Durante los primeros meses de la pandemia, uno de los lugares más temidos fue el transporte público, un servicio esencial, necesario e insustituible que, según los expertos, se ha demonizado y maltratado sin pruebas.
“En el transporte público de ciudades como Madrid o Barcelona hay menos riesgo de contagio de lo que se cree”, adelanta a SINC María Eugenia López Lambas, profesora de Transportes en la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y subdirectora del Centro de Investigación del Transporte TRANSyT-UPM.
Precisamente, en la capital, la Consejería de Transportes de la Comunidad de Madrid difundió en nota de prensa que, según el consejero de Transportes Ángel Garrido, “estudios realizados en países como Francia, Reino Unido, Japón o China han demostrado que la probabilidad de contagio en el transporte público es muy reducida, con tasas de entre el 1 % y el 0,005 % según los informes consultados”, aunque no especifica cuáles.
Este dato contrasta con el peligro que se percibe. Según la última encuesta COSMO-ESPAÑA, elaborada por el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), un 65,8 % de los encuestados piensa que es probable o muy probable contagiarse en el transporte público. En consecuencia, el 51,6 % afirma haber eludido el transporte público para evitar contagiarse. ¿Por qué la ciudadanía tiene miedo al metro o el autobús?
Así se percibe el peligro
“Aparte de los elementos objetivos, la percepción de cómo es la gestión del servicio influye en la conducta de las personas”, aclara David Lois, profesor de Psicología Social en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) e investigador en el Centro de Investigación del Transporte TRANSyT-UPM. El experto en comportamientos sociales relacionados con la movilidad explica que “si la gente percibe que el riesgo es elevado, aunque realmente no sea así, la intención de su uso se va a resentir”.
Según Lois, existe un “resquemor o ansiedad a coger el transporte público”. El experto sitúa el origen de este temor en algunas explicaciones institucionales vertidas a las puertas de la desescalada. “Hubo declaraciones en España por parte de representantes políticos de distintas administraciones que lo primero que hicieron fue poner el foco en el transporte público como un lugar principal de contagio, sin aportar ninguna evidencia científica que lo respaldase”, recuerda el profesor de la UNED.
“El mensaje a transmitir debía haber sido tranquilizador y en positivo, basado en la ciencia. Se deberían haber hecho declaraciones como ‘vamos a esforzarnos por garantizar la seguridad en un servicio esencial’ o ‘utilizarlo conlleva un riesgo bajo’, en lugar de recomendar el uso del vehículo privado”, considera Lois.
De forma paralela, podrían haberse llevado a cabo acciones para reducir el riesgo que advierten los usuarios y las “emociones negativas asociadas, como puede ser el miedo”. “La primera acción debería ser actuar sobre las horas punta y sobre la ocupación, controlando los aforos en tiempo real”, estima el experto.
Transporte público vs. transporte privado
En las primeras semanas de expansión del virus, a la comunidad científica no le había dado tiempo a desarrollar estudios que tratasen la probabilidad de contagio de la covid-19 en el transporte público. Según Lois, se rescató una simulación publicada en el año 2011 en la revista Journal of Urban Health, en la que se analizaba cómo podría propagarse una epidemia a través del metro de Nueva York. Su conclusión fue que “la proporción del total de infecciones que ocurren en el metro está entre el 4 % y el 5 %”.
“Si toda la gente sustituyese el transporte público por el coche, tendríamos una situación horrible en términos de salud pública”, considera Pedro Gullón, vocal de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) y especialista en medicina preventiva y salud pública.
Atascos, accidentes de tráfico o estrés son algunos de los posibles efectos que podría producir un trasvase masivo de viajeros que prioricen el coche al transporte público. Sin embargo, su uso podría implicar otros efectos adversos que agravarían la situación de la pandemia, como explica Gullón.
