El abogado del diablo es quien argumenta en beneficio de “el malo”, es decir, el “contradictor de buenas causas”. Pero, no hay que olvidar que cada uno elige quién es el antagonista en la historia y, por tanto, cada persona determina quién está ejerciendo de diablo o de su abogado. Extrapolando esta premisa al contexto del conflicto de Ucrania, donde la guerra ha corroborado que el control del discurso (tanto por la vía tradicional, como digital) también es un arma al ser “capaz de manipular nuestros modelos mentales”, se puede decir que Occidente lo tiene claro: el bueno es Volodomir Zelenski y el malo es Vladimir Putin. Y quién diga lo contrario o llegue a insinuar algo que haga tambalear esta afirmación es, como mínimo, “prorruso”.
Este ideario colectivo ha sido gracias a la proyección de los acontecimientos por parte de los medios occidentales y su refuerzo en redes sociales, donde la constante (y más que justificada) condena al líder del Kremlin mediante el clásico discurso binómico bueno-malo o enemigo-amigo y la retórica polarizadora del nosotros, entendiéndonos como defensores de la democracia, contra ellos y su sistema similar a la dictadura ha ido ensalzando implícitamente la figura del presidente ucraniano cubierto de un aura de emotividad.
Todo ello, ha derivado a una pérdida de la perspectiva aséptica para sentenciar a los errores cometidos por ambos bandos, ya que se han invisibilizado o limpiado polémicas ucranianas como, por ejemplo y sin ir más lejos, la institucionalización de las milicias neonazis y se han ensalzado las rusas como, por ejemplo, atribuyéndole matanzas no confirmadas oficialmente y gestando la rusofobia.
En este sentido, tras el anuncio de la “misión especial” de Vladimir Putin “para la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania” los medios tuvieron que hacer frente a la incertidumbre social sobre la cuestión de la existencia de nazis en Kiev. Esa afirmación se plasma en las búsquedas en Google de “nazis en Ucrania”. Entre el 13 y el 19 de febrero comenzaron a incrementarse, llegando a su punto álgido entre el 17 de febrero y el 5 de marzo, cuando la invasión ya había comenzado.
El desconcierto social trajo consigo numerosos artículos desmontando tales afirmaciones, pero haciéndose eco de Zelenski que se limitaba a desmentirlo hablando de sus antepasados judíos.
Sin embargo, desde antes incluso del mal llamado Euromaidán, los movimientos radicales, ultranacionalistas, de extrema derecha, neofascistas y neonazis tenían presencia en Ucrania. Sin ir más lejos, actualmente, este país es el paraíso de milicias neonazis activas como el Batallón Azov, si bien se pueden encontrar en ambos bandos.
La comunicación como arma
No obstante, culpar únicamente a la esfera mediática sería caer en una enorme falacia. En un contexto de autocomunicación de masas (Castells, 2009), la batalla también se está librando en las redes. De hecho, ya se plantea este conflicto como la primera guerra de las redes sociales, pues las personas en el frente pueden compartir informes en tiempo real.
Vladimir Putin. Autor: Kremlin.ru, 19/01/2021. Fuente: kremlin.ru / CC BY 2.0
Más allá de informes, los propios civiles han ido publicando imágenes en diferentes plataformas. Llama la atención que TikTok se haya convertido en una especie de televisión online con el valor de la instantaneidad. Teniendo en cuenta que el algoritmo de esta red social ofrece contenido en tendencia independientemente de las cuentas que sigas, la página de inicio se ha llegado a transformar en un bombardeo de imágenes impactantes de la guerra, donde la mayor parte de las veces se muestran los horrores causados por Rusia, puesto que la plataforma china limitó la emisión de vídeos a Rusia con motivo de evitar “informaciones falsas”.
En esta línea, los usuarios de todas partes del mundo se han posicionado y están difundiendo sus propias versiones de la guerra, derivando en formas de activismo online, donde en Occidente se apoya a Ucrania y se señala al Kremlin. Es evidente, teniendo en cuenta que el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, nos recuerda a diario que, sin mucha más ayuda de la que Occidente parece dispuesta a darle, no podrá sobrevivir por mucho tiempo.
