No cabe duda alguna de que una de las medidas sanitarias que mayor beneficio ha aportado a la humanidad han sido las vacunas. Previenen enfermedades que antes eran responsables de grandes y letales epidemias contra las que no teníamos remedios efectivos, más allá de sangrías “infalibles” o de poner sapos o sanguijuelas sobre la dolorosa hinchazón en los nódulos linfáticos para, según las creencias tradicionales, “rebalancear los humores”.
Además, digan lo que digan los peligrosos movimientos antivacunas, es indiscutible que la vacunación beneficia tanto a las personas vacunadas como a las personas no vacunadas y susceptibles que viven en su entorno.
Suerte que, bajo el auspicio y buen hacer de la Organización Mundial de la Salud, se desarrollan distintas iniciativas con un objetivo común: contrarrestar la expansión y efectos del movimiento contra la inmunización que está detrás del número creciente de casos de enfermedades casi erradicadas como el sarampión en nuestro entorno. Sin ir más lejos, el gobierno italiano decidió prohibir la escolarización de aquellos niños a los que sus padres obstaculizaran vacunarse.
Echando la vista atrás, ¿a quién debemos el descubrimiento, desarrollo y aplicación de la inmunización en humanos? ¿Cómo es que nuestra especie sobrevive y se perpetúa en un entorno tan “beligerante” y lleno de patógenos oportunistas como nuestro querido planeta Tierra?
El hombre que más vidas ha salvado en la historia
En la National Portrait Gallery de Londres se expone un retrato al óleo de un médico rural pintado en 1803 por un pintor e historiador del arte inglés llamado James Northcote (1746-183). El personaje en cuestión, con un ligero aire complaciente, aparece sentado en su despacho justo en el momento de hacer un receso en su labor intelectual. Se trata ni más ni menos que de Edward Jenner, reconocido como padre de la Inmunología (disciplina dentro de la Biología que se ocupa del estudio de todos los mecanismos fisiológicos de defensa de la integridad biológica del organismo).
Se podría decir que Jenner es el hombre que, con su trabajo, ha salvado más vidas en la historia de la humanidad. No en vano fue el creador de un nuevo método revolucionario para prevenir la viruela denominado inmunización.
Pero la historia de la vacunación no empieza con él extrayendo material de pústulas de viruela de vaca. Antes de que Edward Jenner irrumpiera en escena, una aristócrata, viajera y escritora británica de nombre Lady Mary Wortley Montagu supo de un método basado en hacer incisiones en la piel a una persona que nunca hubiera contraído la enfermedad y aplicarle el líquido de una pústula de viruela de otra persona levemente enferma.
A su regreso a Inglaterra, Wortley le pidió a un cirujano escocés, el Doctor Charles Maitland, que tratara a su propia hija pequeña –de sólo dos años de edad– aplicando este método.
Por lo general, así se provocaban casos leves de viruela en el receptor. Y teóricamente, la persona quedaba protegida contra la viruela durante el resto de su vida. Sin embargo, en ocasiones los resultados eran fatales. Concretamente, entre el dos y el tres por ciento de quienes eran tratados o virulados morían (en contraste con el 20 a 30% que moría después de contraer la viruela de manera natural).
Además, una vez infectadas las personas podían transmitir la enfermedad a otros, acusando a los seguidores de estas prácticas de propagadores de la plaga de la viruela que, a finales del siglo dieciocho, en ausencia de tratamiento, causaba una gran mortalidad. Se estima que solo en el siglo XX, 300 millones de personas murieron a causa de la viruela.
Las lecheras inmunes inspiraron a Jenner
Después de Wortley sí llegó el turno de Edward Jenner. Comenzó su vida profesional a los trece años, al servicio de un cirujano con el que permaneció hasta los veintiuno. Fue entonces cuando se trasladó a Londres para continuar con su formación como médico. En 1773 regresó a Berkeley, su ciudad natal, para abrir una consulta local, en la que adquirió un cierto prestigio.
Conocedor de los resultados no del todo exitosos de Lady Mary Wortley Montagu y un tal Charles Maitland, Jenner observó unas pústulas de carácter benigno en las manos de algunas lecheras. Entre ellas Sarah Nelmes, a quien su vaca Blossom había contagiado de viruela bovina (Variola vaccina en latín), que provocaba erupciones semejantes a las que produce la viruela humana.
Lo interesante es que Jenner se dio cuenta de que, por lo general, las ordeñadoras que sufrían este contagio luego quedaban a salvo de enfermar de viruela común. Es decir, se hacían inmunes. Fue así como Jenner ató cabos y tuvo la genial idea de inocular a una persona sana con la viruela de las vacas para conferirle inmunidad frente a la peligrosa epidemia. El primer "voluntario" fue un niño de 8 años llamado James Phipps.
