Ocurrió en septiembre de 2019. En silencio y sin llamar la atención del mundo, por entonces el gobierno de Estados Unidos le bajó el pulgar: puso fin a la financiación del Proyecto Predict, una red de de vigilancia global compuesta por 31 equipos de científicos y científicas que desde hacía diez años buscaban virus desconocidos capaces de saltar de animales a humanos y desatar una pandemia.
Lo hacían en todas partes, en especial en mercados de venta de carne de animales exóticos o bosques arrasados por la agricultura, es decir, puntos críticos donde humanos y la vida silvestre —como murciélagos, monos, camellos— se entremezclan. Desde su creación tras el brote de gripe aviar en 2005, la iniciativa había identificado más de mil nuevos virus, una fracción ínfima de los 827 mil patógenos que se cree que circulan en poblaciones animales con el potencial de causar una crisis planetaria.
Cuatro meses después, el 7 de enero de 2020, investigadores chinos anunciaron el descubrimiento de un nuevo tipo de coronavirus, responsable de los casos de neumonía en la ciudad de Wuhan. Lo que siguió es historia conocida.
“Científicas y científicos han avisado sobre la posibilidad de una pandemia desde hace ya varios años y no les han prestado atención”, cuenta a SINC Christopher Golden. Este epidemiólogo estadounidense es uno de los “detectives de enfermedades” con la mente puesta en la próxima pandemia: virólogos/as, biólogos/as, ecólogos/as, veterinarios/as de campo buscan descubrir el kilómetro cero, el punto de inicio de una nueva crisis global, y reconstruir la red de vigilancia global desmantelada por la administración Trump.
“Es crucial identificar estos nuevos patógenos antes de que salten a poblaciones humanas”, indica este investigador de la Escuela de Salud Pública de Harvard, protagonista del especial Rastreadores de virus, que emitió National Geographic España el 29 de noviembre.
¿Qué sitios investigaron junto a los científicos de la EcoHealth Alliance (que en su momento formó parte del proyecto Predict)?
Por ejemplo, fuimos a Liberia, en la costa oeste de África. Nos internamos en la selva y en los mercados de carne. Cada vez que tienes poblaciones que dependen de la caza de animales silvestres para alimentarse, tienes el riesgo de la transmisión de enfermedades. Estuvimos en el lugar preciso donde se identificó el virus del Ébola, que se introdujo en la población humana por contacto estrecho con secreciones de chimpancés y otros animales infectados.
Protegidos de pies a cabeza con trajes blancos, guantes y máscaras, también estudiamos poblaciones de murciélagos en cuevas en Turquía visitadas desde hace años por lugareños que bajan para recolectar el guano, un rico fertilizante agrícola. Algunas de estas especies de murciélagos han sido identificadas como fuentes del coronavirus que provoca el Síndrome respiratorio por coronavirus de Oriente Medio (MERS). Se habría transmitido de murciélagos a camellos y a humanos.
¿Qué es lo que hacen ahí?
Investigadores e investigadoras del equipo como Jim Desmond, Kendra Phelps y Supaporn Wacharaplusadee recogen muestras de heces y orina de murciélagos. También atrapan murciélagos en redes largas con filamentos con el fin de tomar muestras de sangre de sus venas, teniendo cuidado de no ser mordidos, en busca de posibles virus letales. Luego los dejan ir, ilesos. Cuanto mejor podamos documentar los patógenos que circulan en las comunidades salvajes, mejor nos podemos preparar para una situación de contagio.
Efecto dominó
¿Cuál es el curso de acción si el equipo encuentra un virus capaz de saltar a los humanos con potencial pandémico?
Primero, los/las investigadores/as buscan comprender si estos virus tienen la capacidad de infectar células humanas. Cuanto antes tengamos secuenciado el genoma de un virus, más rápido se puede enviar esa información a los desarrolladores de vacunas. Así no nos encuentra una pandemia con la guardia baja, como sucedió con la actual crisis de Covid-19. Estos no son problemas aislados de un país. Está en riesgo la salud global. Casi dos tercios de las enfermedades humanas se originan en animales. El mundo animal con el que interactuamos está repleto de patógenos que nuestro sistema inmunitario nunca ha experimentado. Solo basta que uno se filtre sin ser detectado para provocar una crisis como la provocada por el virus del Nilo Occidental, SARS, MERS, Ébola y la pandemia actual de COVID-19.
¿Por qué cree que las sociedades tienden a culpar a murciélagos, pangolines, camellos, cerdos, ratas o visones por estos brotes, en lugar de considerar estas crisis consecuencia directa de la actividad humana como el tráfico de animales o la deforestación?
