Cuando Nada, de Carmen Laforet, ganó el recién estrenado premio Nadal en el año 1944, no se auguraba que se convertiría en una de las novelas más relevantes escritas en España en el siglo XX.
A día de hoy, se mantiene como excelente representante del tremendismo existencialista –un género que destacó por su crudo relato de las tramas–. También se considera, sobre todo, gran referente para las futuras generaciones en la creación del bildungsroman femenino, un tipo de novela que nos adentra en un proceso formativo vital a través del complejo devenir de la mujer.
En 1952, otra magnífica novela de otra joven y desconocida escritora en aquel momento –y aun actualmente– ganaba de nuevo el premio Nadal. Se trataba de Nosotros, los Rivero, de Dolores Medio. Como la anterior, retrata el mundo interior y las inquietudes de Lena, en este caso, desde sus nueve años hasta su primera edad adulta.
Las chicas raras
Muchas protagonistas de estas novelas son “chicas raras” –calificativo adscrito cariñosamente a Laforet por Carmen Martín Gaite en Desde la ventana– por su falta de identificación con las normas de conducta que se les imponían a las niñas y mujeres de su tiempo.
Se niegan a ser educadas para el matrimonio y a ser recluidas en el hogar bajo el subterfugio de que en ese espacio son ellas quienes tienen el mando. Cuestionan la concepción y educación que hombres y mujeres recibían sobre el concepto de feminidad. Y anhelan ser dueñas de sus decisiones, pasear libremente por las calles, no ser juzgadas y regañadas permanentemente por tener imaginación, estudiar, trabajar y ser independientes y autosuficientes económicamente. El despertar sexual de estas jóvenes no seguirá la versión moralista de la época, sino que mostrará lo violento, lo morboso o lo oscuro del asunto.
Existiendo en la posguerra una censura moral muy estricta que dictaba un modelo de feminidad y eliminaba todo lo relativo a la expresión del deseo femenino, no son de extrañar las modificaciones que sufrieron muchos de estos escritos. Leídas tal y como se concibieron, las obras revelan una profundidad que los intelectuales del franquismo no permitieron exponer en su momento. Se eliminaba cualquier desvío religioso, moral, sexual o político del estatal impuesto. Multitud de autores, entre ellos, Dolores Medio, Ana María Matute y Francisco Ayala, vieron impedida la impresión de sus obras. Otros lo consiguieron al publicar fuera del país y algunos tras haber pasado por el yugo cercenador del sistema censor.
A menudo, en ellos queda reflejada la envidia de la libertad de la que los hombres gozan, en todos los planos: social, laboral y sexual. Las autoras a veces esconden este moderno discurso ideológico e intelectual en defensa de la emancipación de la mujer en boca de los personajes masculinos. Así ocurre en Nosotros, los Rivero con esta intervención de Ger, hermano de Lena:
“Y yo me pregunto: ¿por qué va a ‘tener que cargar con ella’ un hombre?… No quisiera pensar que mis hermanas fuesen una carga para nadie. […] Afortunadamente, existe un movimiento de reacción en favor de los derechos de la mujer, y ya son muchos los padres que preparan a sus hijas como si fuesen muchachos”.
Reconquistando el espacio
El de esas novelas no solo es un interesante, atractivo e instructivo discurso sobre la situación de las mujeres en una época en la que se depositaba sobre ellas el peso del decálogo de la sección femenina sobre el modelo de la perfecta casada –descrito por Fray Luis de León en el siglo XVI–. Es también un fascinante modo de adentrarse en la inquietud al despertar de la vida en los periodos de la infancia y la adolescencia, y en el deseo de no repetir moldes aprendidos.
Francisca Aguirre, encuadrada en esas mismas generaciones, reflexionó sobre la esencia de ser mujer en esas décadas en España, y enunció “somos tan sólo el ansia de lo que nunca fuimos”. De eso huyen, recorriendo las calles, las protagonistas de estas historias: de mirar un día hacia el camino recorrido y sentir que no construyeron la vida que deseaban.
Su proceso de crecimiento vital va parejo al deseo de romper los muros que las encierran en el reino de lo doméstico. Y lo hacen guiándonos por paseos y sueños que definen sus ciudades tanto como sus entornos y como sus anhelos.
La notoria relevancia de la espacialidad en estas obras, heredera del espejo instalado desde la tradición realista de Emilia Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós o Leopoldo Alas “Clarín”, genera diferentes grados de constricción en las experiencias femeninas relatadas. Estas varían entre la capital, la ciudad de provincias y el pueblo. El reposo con el que se transita por los lugares y la tremenda significación que les aportan las protagonistas se oponen al ritmo vital acelerado y a la desidia con la que se recorren los espacios tanto hoy como ya en su tiempo.
Con Lena, de Nosotros, los Rivero, deseamos recorrer las calles de Oviedo, igual que anhelamos descubrir los senderos y las calas de Las Palmas cuando paseamos con Marta, de La isla y los demonios. Queremos perdernos para encontrarnos en las calles de Barcelona con Andrea, de Nada, y nos asfixiamos si no tenemos la libertad de volar que le falta a Natalia en Entre visillos. Sea cual fuere, ninguno de estos lugares evita la limitación que suponía el entorno sobre la realidad femenina de aquellos años 40, 50 y 60.
Muchas más escritoras
Más allá del marco del bildungsroman, el corpus de autoras españolas en esas décadas es tan amplio como prácticamente desconocido: Josefina Aldecoa, Concha Alós, Carmen Barberà Puig, Luisa Carnés, Mercedes Formica, Eulalia Galvarriato, Elena Quiroga, Mercè Rodoreda, Elena Soriano… Unas escribieron dentro de nuestro país; otras, muchas, desde el exilio (Rosa Chacel o Carlota O'Neill).
La modernidad, compromiso y brillantez de estas autoras y sus obras es perceptible ahora sin la barrera castradora del lápiz censor, reflejando la experiencia femenina de aquella España en esas capitales, ciudades o pueblos que determinaban las libertades sociales y morales de sus habitantes.