¿Qué papel jugaron las mujeres en la economía laboral durante los siglos XVIII y XIX? ¿De verdad estuvieron en sus casas, dedicadas exclusivamente a las labores del hogar y al cuidado de los hijos?
Si su pensamiento ha sido afirmativo, siga leyendo para descubrir cómo trabajaron en casi todo tipo de empleos. Exceptuando los oficios públicos, las mujeres podían desarrollar cualquier profesión. Para conocer el cómo tendremos que acudir a lo que regula las sociedades: el derecho.
Los derechos de las mujeres en la Edad Moderna
Los siglos XVIII y XIX fueron un periodo clave para el trabajo de las mujeres, especialmente en España. Ya desde el siglo XVI, las leyes de Toro les permitían trabajar con una licencia marital; es decir, con un permiso del marido.
Las solteras mayores de edad y las viudas, pese a lo que a priori se pudiera pensar, gozaban de plena autonomía legal. No dependían de la autorización de ningún hombre para poder trabajar
¿Y qué pasaba con las solteras mayores de edad y las viudas? Pese a lo que a priori se pudiera pensar, estas gozaban de plena autonomía legal. No dependían de la autorización de ningún hombre para poder trabajar.
Avanzando en el tiempo, bajo el reinado de Carlos III se dio un paso importante con la aprobación de las leyes de fomento e instrucción y de incorporación de las mujeres a los gremios.
En 1775, el político Pedro Rodríguez Campomanes escribió un discurso donde se mostraba a favor de su valía laboral.
Pero este dato, que ha pasado a la historia como un hito en el ámbito laboral femenino, no supuso ninguna novedad. Lo que hizo Campomanes fue reconocer lo que las mujeres ya hacían desde hacía siglos: trabajar. Su obra tuvo una gran influencia gracias a la impresión y difusión de muchos de estos textos por todo el país.
¿En qué trabajaban las mujeres?
Durante este periodo España seguía siendo un país eminentemente rural. Por ello, gran parte del trabajo de las mujeres se concentraba en el campo. En este sentido, es difícil considerar estadísticamente sus labores (existe el mismo problema para los hombres) pues este tipo de faenas no solían registrarse fiscalmente al no existir valoración salarial.
De este modo, debemos aplicar la lógica humana a los datos y entender que en una familia que vivía en el campo trabajaban todos sus miembros. Las mujeres, junto al resto de los integrantes de la familia (incluidos los niños), realizaban tareas domésticas, agrícolas y labores de hilado para su posterior venta. El objetivo era sobrevivir y toda mano de obra era necesaria.
¿Y las mujeres de los entornos urbanos? Estas solían tener una red de apoyo social menor que las del medio rural. Muchas de ellas procedían del campo y emigraban a la ciudad para trabajar un tiempo en el servicio doméstico y ganar dinero para poder casarse. Sin embargo, otras también lo hacían para emprender y trabajar en el sector mercantil.
Los trabajos comerciales
Debemos distinguir tres tipos: el pequeño, el mediano y el gran comercio. Las que ejercían el pequeño comercio solían ser revendedoras de productos. Se dedicaban a la venta ambulante y eran grandes especuladoras. Podían ser generadoras de conflictos ya que sus productos no pasaban ningún control de calidad y siempre que podían evitaban pagar impuestos. Si revendían alimentos, estos tampoco pasaban un control sanitario previo, lo que generaba no pocos enfrentamientos porque, además de vender a precios más bajos que las tiendas o puestos de mercados, podían desencadenar epidemias.
Respecto a las del mediano comercio, la mayoría tenían tiendas de comestibles, mercerías o ferreterías. Por ejemplo, en la ciudad de Málaga, en 1771 fueron registrados por mujeres el 26 % de los negocios de venta de vino, el 20 % de las tiendas de fruta del mercado y el 34 % de las tiendas de especias.
Respecto a las mujeres que ejercían el gran comercio, estas pertenecían a las capas más altas de la pirámide social. Eran parte de la burguesía comercial, es decir, personas que no pertenecían a la nobleza y se empleaban en los negocios.
Tanto hombres como mujeres colaboraron activamente para trabajar y prosperar económicamente. Por sus manos pasaban las decisiones de la sociedad mercantil, así como la procedencia de parte del capital. En las plazas de España, Reino Unido, Italia, Francia y Holanda no era difícil encontrar compañías comerciales formadas por hombres y mujeres, muchas de ellas familiares. En España, por ejemplo, las compañías solían exportar productos a los países del norte de Europa y América.
Gracias a sus altas ganancias, muchas de estas compañías también ejercieron como entidades financieras, siendo las antecesoras de los actuales bancos. La participación femenina en los créditos privados las convirtió en banqueras locales. A ellas acudía la población para pedir préstamos en caso de necesidad.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
La participación femenina en el mercado laboral siempre ha existido. Los trabajos asistenciales han sido los más asociados a las mujeres a lo largo de la historia. Sin embargo, su participación en otros sectores, como el comercial, fue muy relevante. El ejercicio de estas profesiones constituyó una fuente de ingresos que mejoró las economías laborales del campo y la ciudad.
Gracias a los avances en derecho, las mujeres han roto el techo de cristal y han ido ocupando cargos asociados históricamente a los hombres. No obstante, aún queda camino por recorrer en cuanto a equiparación salarial y ocupación de puestos de dirección. Pero si hay algo en lo que han destacado históricamente es en su dedicación al sector servicios. En la actualidad es ocupado por casi un 90 % de mujeres trabajadoras. Su mayor concentración, como históricamente ha sido siempre, se da en el ámbito comercial.
La Revolución Industrial ayudó a difundir como imperante el modelo de mujer burguesa, dedicada al hogar y los hijos. Sin embargo, esto oculta la intensa y extendida participación económica de las mujeres en el pasado.