Y es que el ataque retórico constante hacia Rusia por las dos vías (mediática y digital) ha alimentado un fenómeno con muchos antecedentes históricos: la rusofobia.
Pero no sólo una rusofobia militar, sino desde la perspectiva cultural, artística, científica, etc. Una rusofobia que lleva alimentándose desde hace tiempo mediante el soft power de las industrias culturales norteamericanas Van Dijk (2004), explica que “el abuso de poder por medio del discurso es realmente eficiente si no sólo somos capaces de hacer que aparezcan los modelos mentales preferidos respecto a eventos específicos sino también si somos capaces de persuadir a las personas para que formen las representaciones sociales preferidas por las élites de poder” (p. 17).
En redes: a vetar al diablo y a rezar al humano
Alzando la vista más allá de los estratos sociales en las plataformas, es evidente que Zelenski va ganando la guerra en Internet, sobre todo en Twitter. Su Gobierno se desenvuelve cómodamente en este terreno con una estrategia fundamentada en contenidos cercanos que apelan a la participación ciudadana.
No se centran en visibilizar, sino en implicar a los ciudadanos y concernir a la comunidad internacional. Esto le ha dado mucha ventaja, pues Twitter es una herramienta efectiva para el ejercicio de la diplomacia, que permite una conversación global, lo que supone una transformación en el quehacer diplomático buscando aumentar la transparencia, la confianza y sobre todo, la cercanía al “romper las estructuras jerárquicas y desintermediar los asuntos de la escena internacional”.
Volodimir Zelenski. Autor: Diena. Fuente: kauno.diena.lt
La twitplomacia se ha reforzado con el avance de la política pop empleada por “el humano” Zelenski, la cual se impulsa en redes mediante la personalización que acaba transformando al representante en una celebridad que se adapta a la cultura de Internet, con memes, entretenimiento, emociones y espectáculo, pero bajo discursos populistas que rompen con el eje izquierda-derecha, atrayendo a todo el espectro político.
Frente a la vieja propaganda unidireccional del gobierno de Putin, los intereses ucranianos no han dejado de actuar de forma descentralizada en Internet, como se vio cuando Rusia pirateó el Ministerio de Información de Ucrania. En vez de paralizar las comunicaciones, Zelenski no lo dudó ni un momento y comenzó a transmitir tranquilidad al pueblo ucraniano mediante vídeos caseros en Facebook que, después, fueron reutilizados en otras plataformas.
Como no, estas imágenes fueron publicadas también en los medios occidentales y compartidas por los usuarios, llegando a la viralización de sus emotivos discursos. Una forma de comunicación en tiempos de guerra que está siendo estudiada y comentada desde muchos ámbitos.
Mientras la UE imponía evidentes sanciones en la radiodifusión estatal rusa y Google comenzó a prohibir los medios de comunicación del Kremlin en sus plataformas de YouTube en Europa, Zelenski acaparaba todo el espectro comunicativo, pues al contrario que Putin y su estrategia de silenciar redes sociales, Ucrania hace esfuerzos para mantener las plataformas abiertas y totalmente activas.
Asimismo, en Europa se bloqueaba a las plataformas digitales de los medios Sputnik y Russia Today por considerarlos herramientas de desinformación y propagandísticas mientras que Putin aprobó una ley que persigue a la prensa independiente y toda “desinformación” que circule relacionada con la guerra.
También las redes. 20 Minutos, entre otros diarios, anunciaba el cierre en Rusia de plataformas como Facebook o Instagram, dejando a 80 millones de personas sin acceso a esta última, pero la BBC matizó esta noticia presentada bajo un marco arremetedor al Kremlin, añadiendo que fue tras el anuncio de que Meta permitiría los llamados de violencia a Putin y las tropas rusas.
Como añadido, muchos usuarios rusos buscaron alternativas para poder seguir accediendo, empleando las VPN, pero Rusia, para cubrir esta necesidad ha desarrollado y lanzado su propia red social: Rossgram.
En esta línea, se ha reflejado la brecha entre los medios tradicionales y los creadores de contenido en redes, pues algunos de los que se atreven a dar otra versión de la proyección occidental del conflicto se centran en todo el espectro revelando también las malas prácticas del bando ucraniano o, simplemente, se aventuran a anunciar que muchas de las actuaciones de Putin son como respuesta a los movimientos de Occidente, inevitablemente, se exponen a acusaciones de ser prorrusos.
