En medio de una guerra con Rusia por el dominio de Europa, la figura de Mijail Gorbachov parece revalorizarse, sobre todo porque el que fuera el último dirigente de la URSS se ha convertido en el centro de todas las críticas del presidente Putin.
Si bien es cierto que su legado es muy valioso, siempre nos quedará la duda de qué quería verdaderamente Gorbachov cuando llegó al gobierno. Para unos, la intención de Gorbachov era la demolición de la URSS, mientras que para otros el verdadero objetivo de aquel ruso nacido en el Cáucaso era precisamente mantenerla en pie.
Cuando el 11 de marzo de 1985 Gorbachov se convirtió en secretario general del PCUS todo eran problemas en la URSS. Por un lado, la economía estaba estancada desde hacía años. Por otro, las repúblicas soviéticas pedían a gritos autonomía e incluso, en casos como las bálticas, Georgia o Ucrania, abiertamente independencia.
Los jóvenes rusos morían, a un ritmo menor de lo que lo hacen hoy en Ucrania, en la ocupación de un país –Afganistán– que pocos podían poner en el mapa. Y por último, la población comenzaba a pedir libertad como eco de lo que estaba ocurriendo en Europa del Este. Con este panorama, Mijail Sergeivich Gorbachov tuvo que hacer una lista de prioridades en sus reformas con el problema de que mientras pintaba y saneaba la casa, esta podía venirse abajo.
Glasnost y perestroika
Para ello emprendió tres procesos de liberalización que no fueron coetáneos. Por un lado, trató de dar cierta libertad a los rusos con un proceso que denominó glasnost. Como ocurre en ruso, no resulta fácil hacer una traducción del término, pero bien podíamos traducirlo como “transparencia o apertura”. Esta transparencia se vio reflejada en una mayor libertad de prensa con figuras muy relevantes como Alexander Yakovlev y, sobre todo, en el fin del monopolio político del Partido Comunista.
Si bien no se permitió que todo partido pudiera presentarse a las elecciones, algunas agrupaciones ciudadanas enmascaradas de grupos ecologistas accedieron a los consejos locales y regionales. De esta liberalización surgieron líderes como Boris Yeltsin, que optaron por dejar el PCUS para enrolarse en opciones independientes.
Otro de los pilares de la política de reforma de Gorbachov fue la economía. Gorbachov quiso pasar de una economía planificada a otra semicontrolada usando para ello un camino que él denominó perestroika, algo que nosotros hemos traducido como “transición”. Esta fue quizás la tumba del líder caucásico, ya que los ciudadanos soviéticos tuvieron que afrontar por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial escasez y racionamiento. Las colas para comprar alimentos básicos eran eternas y eso llevó a la población a oponerse a las reformas que introducía Gorbachov.
Animadversión rusa y apoyo occidental
De hecho, aun hoy, Gorbachov es un líder poco valorado por los rusos y estos cuentan un chiste sobre su gestión. Dicen que en una cola para comprar vodka un ruso le dice a otro: “Estoy harto, voy a matar a Gorbachov”. El supuesto asesino vuelve a los cinco minutos y le preguntan: “¿Ya le ha matado?”. Este contesta: “No, la cola para matarle era aun más larga”.
Esta animadversión explícita de los rusos desembocó en una falta de legitimidad del que fue el primer líder soviético nacido después de la Revolución Rusa. Por ello Gorbachov tuvo que buscar fuentes de legitimidad fuera de la propia URSS.
Precisamente el sustento necesario para mantenerse en el poder lo encontró en quien era su enemigo, Occidente en general y Estados Unidos en particular. Lo que se inició en Reikiavik como unas negociaciones de desarme con el presidente Reagan acabó convirtiéndose en un salvavidas frente a las presiones ejercidas por los grupos conservadores del PCUS.
La muerte de la URSS
“Gorbi”, como le llaman los rusos, era más popular fuera que dentro y hoy en día aún es recordado por episodios oscuros como el Enero Negro de Bakú o la dura represión que sufrió Lituania durante su mandato. De hecho, es necesario recordar que la URSS se vino abajo después de que el propio gobierno de Gorbachov diera un golpe de estado contra él y si este intento de derrocamiento no triunfó fue precisamente porque Occidente no reconoció al nuevo gobierno. Ese episodio de agosto de 1991 dejó herida de muerte a la URSS y el 22 de diciembre el mismo Gorbachov certificó la muerte.
En todo caso, lo que sí debemos resaltar es su capacidad para hablar, escuchar y llegar acuerdos con Occidente, unos acuerdos que fueron respetados tanto por Gorbachov como por Boris Yeltsin, y que quedaron en papel mojado con la llegada al poder de Vladimir Putin. Si Gorbachov, con sus luces y sus sombras, fuera el hombre que estuviera sentado hoy en el Kremlin, Rusia nunca hubiera invadido Ucrania.