“A corto plazo, el aumento de la contaminación que provocaría el uso masivo del coche podría favorecer el contagio de la covid, como ya han relacionado algunos estudios preliminares”, expone el epidemiólogo. “A largo plazo —contrapone—, agravaría las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas (EPOC) o cardiovasculares, patologías sobre las que la covid es más letal o fatal”, indica. “Estamos tirando piedras contra nuestro propio tejado”.
Según datos del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (MITMA), actualizados a fecha del 31 de agosto, el tráfico de vehículos en el interior de las ciudades se encuentra solamente a 16 puntos (84 %) por debajo del periodo de referencia escogido (del 14 al 20 de febrero); mientras, el porcentaje de usuarios de transporte público baja hasta el 41 % en Madrid, el 38 % en Barcelona, el 49 % en Valencia, el 58 % en Bilbao o el 37 % en Sevilla —aunque las cifras corresponden a la segunda quincena de agosto—.
Gullón, al igual que Lois, también cree que “desde el punto de vista epidemiológico estricto, se ha demonizado el transporte público porque nos hemos fijado solo en uno de los aspectos de la transmisión que hay, que es la distancia de seguridad. Hay que ver que no es el único elemento importante”.
Hacia un transporte seguro
Para explicarlo mejor, el especialista en medicina preventiva resalta un reciente estudio publicado en la revista BMJ, en el que se analizan la combinación de múltiples factores que inciden en el riesgo, como pueden ser el distanciamiento y la ocupación, el uso de mascarillas, la interacción con otras personas, el tiempo de exposición o la ventilación.
Mediante esta tabla, expuesta en el estudio mencionado y traducida por el periodista Eduardo Suárez, puede observarse cómo la utilización de la mascarilla reduce el riesgo a “bajo” en casi todos los escenarios, salvo que el tiempo de exposición sea prolongado. De forma opuesta, si no se cubre nariz y boca, el riesgo pasa a ser alto al margen del resto de variables.
“En el fondo, hay que entender cómo se propaga el virus. El virus no se propaga solo respirando. Se propaga cuando estornudas, hablas muy alto… es decir, cuando lanzas las partículas lo más lejos posible”, explica Gullón.
Obedeciendo a este estudio, otros factores, como el tiempo que se permanezca en el vehículo, la ventilación, o el tipo de interacción que se produzca entre viajeros, entrarían en la ecuación de la probabilidad de contagio por covid-19. Por supuesto, el nivel de ocupación, también.
“En el transporte público no interactúas con el resto. Además, son trayectos cortos, por lo general. La cuestión es mantener la distancia en la medida de lo posible, protegerse, lavarse bien las manos con gel hidroalcohólico —porque se tocan asientos, barras, manillas de apertura se puertas—, y ser responsables”, añade la experta en movilidad de la UPM, López Lambas.
Cómo detectar brotes en buses, metros y trenes
Algunos países han centrado sus esfuerzos en analizar la procedencia de brotes o rebrotes que se han producido en determinados periodos de tiempo.
En Japón no se identificó ni un brote en los trenes urbanos, según declaró el virólogo de la Universidad de Tohoku, Hitoshi Oshitani, en una noticia publicada en Science. Tampoco han detectado ningún brote en Ottawa (Canadá), hasta el pasado 26 de agosto —tal y como informó a los medios de comunicación el Servicio de Salud Pública de Ottawa—.
De los 55.141 casos analizados (hasta el pasado 11 de agosto se habían contabilizado 202.225 casos en el país germano), se cree que 66 han procedido del autobús, ocho del transporte aéreo, dos de ferris y cero de trenes. Sobre el transporte ferroviario, el informe advierte que “los brotes en el ferrocarril pueden ser difíciles de detectar, ya que no siempre se puede rastrear la identidad de un contacto”.
Precisamente esa es una duda frecuente al hablar de contagios y brotes en medios de transporte: ¿se detectan pocos porque apenas se producen o porque detectarlos es complicado? “Es bastante difícil encontrarlos. Por un lado, porque seguramente no estén ocurriendo; por otro lado, porque también es verdad que son muy difíciles de localizar”, considera el epidemiólogo Pedro Gullón. “Los brotes se detectan cuando una persona tiene un caso, le preguntas que con quién ha estado o en qué lugares ha estado y, a partir de ahí, investigas a los contactos”, explica el experto.