Y es que, por un lado, en términos de comunicación, hay una serie de palabras clave que identifican este conflicto: disuasión por revelación, cobertura mediática, propaganda, desinformación y ciberguerra.
Y por otro, se puede afirmar que, en la campaña mediática occidental contra Rusia alimentada en las redes sociales, se identifican rasgos discursivos del populismo de extrema derecha estadounidense: la demonización de un enemigo; objetivización o deshumanización y la cosmovisión conspiracionista.
Esta última es la que explica el porqué de los señalamientos falaces de “todos aquellos que no compren mi discurso, que es el hegemónico, son afines a Putin”.
(Des) información y confusión por la instrumentalización
En efecto, no hay que olvidar que las campañas de desinformación potenciadas en el terreno digital se agravan en tiempos de guerra. Es más, “la UE se ha dotado de órganos para hacer frente a esta creciente amenaza. Así, con el fin de contrarrestar las campañas de desinformación de Rusia, ha puesto en marcha, en 2015, en el seno del SEAE, un Grupo de Comunicación estratégica hacia el Este”, tal y como informan desde el Instituto Español de Estudios Estratégicos.
Es Medios como The New York Times explicaban la intensificación de la propaganda por parte del Kremlin, difundiendo tanto en las redes, como en sus medios oficiales (Tass, Russia Today o Sputnik), por ejemplo que “las fuerzas de la OTAN y Ucrania se están preparando para atacar a los rusohablantes en Ucrania”, unas afirmaciones que aunque parezcan creíbles por la radicales bien armados como el Batallón Azov en Mariúpol no se sustentan en ninguna fuente oficial.
También, se han dado ambigüedades y confusiones como que, en la zona del Donbass, tanto el ejército ucraniano como los partidarios de la independencia, se acusaban mutuamente de bombardear Donetsk.
Así pues, cabe enfatizar que la instrumentalización de las redes sociales por ambos bandos se traduce en que la desinformación en este conflicto tenga un enfoque claramente propagandístico articulado en un espectro multiplataforma: declaraciones políticas; medios gubernamentales y opinadores con mucha notoriedad online y, posteriormente o en paralelo, campañas de viralización en redes alguna vez catalizadas por bots o trolls.
Es por ello que ha surgido el proyecto cooperativo #UkranieFacts de la mano de la International Fact-checking Network que aglutina a fact checkers de todo el mundo.
Asimismo, la construcción de noticias falsas ha ido vendiendo una visión antirrusa al mundo, generando aversión contra el país, en un complejo contexto marcado por la infodemia, lo emocional y la inmediatez que hacen que el ciudadano medio tenga difícil tener una visión crítica y objetiva.
Como se observa, parece que solo hay miles de abogados de Ucrania y que estos operan sin barreras espacio-temporales al hacerlo en un ecosistema mediático híbrido (Chadwick, 2013) y convergente (Jenkins, 2006) marcado por el entendimiento de las redes sociales como metamedios que condicionan la totalidad del panorama periodístico.
En efecto, se precisan piezas periodísticas en la que se aplique la esencia de la profesión, desde la cobertura de los acontecimientos, hasta su publicación en diferentes soportes, pasando por la redacción especializada.
Es decir, ir más allá, incidir en el contexto, los antecedentes y las consecuencias del conflicto, apostando por una proyección real que no se limite a dar datos de un beligerante arremetiendo contra el otro, alimentando una clara visión antirrusa al mundo.
Nazis, ¿por aquí y por allá?
La comunicación está siendo clave. La propaganda difundida a través de las redes ha dado manga ancha a los ultranacionalistas de uno y otro bando. La imposición de sus propias agendas y el control de las narrativas en terreno online mediante diferentes campañas (también de desinformación) catalizan la polarización social y dejan un amplio espacio para fuerzas radicales de extrema derecha que comparten ideas neofascistas y neonazis.
