitarios) se definen como aquellas sustancias destinadas a destruir o prevenir la acción de formas de vida animal o vegetal perjudiciales para la salud y también para la agricultura, durante la producción, almacenamiento, transporte, distribución y elaboración de productos agrícolas y sus derivados. Los productos fitosanitarios constituyen un grupo grande y heterogéneo de productos químicos aplicados sobre cultivos agrícolas durante la producción, utilizados desde hace mucho tiempo para prevenir, controlar o tratar enfermedades y plagas.
Es cierto que, en sentido amplio, el uso de los fitosanitarios ha sido muy beneficioso, al contribuir a un incremento de la producción agrícola e, indirectamente, a la seguridad de su almacenamiento; a repeler las plagas en ámbitos domésticos, así como a controlar enfermedades infecciosas, entre las que destacan la erradicación del paludismo y la lucha contra la malaria. Pero también es cierto que son tóxicos (en diferentes grados) tanto para los seres humanos como para otras especies.
De hecho, existe una importante y creciente evidencia, experimental y epidemiológica, de la relación entre la exposición a plaguicidas y la incidencia de diversos trastornos de la salud. Muy recientes revisiones sistemáticas señalan que los efectos más importantes se producen sobre todo en la incidencia del cáncer, pero también –y por este orden– sobre la incidencia de enfermedades neurodegenerativas (como Alzheimer, Parkinson y esclerosis lateral amiotrófica), enfermedades respiratorias (asma y bronquitis), enfermedades reproductivas (infertilidad y defectos en el nacimiento), trastornos en el desarrollo (trastorno por déficit de atención e hiperactividad y autismo) y trastornos metabólicos (diabetes y obesidad).
En este ámbito, el grupo de investigadores del CIBERESP de la Universidad de Girona, liderado por Marc Sáez, desarrolló dos nuevos estudios caso-control de base poblacional, en los que asocian la presencia de fitosanitarios (aproximada como la distancia a la zona agrícola más cercana) y la ocurrencia de ELA y TDAH.
Agricultura intensiva
En el artículo sobre la ELA, publicado en Neuroepidemiology, se analizaron los datos de una cohorte poblacional que cubría la totalidad de Cataluña, en el período 2011-2016. “Además de la existencia de un cierto patrón geográfico en la ocurrencia del ELA, encontramos evidencia de la presencia de aglomeraciones de casos de ELA, todas ellas situadas en zonas de agricultura intensiva”, explica Maria Antònia Barceló, investigadora principal de este trabajo.
El estudio reveló también que, en estas áreas de aglomeraciones de alto riesgo de ocurrencia del ELA, además de corresponder a zonas agrícolas, se encuentran infraestructuras viarias clave con una alta densidad de tráfico. “De hecho, los resultados del modelo multivariado, cuando se controlan por posibles confusores y se modelizan interacciones, sugieren que estas aglomeraciones podrían estar relacionadas con algunos de los factores ambientales, como los productos químicos de uso agrícola y algunos contaminantes atmosféricos consecuencia del tráfico, particularmente los óxidos de nitrógeno, cuya fuente son los vehículos diésel”, explica la investigadora.
“Nuestros resultados nos permiten plantear la hipótesis de que la exposición a altos niveles de contaminantes atmosféricos como resultado del tráfico podría aumentar el riesgo de ocurrencia de la ELA asociado a vivir cerca de zonas agrícolas”, concluye.
En el artículo sobre el TDAH, publicado en Environmental Research, se analizan datos de una cohorte poblacional de la subcomarca de La Selva interior, Girona, en el período 2005-2012. En este estudio, los investigadores también hallaron un patrón geográfico norte-sur en la ocurrencia del TDAH, identificando dos aglomeraciones con un riesgo elevado de desarrollar esta enfermedad.
“Los resultados del modelo multivariante sugieren que vivir a menos de 100 metros de una zona agrícola o de una calle residencial y/o vivir a menos de 300 m de una autopista o autovía o de uno de los polígonos industriales analizados estaba asociado con un mayor riesgo del TDAH”, indica el investigador Marc Saez.
En cuanto a los factores ambientales que podrían estar asociados a TDAH, los investigadores apuntan a “la exposición a pesticidas, compuestos organoclorados y contaminantes atmosféricos consecuencia del tráfico”.