Las contadas encuestas realizadas sobre la creación de dinero indican que la gran mayoría de los ciudadanos desconoce por completo el sistema monetario actual.

En palabras del Banco de Inglaterra: “La mayoría del dinero en la economía moderna es creado por los bancos comerciales al hacer préstamos” (con descripciones equivalentes de la FED y el Bundesbank).

Alrededor del 95 % del dinero es creado como deuda con interés por los bancos privados. Quienes fueran gobernadores del Banco España, Miguel Ángel Fernández Ordoñez, y del Banco de Inglaterra, Mervyn King, durante la crisis mundial de 2008 lo explican en sus respectivos libros de reveladores títulos: Adiós a los bancos y El fin de la alquimia.

 

Crear dinero como “polvo de hadas”

 

Pese a ser el dinero la savia de la economía, su creación se estudia sólo superficialmente en las facultades de Economía, no se trata en absoluto en los medios de comunicación y no forma parte del debate público.

El banquero y economista alemán Richard Werner realizó una demostración empírica del proceso en 2014, concluyendo: “Este estudio establece por primera vez de forma empírica que los bancos crean individualmente dinero de la nada como ‘polvo de hadas’”.

Solamente algunas escuelas económicas heterodoxas han tratado el tema. La Escuela Austriaca de Economía, la Teoría Monetaria Moderna, e investigadores que abogan por un sistema de “dinero soberano” (como J. Huber), dentro del Movimiento Internacional por la Reforma Monetaria (con Positive Money como organización más influyente).

En un sistema en el que casi todo el dinero se crea como deuda con interés, es necesaria la creación de más deuda para pagar los intereses. Esto conduce inexorablemente a una espiral de deuda con crecimiento exponencial. Así ha ocurrido desde la década de 1970, coincidiendo con el abandono del patrón oro y la posterior desregulación de los mercados financieros, como muestra el gráfico.

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La deuda global representa actualmente más de tres veces el PIB mundial. Los países tienen la necesidad de crecer exponencialmente para intentar devolver esa deuda impagable, logrando, en tal caso, pagar solo los intereses que vencen anualmente a costa de seguir endeudándose (por ejemplo, 31 275 millones de euros en los presupuestos generales del Estado español de 2023 destinados a tal efecto), sin posibilidad alguna de devolver el principal.

 

Interés y acumulación de poder

 

Además de implicar un crecimiento exponencial de la deuda, el interés supone el principal mecanismo de acumulación de riqueza y poder por parte de los agentes privados que tienen la potestad de crear dinero.

El artículo “¡Es el interés, estúpido! Por qué los banqueros gobiernan el mundo” (basado en el libro Occupy Money de Margrit Kennedy) explica cómo un 35-40 % del precio de cada producto o servicio que adquirimos corresponde a intereses pagados a los bancos por los agentes involucrados en cualquiera de las etapas de su producción (extracción de materia prima, manufactura, transporte, almacén, venta, etc.), que lógicamente repercuten en el precio final del producto. Incluso las personas que no tienen deuda alguna transfieren a los bancos gran parte de riqueza solo por formar parte de este sistema monetario.

 

No se puede no crecer

 

Las consecuencias ecológicas y sobre el cambio climático del actual sistema monetario se recogen en sendos informes de Bernard Lietaer y Richard Douthwithe.

En primer lugar, el sistema demanda a países y empresas un crecimiento exponencial para satisfacer una deuda que crece a ese ritmo. Para ello requieren una producción de recursos y consumo de energía exponenciales, lo que a su vez provoca la generación exponencial de desechos en suelos, aguas y atmósfera que están superando ya los límites que el planeta puede asumir. En particular, la emisión de gases de efecto invernadero (principalmente CO²) que impulsa el cambio climático de forma también exponencial.

Los bancos también tienen el poder de elegir a quien prestan dinero con la única motivación de maximizar el beneficio. Así, gran parte del flujo monetario recién creado se dirige hacia actividades especulativas y contaminantes por el gran beneficio económico que generan. Entre estas actividades destacan todas las relacionadas con energías fósiles.

En el documento de la ONU On the Role of Central Banks in Enhancing Green Finance se puede leer: “La provisión de crédito por parte de los bancos a actividades socialmente indeseables –como las empresas de producción intensa de CO² o altamente contaminantes– puede caracterizarse como un fallo del mercado de crédito […] Aquí radica la discordancia entre la búsqueda legítima de intereses privados por los bancos comerciales –que crean la mayor parte de la oferta monetaria– y los objetivos de desarrollo que una sociedad establece para sí misma”.

Además, la supeditación de los graves problemas ambientales a los ciclos de expansión-burbuja y de contracción-crisis propios de una economía volátil e inestable dificulta enormemente la aplicación de medidas y estrategias ambientales a largo plazo.

 

Desigualdad creciente

 

Este sistema provoca una desigualdad cada vez mayor en el reparto de la riqueza. Por un lado, genera una élite financiera dominante que secuestra los países con el arma de la deuda, lo que provoca una ausencia de democracia real y falta de control sobre las grandes corporaciones responsables de la mayor parte del consumo energético y de los vertidos de desechos y de gases de efecto invernadero. En el otro extremo, genera pobreza, miseria y economías extremas en las personas y países incapaces de pagar la deuda, que no tienen tiempo ni recursos para preocuparse de los problemas ambientales y el cambio climático.

 

Una solución posible

 

Se proponen diversos modelos económicos alternativos (decrecimiento, postcrecimiento, economía verde, etc.) para paliar la crisis climática y ambiental. Sin embargo, estos modelos nunca nunca podrán funcionar a escala global si no abordan la causa última de la necesidad de crecimiento perpetuo.

Una solución posible se puede formular así: que el sistema funcione como la gran mayoría de la población piensa que funciona. Que solo los bancos centrales emitan el nuevo dinero libre de deuda e interés y los bancos privados sean intermediarios entre los bancos centrales y los ciudadanos: gestionando nóminas, recibiendo ahorros, concediendo préstamos (con dinero existente previamente) y cobrando las correspondientes comisiones o intereses por esos servicios.

Ya se debatían propuestas parecidas hace un siglo, como en el Plan Chicago de Irving Fisher, que abogaba por un sistema de reserva 100 % (que los bancos tengan previamente el 100 % del dinero que prestan). Gracias a él se controlarían los ciclos, se eliminarían las bancarrotas y habría una enorme reducción de la deuda pública y privada. Dicho plan fue revisado por el FMI en 2012 concluyendo: “Encontramos apoyo para cada una de las hipótesis de Fisher”.

Actualmente existen asociaciones en varios países (agrupadas en el International Movement for Monetary Reform) con logros reseñables:

Por otro lado, muchos bancos centrales están estudiando e implementando proyectos piloto sobre monedas digitales de los bancos centrales y varios autores abogan por ellas (como Joseph Huber en su libro The Monetary Turning Point. From Bank Money to Central Bank Digital Currency (CBDC).

Estas propuestas suponen la gran oportunidad actual de cambio hacia un sistema monetario más justo, democrático, estable y eficiente que no exija un crecimiento perpetuo. Solo así podemos afrontar el cambio climático y reducir significativamente la enorme huella ambiental en el planeta.The Conversation

Julen Bollain, Mondragon Unibertsitatea; Alvaro Perales Eceiza, Universidad de Alcalá y Fernando Valladares, Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC)  /  The Conversation