Y es que estos movimientos llevan creciendo en Ucrania desde el golpe parcialmente orquestado organizaciones ultraderechistas en 2014 durante las protestas del Maidán. Asimismo, la escalada de tensiones entre Ucrania y Rusia tras la Guerra del Donbass y la posterior y constante ruptura de los Acuerdos de Minsk se ha traducido en la situación actual: el paso de un conflicto híbrido a una feroz guerra híbrida.
Teniendo en cuenta que “las amenazas híbridas adaptan los modos y los medios a las nuevas realidades estratégicas, que son en gran medida consecuencia de la globalización, de la redistribución del poder dentro de la comunidad internacional, de los avances tecnológicos y de los desarrollos sociológicos” (El concepto de lo híbrido, Guitérrez de León, 2020: 33), nos encontramos ante una guerra de compleja solución en la que los que saldrán ganando no serán los civiles ni de los dos territorios, ni de la esfera internacional.
Lo curioso de esta situación es que desde Occidente se está alimentando al monstruo de la extrema derecha con el punto de mira en tan solo un beligerante, ya sea con conocimiento de causa o no.
Simplemente, con un ligero monitoreo de la opinión pública en plataformas como Twitter se revela que hay una parte de la sociedad que compra el discurso de Ucrania y de los medios occidentales llegando a etiquetar de nazi a Putin. También, hay otra parte más escéptica que se aleja de estas retóricas y se focaliza en que los medios están dando menos cobertura, es decir, en Ucrania, e informándose por canales alternativos (normalmente redes, donde no existe el contraste y la rigurosidad periodística) acusan a Zelenski de nazi.
Ahora bien, atención a la siguiente afirmación: Vladimir Putin y Volodomir Zelenski no son neonazis. Y se alejan bastante de serlo. Pero ambos son estrategas y conocen el potencial de los vínculos con movimientos de extrema derecha. Tanto Ucrania como Rusia instrumentalizan organizaciones y movimientos de corte neofascista para sus intereses.
Los dos los legitiman, e incluso institucionalizan.
Putin y Rusia, ¿dónde hay nazis?
Arranquemos con Rusia. El ultranacionalismo es muy buen aliado del afán expansionista de Putin. Su nostalgia imperialista nunca se fue, pero ha sido motivada todavía más por Occidente y su intento de aumentar su esfera de influencia utilizando unas políticas provocadoras con Ucrania como punta de lanza en la batalla antirrusa.
Además, el líder del Kremlin percibe como una amenaza a su seguridad nacional la occidentalización ucraniana, ya que si la OTAN se termina desplegando en el territorio, un ataque hipersónico alcanzaría Moscú en como mucho 10 minutos. En esta línea, enriquecer el nacionalismo ruso en sintonía con el eurasianismo es una estrategia fundamental para que, en palabras del propio Putin, Ucrania no sea “arrastrada a un peligroso juego geopolítico destinado a convertirla en una barrera entre Europa y Rusia, un trampolín contra Rusia” en el que se hace necesario el concepto “anti-Rusia” respecto al que Putin incide que “nunca aceptaremos”.
Así pues, Putin es el claro ejemplo de que su gobierno y ciertos elementos del fascismo no son excluyentes y que pueden ir de la mano, ya que es consciente de que la complicidad con grupos ultraderechistas pueden ser muy favorables en sus guerras.
Entre sus aliados radicales se encuentran el Movimiento Imperial Ruso y Unidad Nacional Rusa, pero también como ya reveló la BBC Rinaldo Nazzaro, fundador del grupo norteamericano The Base, dirigía su organización desde San Petersburgo.
También, se revela que el Kremlin tiene vínculos con Russki Obraz, un grupo neonazi que ha acudido a diferentes debates televisados en medios controlados por el propio Gobierno de Putin. No obstante, el más controvertido ha sido el Grupo Wagner, un ejército privado abiertamente neonazi al servicio de Kremlin que ha sido condenado por crímenes de guerra en Siria y que se contonea junto a otros mercenarios neofascistas como el Batallón Varyag.
El Grupo Wagner basa su nombre en el apellido del compositor de música acuñado como “el favorito de Hitler” y tiene como figura referencial a Dimitri Utkin, un excoronel ruso amante del combate que muestra orgulloso los símbolos nazis que lleva tatuados. Este grupo comenzó a ganar popularidad en la Guerra del Donbass donde se alinearon con los prorrusos separatistas bajo presunta demanda de Putin.