Jenner describió su primer experimento de inmunización así:
“Para observar mejor cómo evolucionaba la infección, inoculé la viruela vacuna a un niño sano de ocho años. La vacuna procedía de una pústula del brazo de una ordeñadora, a quien había contagiado la vaca de su señor. El 14 de mayo de 1796 se la inyecté al niño a través de dos cortes superficiales en el brazo, cada uno de los cuales tenía la anchura de un pulgar. El séptimo día se quejó de pesadez en el hombro; el noveno, perdió el apetito, tuvo algo de frío y un ligero dolor de cabeza; durante todo el día se encontró enfermo y pasó la noche inquieto, pero al día siguiente volvió a encontrarse bien. La zona de los cortes evolucionaba hacia la fase de supuración, ofreciendo exactamente el mismo aspecto que adquiere la materia virulosa. Para cerciorarme de que el niño, levemente infectado por la viruela vacuna, había quedado realmente inmunizado contra la viruela humana, el 1 de julio le inyecté materia virulosa que había extraído con anterioridad de una pústula humana. Se la apliqué profusamente mediante varios cortes y punturas, pero no dio lugar a ningún ataque de viruela. En los brazos aparecieron los mismos síntomas que provocan las sustancias virulosas en los niños que han sufrido variola o viruela vacuna. Al cabo de unos meses, le volví a inocular materia virulosa, que en esta ocasión no produjo ningún efecto visible en el cuerpo”.
Aunque la Royal Society de Londres rechazó el informe de resultados que Jenner redactó tras sus investigaciones, y pese a que muchos de los científicos de la época se le opusieron tras calificar sus prácticas de “anticristianas”, sus esfuerzos para el desarrollo de la vacuna de la viruela han pasado a la historia y han evitado un número inimaginable de muertes desde aquel entonces.
22 huérfanos para llevar las vacunas al otro lado del charco
Unos pocos años después de las observaciones de Jenner, se realizó la que podría llamarse como primera expedición de vacunación. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, para ser exactos. El rey Carlos IV de España se la encomendó al médico militar español y cirujano honorario real, Francisco Xavier de Balmis. El encargo era claro: llevar la vacunación contra la viruela a las colonias españolas en el “Nuevo Mundo”.
Las condiciones a principios del XIX eran precarias. Haciendo uso de su ingenio, Balmis convirtió a unos niños en ‘recipientes’ vivos de la vacuna. Así, pese a no contar con cámaras frigoríficas ni tampoco con cultivos de laboratorio, el fluido vacunal se mantenía fresco dentro del organismo de los niños. Al llegar a las colonias, se transmitía de manera progresiva. Aquella “vacunación secuencial en cadena” era un método tan sencillo como visionario y brillante.
Hace poco, los personajes que emprendieron tan apasionante misión, el médico de Cámara del Rey y vacunólogo Balmis y los huérfanos de la Casa de Expósitos de La Coruña fueron rescatados del olvido general gracias a ‘A flor de piel’. Se trata de una novela del escritor Javier Moro, ganador en 2011 del Premio Planeta, guionista y productor de cine español, que recrea esta epopeya médica que llevó la recién inventada vacuna de la viruela a América inoculada en 22 huérfanos. Huérfanos que estaban al cuidado de Isabel Zendal, que se aseguraba de mantenerlos vivos y sanos.
Moro apuntó tras la publicación de su libro que “su empeño es el embrión de la sanidad pública y de la ayuda humanitaria, y lo hicieron en unas condiciones dificilísimas, luchando contra la superstición, la ignorancia, la corrupción y la codicia”.
La legendaria expedición Balmis, que constituye sin duda alguna una de las mayores epopeyas sanitarias de la historia, fue también objeto de una adaptación para televisión coproducida por RTVE, dirigida por Miguel Bardem y titulada “22 ángeles”.
Años después, el archiconocido microbiólogo y químico francés Louis Pasteur fue quién produjo la primera vacuna desarrollada en un laboratorio: la vacuna contra el cólera aviar. Otro médico español, Jaime Ferrán, saltó a la fama tras crear la vacuna contra el cólera. Sus trabajos son reconocidos como pioneros en el mundo entero debido al hecho de que su vacuna fue la primera en inmunizar a los humanos contra una enfermedad de origen bacteriano.
Persistencia e investigación
Entre el conjunto de enfermedades a destacar entre las que existen vacunas hoy en día se encuentran la difteria, la tuberculosis, la rabia, las fiebres tifoidea y amarilla, la poliomielitis, el sarampión, la rubéola, la meningitis, el rotavirus y las paperas. Ni que decir tiene que, tras cada una de estas vacunas, se esconde una historia brillante de investigación, persistencia y esfuerzo.
Como la de Jenner. Su gran capacidad de observación, esa que le hizo percatarse de la existencia de ordeñadoras de vacas que habían adquirido la inmunidad tras haber padecido síntomas de la viruela vacuna, fue clave.
Según testimonios de aquella época, fue un apasionado del estudio y la observación y disfrutó muchísimo de su trabajo. Y así lo transmitió perfectamente Northcote en su lienzo de 1803. En él, el hombre que aparece sentado mira directamente al espectador, lleva una pluma en su mano derecha, al tiempo que apoya su cabeza en la izquierda, situada sobre su mesa de trabajo, en la que nos encontramos un libro abierto con la ilustración de una vaca, clara alusión a su gran logro para con todos nosotros. Ni soñaba cuando le hacían aquel retrato con que en 1979 la OMS acabaría declarando la viruela como una enfermedad erradicada.
Somos muchas las generaciones eternamente en deuda con él. Porque ningún otro medicamento ha salvado tantos millones de vidas como las vacunas, ni ha permitido erradicar o controlar tantas enfermedades.