Creo que hay una falta de responsabilidad, de hacernos cargo cuando se trata de estas enfermedades. Es un error culpar a los animales. Debemos actuar como sociedad para ayudar a prevenir estos peligros. Necesitamos pensar formas efectivas de mitigar la posibilidad de estas transmisiones, ya sea regulando o minimizando la industria minera y maderera, frenando la deforestación, la expansión de la agricultura y la producción ganadera; actividades que son dañinas para el ambiente y que también representan un riesgo para la salud humana.
Podemos minimizar el riesgo de futuros brotes de enfermedades si estableciéramos mejores prácticas agrícolas para que las personas no necesiten continuar expandiéndose sobre los hábitats silvestres. También, se podría legislar contra tráfico de animales que incita que las personas vayan al bosque y recolecten más y más vida silvestre.
En realidad, no se trata de eliminar un animal específico o eliminar la conexión con una región sino crear un entorno armonioso entre las poblaciones y la naturaleza.
Vigilancia permanente
Además de sitios como Liberia o Turquía, ¿dónde deben los científicos y científicas buscar estos virus con potencial pandémico?
En todos lados. La mayoría de la gente piensa erróneamente que el salto de un virus de animales a humanos solo ocurre en lugares exóticos o remotos como en las selvas de África o los mercados de Asia. El sistema de vigilancia debe prestar atención a lo que ocurre en todas partes del mundo: puede ocurrir en una granja de cerdos en México, en una de pollos en Estados Unidos, en Malasia o Bangladesh, en criaderos de visones en Dinamarca o Francia. Cualquier tipo de interacción entre humanos y animales presenta cierto tipo de riesgo. Debemos prepararnos ya para la próxima pandemia.
¿Cree que debido a la pandemia actual cambiará la concepción social que se tiene de los virus?
Creo que uno de los beneficios de la pandemia es que la gente realmente está reconociendo esta relación entre el medio ambiente y la salud humana. Muchos están empezando a tomar conciencia de la conexión entre salud pública y salud planetaria. Lo que hacemos al ambiente puede tener consecuencias que terminarán afectando nuestro bienestar. Tiene un impacto tangible. Con suerte, la pandemia a muchas personas les ha abierto los ojos.
Estados Unidos ha fracasado enormemente en el liderazgo de la crisis. Necesitamos ejercer nuestro derecho al voto, para colocar a las personas en posiciones de poder que respeten la ciencia, comprendan la ciencia y puedan ayudar a tomar decisiones y actuar con base en evidencias.
¿Piensa que los políticos les prestarán más atención a los "cazadores de virus"?
Sí y no. Después de estas crisis, usualmente vemos fondos dirigidos a vacunas y tratamientos para enfermedades específicas pero suelen ignorar los factores de riesgo subyacentes que conducen a la aparición de pandemias como la de Covid-19. Es necesario que haya financiamiento para sistemas orientados a mitigar el riesgo de aparición de enfermedades en el futuro de una manera amplia.
En sus diez años, el proyecto Predict tuvo un presupuesto de alrededor de 207 millones de dólares. Casi nada comparado con los costos globales de la actual pandemia: el FMI estima el costo global de Covid-19 en 28 billones de dólares en producción perdida. ¿Cuál es su mayor temor con respecto a los virus?
Creo que mi mayor temor con respecto a esta pandemia actual es que continuemos sin tomar estos eventos en serio como deberíamos y que perdamos tiempo para salvar y proteger vidas humanas.
En Liberia aprendieron de su experiencia con el virus del Ébola. Eso les ayudó a mitigar el impacto del virus actual. Cuando visitamos el país, había estaciones para lavarse las manos en frente de cada edificio. Todos llevaban máscaras. Y es por eso que han tenido una tasa de casos tan baja; debido a su experiencia pasada. Espero que no seamos tan arrogantes como para ignorar las lecciones que este virus nos está enseñando de una manera muy dolorosa.
Usted suele usar la palabra “solastalgia” para aludir a la destrucción de la naturaleza. ¿Qué significa?
Es un término acuñado en 2005, el filósofo Glenn Albrecht. La palabra se refiere al malestar emocional causado por presenciar la degradación ambiental, un sentimiento de impotencia y pérdida de certeza sobre el futuro. Estamos experimentando desesperación, estrés, ansiedad y depresión que surgen de la rápida transformación del entorno que nos rodea.
Creo que lo que el coronavirus nos ha enseñado es lo conectado que está el mundo. Creemos que la deforestación o los incendios forestales no nos afectan porque estamos lejos, porque no sucede en nuestro patio trasero. Y eso no es cierto. Estos eventos globales masivos son de vital importancia para que las personas comprendan su propio papel en el mundo