También apoyaron al aliado del Kremlin en Siria, Bashar al Assad y participaron en otras zonas de alto interés geopolítico del líder ruso como la Guerra de Sudán, la Segunda Guerra Civil Centroafricana, en Libia apoyando a Jalifa Haftar o, incluso han tenido presencia en Venezuela escoltando a Nicolás Maduro.
Diferentes medios de comunicación se hicieron eco de la exclusiva anunciada por The Times de que 400 mercenarios del Grupo Wagner se movilizaron a Ucrania con una lista en mano en la que figuraban sus 23 objetivos a asesinar y entre los cuales se encontraba Zelenski. De hecho, desde el inicio de la guerra Mihail Poldoyak, jefe de de la oficina del presidente de ucrania, ha alentado de varios intentos de asesinato al presidente ucraniano y al menos dos se les atribuye directamente al Grupo Wagner.
Sin embargo, todavía hay más. Ya que la vinculación entre Rusia y los neonazis no es solo militar, Denis Kharitonov, diputado de la DUMA por el Óblast de Astracán con el partido de Rusia Unida (el partido de Putin) también es un mercenario del Grupo Wagner.
A todo esto habría que sumar las amplias relaciones que tiene Putin con la extrema derecha a nivel internacional, especialmente la Europa, con formaciones políticas como Agrupación Nacional de Francia, la Liga de Italia o Fidesz de Hungría, entre otros. Además de que la extrema derecha institucional rusa apoya abiertamente a Putin y la guerra en Ucrania.
Y un largo etcétera. Lo más preocupante de estos enlaces multinivel Neonazis-Putin es que no todos han salido a la luz y que las redes y conexiones son internacionales, si bien se conocen partidos neofascistas de todo tipo en toda Europa que apoyan a Rusia, como es el caso de la Alianza por la Paz y la Libertad (AFP), donde se encuentran partidos como Democracia Nacional (España) o el Partido Nacional Demócrata de Alemania (NPD).
Zelenski y Ucrania, ¿dónde hay nazis?
Continuemos con Ucrania. De lo que más se habla en la esfera mediática occidental es del Batallón Azov, ya que es la unidad operativa en Mariúpol, una de las zonas más afectadas por el contingente, y el grupo que más desarrolladas tiene sus redes propagandísticas desde 2014.
Sin embargo, la realidad es que Ucrania es un paraíso de milicias neonazis. Guste más o menos a la opinión pública o intenten más o menos pasarlo por alto los medios de comunicación. La escalada del conflicto refleja la crisis del sistema internacional post-Guerra Fría y su transformación hacia el mundo multipolar donde se enfrentan los intereses de EEUU y Europa contra la aspiración del orden policéntrico de Moscú y Beijing, lo que ha llevado a que, ante la inviabilidad de enfrentamiento directo por la posible catástrofe nuclear, Ucrania sea el escenario de combate ideal.
Desde los primeros años de independencia del país (años 90), comenzaron a florecer grupos de extrema derecha, consolidándose como potentes herramientas para el conflicto híbrido que estaba en marcha, pues la colaboración de EEUU con elementos neonazis dentro de la coalición gobernante ucraniana, fueron, son y serán un un eslabón fundamental para la propaganda norteamericana en la región.
La anexión de Crimea a Rusia y el conflicto en el Donbass reactivó el sentimiento nacionalista ucraniano para hacer frente a la amenaza rusa impulsando nuevos grupos radicales. El Partido Social-Nacional de Ucrania que cambió de nombre a Partido de la Unión Panucraniana Svoboda (Libertad) en 2005 ha estado operando bajo su ideario de extrema derecha, llegando a representarse con el símbolo de Wolfsangel, un símbolo heráldico alemán que fue utilizado por militares nazis y que está prohibido por el Código Penal en Alemania.
Aunque lo cambiaron también en 2005, sí lo siguió usando Patriotas de Ucrania, una asociación de veteranos, militares y policías registrada en 1996 que se convertiría en el brazo militar del partido desde 1999 hasta 2007. Esta asociación terminaría integrando muy buena parte del Batallón Azov en 2014 junto a personas voluntarias de otros grupos de carácter neofascista.
