Psicólogos trabajan para entender los elementos cognitivos, ideologías, demandas culturales y creencias de conspiración que hacen que personas inteligentes no crean en la labor científica.
Utilizando encuestas, experimentos, estudios observacionales y metanálisis, los científicos han capturado una frontera teórica emergente con el objetivo de que los esfuerzos de comunicación científica sean más inteligentes y efectivos.
Una característica destacada de las personas que tienen puntos de vista escépticos sobre la ciencia es que a menudo están igual de bien formados e interesados en la ciencia que el resto de nosotros. El problema no se trata de si están expuestos a la información, sino de si la información se procesa de manera equilibrada.
Se manifiesta en lo que el investigador Matthew Hornsey, de la Universidad de Queensland, en Australia, describe como "pensar como un abogado", cuando la gente selecciona cuidadosamente a qué partes de la información presta atención "para llegar a las conclusiones que quieren que sean verdad".
En este sentido, el coautor Troy Campbell, de la Universidad de Oregón, en Estados Unidos, explica que se dieron cuenta de que las personas toman una parte de los hechos para proteger todo tipo de creencias, incluyendo sus creencias religiosas, políticas e, incluso, simples creencias personales. A ello, el experto Dan Kaha, de la Universidad de Yale, Estados Unidos, añade que "la deposición es interpretar evidencia en formas congruentes con la identidad, no congruentes con la verdad, un estado de desorientación que es bastante simétrico en todo el espectro político".
Simplemente hablar de "evidencia" o "datos" no suele cambiar el pensamiento de un escéptico sobre un tema en particular, ya sea el cambio climático, los organismos genéticamente modificados o las vacunas. Las personas utilizan la ciencia y los hechos para apoyar su opinión particular y minimizar las cuestiones con las que no están de acuerdo. "Donde hay un conflicto sobre los riesgos sociales –desde el cambio climático a la seguridad de la energía nuclear hasta los impactos de las leyes de control de armas– ambas partes invocan el abrigo de la ciencia", dice Kahan.
"En nuestra investigación, encontramos que la gente trata los hechos como más relevantes cuando los hechos tienden a apoyar sus opiniones –apunta Campbell–. Cuando los hechos están en contra de sus opiniones, no niegan necesariamente los hechos, pero dicen que los hechos son menos relevantes".
Adaptar el mensaje científico a la motivación
Un enfoque para tratar el escepticismo de la ciencia es identificar las motivaciones subyacentes o "raíces de actitud", como Hornsey describe en una investigación reciente. "En lugar de tener en cuenta las actitudes superficiales de la gente directamente, hay que adaptar el mensaje para que se alinee con su motivación. Así que, con los escépticos del clima, por ejemplo, se debe averiguar con qué pueden ponerse de acuerdo y, a continuación, enmarcar los mensajes climáticos para que se alineen con ellos", propone.
La reciente investigación de Kahan muestra que el nivel de curiosidad científica de una persona podría ayudar a promover un compromiso más abierto. Su equipo encontró que las personas que gozan con los resultados sorprendentes, incluso si son contrarios a sus creencias políticas, están más abiertos a la nueva información. Como señalan Kahan y sus colegas, sus hallazgos son preliminares y requieren más investigación.
Hornsey, Campbell, Kahan y Robbie Sutton, de la Universidad de Kent, en Reino Unido, presentan sus investigaciones este sábado en el simposio Rejection of Science: Fresh Perspectives on the Anti-Enlightenment Movement enmarcado en la Convención Anual de la Sociedad para la Personalidad y la Psicología Social (SPSP, por sus siglas en inglés), que se celebra en San Antonio, Estados Unidos.