Durante las últimas dos décadas, el término “Antropoceno” ha aparecido en múltiples titulares, documentales, pódcast y revistas de investigación, tanto de ciencias naturales como de humanidades y ciencias sociales. A menudo se ha utilizado informalmente como una nueva “época geológica” donde el ser humano es el principal agente de transformación del planeta. El cambio climático antropogénico, la acidificación de los océanos y la pérdida de biodiversidad son algunos síntomas que lo ilustran.
Sin embargo, nunca estuvo claro cuándo y dónde comenzaron estos efectos sobre el planeta desde el punto de vista estratigráfico, es decir, cuál era su huella en los sedimentos. De ahí que, después de 15 años de investigación no exenta de crítica, el Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno propusiera fijar formalmente su comienzo en el año 1952. La elección de esta fecha específica se basó en la posibilidad de identificar los radionucleidos esparcidos por las bombas de hidrógeno detonadas en aquel momento como un marcador quimioestratigráfico fiable.
Pues bien, dicha propuesta fue rechazada el pasado 4 de marzo de 2024. Doce de los dieciocho miembros de la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario, comité encargado de aceptar modificaciones en el ordenamiento del periodo más reciente de la Tierra, votaron en contra, según informó el New York Times. Su conclusión ha sido clara: con los estándares utilizados para definir unidades de tiempo geológico no se puede dar por terminado el Holoceno y considerar estar viviendo una época diferente.
Como filósofo e historiador de la ciencia, he investigado de cerca la labor del Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno desde su establecimiento en 2009 hasta el presente. En mis estudios, he mostrado cómo este proyecto ha generado tensiones en la comunidad estratigráfica. Muchos sostienen que la propuesta de formalizar una época que abarca apenas 75 años tendría un impacto negativo tanto en el ámbito científico como en el social, político y cultural.
Los orígenes del término
Uno de los aspectos que ha causado mayor controversia es el hecho de que el Antropoceno no fuera propuesto desde la geología, como podría imaginarse, sino que fue mencionado espontáneamente por el químico atmosférico Paul Crutzen en el año 2000.
Este científico holandés fue galardonado con el Premio Nobel de Química por sus contribuciones al entendimiento de la destrucción de la capa de ozono estratosférico y además fue uno de los líderes científicos de la nueva ciencia del sistema Tierra.
Este nuevo paradigma trajo como novedad la comprensión de la Tierra como un único sistema autorregulado, integrando los distintos subsistemas que venían estudiándose por separado –la atmósfera, hidrosfera, biosfera, etc.– y estudiando los fenómenos que emergen en sus interacciones.
Desde ese momento, el término comenzó a popularizarse encapsulando una idea disruptiva: el sistema Tierra había entrado en un estado de funcionamiento no análogo a ningún tiempo anterior, incluyendo hechos como la alteración de ciclos biogeoquímicos, el aumento de la contaminación por plástico y otros residuos sólidos y la contaminación del aire, agua y suelo debido a la actividad industrial y urbana, entre otros. Todo quedó sintetizado en la Declaración de Amsterdam en 2001 sobre la recién constituida ciencia del sistema Tierra.
Mientras tanto, para la geología –disciplina que tradicionalmente se encarga de ordenar la historia de la Tierra– los seres humanos hemos estado viviendo en el Holoceno desde que finalizó la última glaciación, es decir, alrededor del año 9700 a. e. c. Esta época se ha caracterizado por un clima relativamente estable y un entorno propicio para el desarrollo de la civilización humana tal como la conocemos hoy en día.
Crutzen propuso, no obstante, que un nuevo tiempo humano había comenzado con la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII –hecho evidenciado bajo el paradigma de la ciencia del sistema Tierra– y cuyo inicio quizás podría fijarse con eventos como la invención de la máquina de vapor en 1769 por James Watt.
La propuesta se hizo tan popular que pocos años después, en 2008, llamó lo suficiente la atención a la comunidad estratigráfica como para iniciar un proyecto para convertir el Antropoceno de un término informal a una época geológica formal con todas las letras.
En busca de un límite estratigráfico
Desde su formación, el grupo ha investigado distintas opciones para fijar el comienzo exacto del Antropoceno, siendo alrededor de 1950 la alternativa finalmente más respaldada, una idea que fue promovida inicialmente con la publicación de los gráficos de la llamada “gran aceleración del siglo XX”.
Estos gráficos reflejaban la abrumadora evidencia del punto de inflexión tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, donde el impacto humano en el sistema Tierra aumentó de forma exponencial en múltiples variables.
En este momento histórico, radioisótopos como el plutonio-239, el cesio-137 o el estroncio-90 fueron dispersados por todo el planeta debido a las pruebas de bombas termonucleares realizadas a principios de la década de 1950. Estos isótopos radiactivos se depositaron en sedimentos marinos, suelos, plantas y otros registros geológicos.
De hecho, el pico de plutonio en los sedimentos del lago Crawford cerca de Toronto, Canadá, fue seleccionado como el “clavo dorado” para marcar el inicio del Antropoceno, proporcionando inicialmente una evidencia bastante clara para formalizar un cambio de época.
Entonces, ¿por qué se ha descartado formalizarlo?
A pesar de que el Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno ha argumentado que hay cambios irreversibles a escala geológica causados por la actividad humana en la superficie terrestre, fuera del rango de variablidad natural del Holoceno, varios expertos de la subcomisión encargada de evaluar la proposición afirman que su definición es demasiado limitada.
Según Philip Gibbard, geólogo de la Universidad de Cambridge, la proposición “sugiere que, en el lapso de mi propia vida, los cambios que están afectando al planeta aparecieron de repente”. En una reunión interna, ha afirmado que ha sido rechazada porque “de hecho, los humanos han estado influyendo en el medio ambiente natural durante 40 000 años”.
Otro tanto da a entender Jan A. Piotrowski, miembro del comité, para quien lo sugerido “limita, confina y estrecha toda la importancia del Antropoceno”. En concreto, se pregunta: “¿Qué estaba ocurriendo durante el inicio de la agricultura? ¿Qué hay de la Revolución Industrial? ¿Qué pasa con la colonización de América, de Australia?”.
Además, suponiendo que esta primera evaluación hubiera sido superada, aún hubieran quedado obstáculos difíciles de superar. Stanley C. Finney, secretario general de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas y quien ya había calificado la propuesta de más política que científica, critica que desde el principio se asegurara una categorización como “época” y se ignoraran o contrarrestaran propuestas para una designación menos formal del Antropoceno.
Si hubieran hecho su propuesta formal antes, podrían haber evitado mucho tiempo perdido, agrega Finney: “Habría sido rechazada 10 años antes si no hubieran evitado presentarla a la comunidad estratigráfica para su consideración cuidadosa”.
En resumidas cuentas, algunas de las principales razones del rechazo tienen relación con tratar de establecer un inicio en una fecha tan reciente y con muestras demasiado superficiales como para representar ampliamente el impacto humano en los estratos y equipararlo a los grandes cambios epocales que ha experimentado la Tierra en millones de años.
De todas maneras, las discusiones sobre un posible tiempo geológico de impronta humana aún no han terminado, aunque los defensores del Antropoceno ahora tendrán que esperar una década antes de que su propuesta pueda ser considerada nuevamente. Es probable que el término siga siendo utilizado informalmente. También es posible que se acepte el concepto en la categoría de “evento geológico”, como se ha sugerido últimamente al ser una opción menos comprometida.
Pero lo que es bastante improbable es que en un futuro próximo se declare oficialmente que habitamos en la época geológica del Antropoceno.