También, la asociación ultraderechista que durante el mal llamado Euromaidán repartieron ejemplares del Mein Kampf de Adolf Hitler, Sector Derecho ucraniano. Se trata de una plataforma paramilitar que reunió a varios grupos de extrema derecha (White Hammer, Asamblea Social Nacional Ucraniana, Tridente y otros) y que obtuvo mucha fuerza durante la revolución de 2014, empleando la fuerza sin escrúpulos, estando involucrado por ejemplo en la Masacre de Odessa.
Asimismo, en Ucrania se reivindican figuras históricas muy vinculadas con el neofascismo y el propio nazismo como Stepan Bandera. Su Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN) con la que colaboró con el dictador alemán, Adolf Hitler, para combatir a la Unión Soviética, continúa en la esencia de algunos estamentos políticos, pues se transformó Congreso de Nacionalistas Ucranianos, una formación que, en coalición con el bloque de Nuestra Ucrania, llevaron al poder a Viktor Yúshchenko en 2005 (ibid.).
Además, las autoridades de Kiev apoyan el glorificar acciones extremistas, como Zelenski en 2019 que declaró como día de conmemoración del nacionalismo ucraniano el día del nacimiento de Bandera o como su cesión del título de Héroe Nacional con la Orden de la Estrella Dorada a Dmytro Kotsyubail, líder de Sector Derecho.
Por otro lado, encontramos grupos paramilitares radicales. El Batallón Azov es una fuerza neonazi surgida en 2014 en Mariupol que se identifica con el Wolfsangel de las Waffen-SS y el Sol Negro, otro símbolo nazi.
Este grupo paramilitar se incorporó a las fuerzas armadas de Ucrania durante la primera guerra en Donbass y ahora depende del Ministerio de Interior del país, contando con varios miles de efectivos, tras integrarlo en la Guardia Nacional, cuerpo dependiente de Interior. Es decir, a día de hoy se habla de una milicia neonazi institucionalizada y, por tanto, legitimada por el Gobierno ucraniano.
Y es que hasta la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos acusó al Batallon Azov de violar el derecho internacional humanitario tras saqueos, violaciones y torturas a prisioneros en 2016.
Pese a eso, la condescendencia de Zelenski con este grupo ha sido bastante considerable, llegando a condecorar a su comandante o a llevarlos a una videoconferencia con el parlamento griego.
También C14, una organización paramilitar de Svoboda fundada en 2010 que en 2014 se separó del grupo y que fue utilizada como fuerza de choque en Donbass, llegando a integrarse en los cuerpos policiales de Ucrania.
Se rige bajo una ideología extremadamente xenófoba, homófoba, anticomunista, antisindicalista y antirusa a la que se le acusa de reiterados ataques, humillaciones e incluso muertes a la comunidad romaní en Ucrania, mientras las autoridades se muestran pasivas.
Además, C14 ha sido señalado por arremeter, no solo contra los gitanos, sino con el resto de minorías étnicas del país, por atacar a políticos y activistas de izquierdas y se le ha llegado a implicar en el asesinato del periodista Oles Buzina. Su nombre es una dedicatoria al activista neonazi estadounidense David Lane.
Seguido de un largo etcétera, la última a comentar ha reflejado la conexión de Ucrania con el neonazismo. No solo se han apoyado del Batallón Azov, sino que el Gobierno de Zelensky dejó en libertad a los presos de la Unidad Tornado para combatir en el frente a Rusia. La Unidad Tornado es un grupo de ultranacionalistas y neonazis declarados vinculados también al Ministerio de Interior del país que fueron condenados por saqueos, secuestros, torturas, violaciones y pederastia sobre todo en Lugansk.
De hecho, un Informe de Amnistía Internacional recoge los crímenes de guerra en el norte de la región por milicias neonazis vinculadas con la Unidad Tornado, como la Unidad Aída, otra milicia de extrema derecha que continúa activa combatiendo a prorrusos de la zona.
Por supuesto, además de estos grupos, existen muchos otros pequeños grupos neonazis esparcidos por el territorio ucraniano. Estos son solo los más reseñables.
