Soy profesor de farmacología. Doy clases en 3º de medicina, y hasta 2013 impartía prácticas de laboratorio con ratones albinos de cepas endogámicas BALB/c. Los estudiantes inyectaban bajo mi supervisión fármacos con una jeringa a un ser vivo por primera vez en su vida. Lo hacían por vía intraperitoneal, que es segura en estos roedores y se considera equivalente desde el punto de vista farmacocinético a la vía intravenosa en humanos.
Ahora ya no. Los futuros médicos practican con muñecos y luego con usted, amable lector, o conmigo, o con quien quiera que acabe siendo su primer paciente, que se convertirá también en el primer ser vivo al que van a inyectar un fármaco. Esto es así tras el RD 53/2013. Y la sociedad española lo ha asumido, creo, sin debate y de forma no del todo consciente.
En todo caso, convendría comprobarlo, pidiendo a la sociedad un “consentimiento informado” en aplicación, en un sentido amplio, del principio de autonomía. Ese “que obliga a respetar la libertad de decisión de cualquier paciente sobre cualquier intervención”.
Que se nos pueda administrar un fármaco sin adquirir “experiencia previa” es fruto de la discutible aplicación a los ratones del principio de no maleficencia (no hacer el mal a ese animal), que, en este caso, puede suponer no aplicar el principio de beneficencia (hacer el bien a un ser humano).
Modelos animales para desarrollar vacunas humanas
Pero esto es pecata minuta en comparación con otros conflictos que provocan estas normas basadas en el animalismo moral. Mi propósito es informar sobre cómo estas normas afectan al desarrollo de vacunas, en las que un punto clave es su experimentación previa, en fase preclínica, en modelos animales adecuados.
Adecuados implica dos cosas.
La primera es que sea un modelo de inmunogenicidad, con alta respuesta de anticuerpos (Ac) neutralizantes, extrapolable a humanos. En un ratón puede haber una alta producción de anticuerpos tras la administración de la vacuna experimental, y luego en humanos esa respuesta ser muy baja, lo cual supone un considerable desperdicio de tiempo y recursos.
La segunda condición es especialmente relevante: ese modelo debe permitir descartar riesgo de inmunopatología. Puede que una vacuna no produzca efectos adversos graves en ratones, mientras en humanos produce la enfermedad agravada, o una respuesta inmune patológica.
Con la COVID-19 no parecen adecuados los modelos basados en ratones y otras especies que no son, ya de entrada, “modelos infectivos”, es decir, susceptibles a la infección por alguna vía de inoculación (intranasal, endotraqueal, intramuscular o intravenosa). Salvo, quizá, en el caso del ratón transgénico con receptores ACE2 humanizados (receptores que utiliza el virus para infectar a las células humanas), o en hurones y monos Macacus rhesus. Pero, ¿son estos los mejores modelos para obtener inmunogenicidad extrapolable y ausencia de inmunopatía?
La respuesta, exclusivamente científica y no ideológica, es no. El modelo animal adecuado son los NHP (non-human primates), primates con la mayor proximidad genética al ser humano. Es decir, los grandes simios: chimpancés, gorilas y bonobos. Cuanta mayor sea la proximidad genética, tanto más extrapolables serán los resultados en inmunogenicidad e inmunopatía.
¿Se está aplicando esta evidencia a la investigación? En principio, al menos en occidente (Europa y los EEUU), no se aplica. En esencia porque estos modelos con grandes simios son incompatibles con la GLP (Good Laboratory Practice).
En España la respuesta es tajantemente no. Porque el RD 53/2013 prohíbe toda experimentación, incluyendo vacunas para virus emergentes, en grandes simios (sólo la permite en Macacus rhesus). Este RD es fruto, lógicamente, de una directiva de la Unión Europea,la 2010/63/UE. Pero que, mientras en España se aplicó en su versión maximalista, otros países incluyeron la prudente cláusula de “salvo si la urgencia por la llegada de virus emergentes lo exigiera” (refiriéndose a experimentar en otros simios que no sean macacos).
Vacunas prometedoras para COVID-19 con adenovirus de chimpancé
Con la vacuna de la COVID-19 ha ocurrido algo interesante en relación con todo esto.
El diseño que, en mi opinión, tiene más posibilidades de dar lugar a la primera vacuna viable es el basado como antígeno en la proteína “espícula viral de superficie” (spike S) del virus, que es la que se une al receptor ACE2 en las células diana, vectorizada con adenovirus catarrales atenuados tipo 5.
Los chinos son los que han llegado más lejos en esta línea, pero en la fase clínica en humanos han comprobado que había inmunidad preexistente en el 50% de los voluntarios. Es decir, que la mitad de los pacientes son inmunes frente a ese adenovirus del resfriado, lo cual disminuye la efectividad de la vacuna.
Sin embargo, en la Universidad de Oxford los investigadores Andrew Pollard y Sara Gilbert han utilizado el mismo diseño pero con adenovirus de chimpancé, y van a iniciar ya de inmediato la fase clínica con 510 voluntarios. A la espera de los resultados, sería esta la vacuna más prometedora. Pero, como en el Reino Unido existen restricciones sobre el uso de grandes simios en experimentación, y no se pueden mantener en cautividad y manipularlos, desconozco cómo se ha desarrollado esta vacuna con adenovirus de chimpancés. Lo que está claro es que en España el Real Decreto del que hablábamos antes impediría obtenerlos de estos simios.
Transparencia sobre el uso de animales en experimentación científica
Así están las cosas y probablemente sigan igual cuando lleguen los próximos virus emergentes, quizá más letales que este. ¿Solución? Hasta hace poco ha sido la de no hablar del tema para no crear conflictos. Afortunadamente, la actitud está cambiando. El pasado 20 de septiembre, justo antes del inicio de la pandemia, se presentó en el CSIC el “Acuerdo de transparencia sobre el uso de animales en experimentación científica en España” promovido por la Confederación de Sociedades Científicas de España con el objetivo de “hablar con claridad sobre cuándo, cómo y por qué se usan animales en investigación”.
Curiosamente, el Reino Unido, que fue el país dónde se originó el animalismo y que ha padecido las acciones más violentas de estos grupos, es pionero en reivindicar públicamente el uso de animales de experimentación, tal y como ha explicado Wendy Jarret, promotora del acuerdo británico de transparencia en experimentación animal. Según Jarret, la opinión pública británica ha cambiado en apenas dos años, aumentando la aceptación del uso de animales en investigación científica. Además, los actos violentos de los grupos animalistas prácticamente han desaparecido. Creo que este es el camino: explicar e informar, tratar a los ciudadanos como adultos. Y que decidan.
Quizá ya nunca pueda volver a dar prácticas con ratones a mis alumnos, y sólo utilicen simulaciones por ordenador y maquetas de silicona. Pero que al menos sea porque sus futuros pacientes han dado su consentimiento, tras haber sido informados.
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