“Pero claro, hacer eso en el transporte público es muy difícil. Una persona te puede decir: He ido por esta línea. ¿Qué forma tienes de contactar con las personas con las que has ido en el metro? De momento, es complicado, ya que no sueles ir con personas conocidas con las que poder contactar fácilmente”, aclara. “A lo mejor, cuando tengamos la aplicación RadarCovid más implantada, será más sencillo detectarlos”, comenta.
Casos reales de contagios sin mascarillas ni distancia
Otra manera de analizar el riesgo que existe de contagiarse por covid-19 en el transporte público es observar casos reales, mediante el seguimiento de los viajeros a lo largo del tiempo. Un estudio publicado recientemente en la revista JAMA Internal Medicine analiza un trayecto en dos autobuses el 19 de enero de camino a un templo de Ningbo, en la provincia china de Zhejiang. No se utilizaron mascarillas y los sistemas de aire acondicionado funcionaban en modo de recirculación en interiores. En el bus 2 viajaba un paciente de covid-19. Del bus 1 nadie se contagió, mientras que 23 de las 68 personas que viajaban en el bus 2 acabaron infectadas tras permanecer en él durante 100 minutos entre la ida y la vuelta, en un evento que duró en total 150 minutos y que incluyó una comida en una sala interior sin aire recirculante.
La revista médica Clinical Infectious Diseases, perteneciente a la Oxford University Press, publicó el pasado mes de julio un gran análisis, cuyo objeto de estudio fueron los miles de pasajeros que viajaron en trenes de alta velocidad en China entre mediados de diciembre y finales de febrero de 2020.
La principal conclusión que obtuvieron es que la distancia de seguridad desempeñaba un papel primordial entre las 2.334 personas que fueron rastreadas y los 72.093 contactos que viajaron junto a ellos, permaneciendo en un asiento cercano hasta un máximo de ocho horas. La tasa de contagio estaba entre cerca del 0 % y el 10 %, con un promedio del 0,32 %. También detectaron que el tiempo de exposición podía aumentar hasta en un 0,15 % la tasa de contagio por cada hora que se viajase con un pasajero infectado. Y si el trayecto se realizaba sentado al lado de un contagiado, la tasa por hora crecía hasta el 1,3 %.
Como limitaciones, el estudio indica que solo se han analizado las siete filas involucradas en cada caso de contagio. Es decir, la fila en la que se sentó el individuo con caso confirmado, las tres delanteras y las tres traseras. “Podría haberse producido una mayor transmisión”, expresan los autores. También, destacan que los contagios entre conocidos pudieron producirse en otros ámbitos, imposibles de discernir para este estudio, o que incluso pudieron tener lugar en diferentes desplazamientos dentro del tren, al ir al baño o a la cafetería.
Por último, tampoco se han tenido en cuenta las medidas de higiene y seguridad que cada usuario pudo adoptar de forma individual. “Todo esto también podría afectar la tasa de transmisión y debería ser examinado en futuras investigaciones”, subrayan.
Limpieza y ventilación
“No es igual utilizar el transporte público ahora, en septiembre, que en marzo, cuando no sabíamos nada. Ahora, por lo que sabemos, ninguno de todos estos brotes que está apareciendo se ha producido en el transporte público”, certifica Jesús Herrero, secretario general de la Asociación de Transportes públicos Urbanos y metropolitanos (ATUC). “Si fuera una fuente de contagio, permitir su uso sería una temeridad e, incluso, delito”, sentencia.
Fuentes de ATUC explican que, de las cerca de 100 empresas asociadas a las que representan, ninguna les ha informado de que se haya producido ningún contagio en sus transportes.