Recopilación de logotipos de grupos neonazis en Ucrania
Menos abogados y más periodismo real
En tiempos de guerra, ¿todo vale? ¿Incluso la impunidad? Lo último que se conoce con respecto al Batallón Azov es que a través de su canal de Telegram han filtrado torturas y detenciones a pacifistas y activistas de izquierdas. Por ello, llama la atención que, como bien informó Reuters que tras el estallido de la Guerra de Ucrania las redes sociales como Facebook y Twitter volvieran a permitir elogios y representaciones de Azov.
El batallón, había sido censurado porque se consideraba como una organización peligrosa al difundir discursos de odio y de hecho, Twitter, alentó de que su contenido violaba las políticas de la compañía, pero que ahora daban permisividad por el “interés público”.
Y es que, mientras que tanto en el ecosistema digital como mediático se está vetando el discurso ruso para evitar la propaganda del bando invasor, de forma simultánea se está dando permisividad desmedida a la retórica ucraniana. Es un hecho que hay una instrumentalización de grupos neonazis por parte de los dos beligerantes y que el problema no es que se de voz y se muestre la realidad de la guerra y lo que supone tal vulneración del derecho internacional como es la invasión de Rusia.
El problema real es que se están dejando huecos a este tipo de organizaciones y a los tentáculos del ideario ultranacionalista de las extremas derechas que, muy lejos de favorecer la libertad, el sistema democrático, los derechos humanos, las libertades civiles y todos esos valores que tanto se abandera Occidente, los está erosionando por un juego de intereses imperialistas.
Con el paso de los días vamos viendo cómo se favorecen radicalizaciones de este tipo, que afectan, no solo a los ciudadanos que sufren la propia guerra, sino que de forma indirecta y directa, repercuten al conjunto de la sociedad internacional. La polarización está a la orden del día y no solo en la zona del conflicto entre los partidarios de Putin y los partidarios de Zelenski en Ucrania, sino también en Occidente.
No es extraño escuchar señalamientos a esos abogados del diablo que no defienden a capa y espada a Zelenski o que condenan que el Presidente haya caído en la institucionalización y legitimación de milicias neonazis. Tampoco es raro sufrir acusaciones de ser partidario de Putin por el mero hecho de enfatizar en la jugada maestra de EEUU mediante la instrumentalización de las redes sociales, el juego del soft power y su acaparación mediática para imponer sus narrativas.
En Occidente no se quiere alimentar la maquinaria de propaganda rusa que justifica su invasión por la búsqueda de defender sus fronteras o por el objetivo de “limpiar” de nazis una región que cuenta con un gran porcentaje de prorrusos que quieren independizarse de Ucrania. Sin embargo, en muchas ocasiones evadir la realidad supone alimentar a uno de los bandos.
Es un hecho que existen neonazis en Ucrania, al igual que en Rusia. Quizás la función del periodismo, en este caso, no sea posicionarse y hacer de abogado de uno de los bandos. La esencia profesional de la cobertura de conflictos tan complejos y polarizantes como el que estamos viviendo en la actualidad es tan simple como el siguiente símil simplificado: si un Putin afirma rotundamente que está lloviendo y Zelenski lo evade de forma exhaustiva, el deber del periodista, en ningún caso, es hacer de altavoz de los dos o, como está ocurriendo, centrarse en las afirmaciones del líder ucraniano.
Periodistas y medios tienen que abrir la ventana, atreverse a saltar, hablar con gente y contar la realidad: llueve. Y mucho. En los dos bandos.
Aunque esto no va de quién es el abogado de quién. No va de bandos. Este juego va más allá de apuntar con el dedo al culpable. Va de que en una guerra híbrida cuya mayor herramienta y arma es el control del discurso en todas sus formas, nuevamente, los intereses de las potencias y de las élites se sobreponen a las necesidades básicas de una sociedad de vivir en armonía y con pleno respeto de sus derechos fundamentales.
Porque, al fin y al cabo, quiénes pagan los males de todo conflicto acaban siendo las familias y quienes se están beneficiando de este en concreto no son ni siquiera los propios países combatientes, ni sus aliados. Los únicos que saldrán ganando de esta guerra serán los radicales de la derecha, los ultranacionalistas y, como estamos viendo, los movimientos que ya deberían estar extinguidos: los afines al neonazismo.