Al consultar los datos que las comunidades autónomas han reportado a la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica (RENAVE), no aparece ningún caso asociado al ámbito del transporte público. Sin embargo, 62.804 casos detectados (desde el 10 de mayo hasta el pasado 9 de septiembre) pertenecen al ámbito 'desconocido'. O lo que es lo mismo, no se sabe dónde se han contagiado el 39 % de los casos. Por lo tanto, no hay indicios de que procedan de trenes, metros y autobuses, pero tampoco existen certezas absolutas.
Para el responsable de ATUC, hay varios elementos que garantizan un riesgo muy bajo de contagio. “Uno: en el transporte público es obligatorio el uso de la mascarilla. Quien no la lleva, no monta, ya que sin ella sí que habría contagios. Dos: la gente no interacciona con quien tiene al lado. Y tres: hay unos sistemas de limpieza y de ventilación brutales”, expone Herrero.
¿Qué pasa con las horas punta?
Sobre las aglomeraciones, el secretario general señala que “excepto en las horas puntas, que es imposible evitarlo, hay mucho servicio durante todas las horas del día como para que la gente pueda mantenerse a distancia”, opina Herrero.
Consciente de la controversia que suscitan las horas punta en el debate social, Herrero señala que “ahora mismo, en algunos sitios se está circulando a un 50–60 % del pasaje, según los datos que manejamos. La previsión que tenemos es que aumente hasta el 75–80 %”.
“Lo más probable es que no haya un gran trasvase al coche por parte del porcentaje que resta”, opina el secretario general de ATUC.
“Desafortunadamente, hay mucha gente que se ha quedado desempleada, otro gran porcentaje que teletrabaja, universitarios que se quedarán estudiando en casa, y también es probable que un pequeño porcentaje prefiera usar el transporte público lo mínimo posible”, razona.
Como posibles soluciones para transmitir una imagen más segura del transporte público a la ciudadanía, el experto arroja posibles medidas a tomar. “Por ejemplo, en los autobuses será más sencillo aumentar las frecuencias porque habrá menos coches y circularán más rápido. En cuanto a los trenes, se pueden reforzar ciertas líneas en momentos puntuales. También hay una gran recomendación por que las empresas eviten que entremos todos a trabajar a la vez, para evitar esas aglomeraciones”, expone.
Sin embargo, cree que el aumento generalizado de frecuencias, la solución más aclamada, es improbable, al menos, a corto plazo. “Si Metro de Madrid, por poner un ejemplo, dispusiese de 300 vagones aparcados en la cochera, algo estarían haciendo mal”, ejemplifica. “Las empresas no tienen un colchón de vagones y conductores para ponerlos en un mes en marcha y duplicar la cantidad del servicio. Tampoco se pueden fabricar de la noche a la mañana”, declara.
Siguiendo con el ejemplo del subterráneo de la capital, Marta Serrano, experta en movilidad y fundadora de Mujeres en Movimiento, tiene claro dónde se encuentra el principal problema.
“El problema que tiene Metro de Madrid, que ya lo tenía de antes, es que se ha dejado caer el servicio. No hay suficientes trenes y no hay suficientes conductores. Es un problema de calidad del servicio que ahora se ve acentuado por la pandemia, porque la gente tiene miedo y se percibe un riesgo mayor”, manifiesta.
“Es posible que en Cercanías comience a ocurrir lo mismo por un problema similar de falta de inversión en los últimos años. Esto pasa mucho menos en los autobuses, donde viajan muchos menos pasajeros, se ventila mejor y el riesgo de contagio que se percibe es menor”, explica la experta en movilidad.
Al igual que el secretario general de ATUC, la experta también coincide en la imposibilidad de aumentar el número coches, al menos, a corto plazo. “Efectivamente, no se puede aumentar muchísimo la oferta porque no hay material móvil. Encargar la fabricación de trenes es un proceso que puede durar meses o años. Lo que se podría hacer es explotar la red de manera distinta, más optimizada”, concluye.
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