Alguien que en una empresa estándar es visto como una molestia inadaptada e incapaz de trabajar en equipo y seguir los protocolos, en Especialisterne es considerada una persona con “atención al detalle, tolerancia cero a los errores y una gran persistencia para hacer el trabajo”. Con “la comprensión y el apoyo que necesitan”, estas personas son capaces de resolver problemas o exponer enfoques que los empleados normales no han conseguido, aportando un valor al mercado laboral.
El mercado de los 'más pobres' es un caramelo para las grandes multinacionales
Son consultores en tareas como las pruebas de software y los procesos de datos, capaces de generar un beneficio económico por sí mismos, y la empresa que los contrata no es un alma caritativa necesitada de donaciones permanentes para sobrevivir.
Especialisterne, propiedad de la Specialist People Foundation, es un clásico ejemplo de lo que se llama “emprendimiento social”, es decir, aquellas empresas que sin renunciar a ser rentables ponen un objetivo social o ambiental –o más de uno– en el centro de sus actividades.
Pero tras esta noble definición llegó, hace una década más o menos, una redefinición del concepto, que lo convirtió en algo radicalmente diferente. Es la que plantearon el economista indio-americano Coimbatore Krishnarao Pralahad y el académico estadounidense Stuart Hart en el libro La fortuna en la base de la pirámide. En esta obra, los autores defienden que las mayores posibilidades de negocio no se encuentran en los países desarrollados o en las clases medias de los que están en vías de desarrollo, ya sobresaturados de bienes y servicios, sino en los miles de millones de pobres que acceden al mercado por primera vez.
Un mercado, el de los más pobres, que suma 4.000 millones de personas que sobreviven con menos de cuatro euros al día. Un mercado potencial global de seis billones de dólares (unos 4 billones de euros). Un verdadero caramelo para las grandes multinacionales.
Pero, ¿cómo llegar hasta esta ingente masa repartida por barrios de chabolas de las grandes metrópolis e inabarcables zonas rurales? Este es el objetivo de la Fundación Ashoka, una red de más de 3.000 emprendedores sociales presente en 71 países, repartidos en ámbitos como la economía social, los microcréditos, la banca ética, la agricultura ecológica, la sanidad o el periodismo.
Trabajadores y capital gratis
Ashoka los selecciona y financia con el objetivo de convertirlos en “actores del cambio”. Según puede leerse en su web: “Ashoka apuesta por la construcción de un ecosistema para el emprendimiento social que sea profesional y competitivo. Un ecosistema que integre a la ciudadanía y a las instituciones públicas y privadas para liderar la innovación y el cambio social”.
La fundadora de Ashoka España, María Zapata, explica algunos objetivos de su fundación mucho más rentables: “Para las empresas, el mercado potencial que ofrece la población que está viviendo con menos de dos dólares al día (cerca de 1,5 euros), lo que llamamos la base de la pirámide, en temas de energía, vivienda, alimento, etc., es de cuatro billones de dólares (casi unos 3 billones de euros). Por tanto, la oportunidad de mercado para esas empresas es brutal, y ellas lo saben. Pero las desconocen y no saben cómo acceder a ellas. Los emprendedores sociales trabajan con esas poblaciones, y su labor es acercar a la multinacional hasta ellas, mientras salvaguardan los intereses de éstas”. Entre estas multinacionales beneficiarias, las patrocinadoras de Ashoka a nivel nacional, se encuentran el BBVA, la Fundación Telefónica, la Fundación Once o la farmacéutica Boehringer.
Donde antes había 'ciudadanos con derechos, ahora hay clientes'
El objetivo de la emprendeduría social no sólo es llegar a “nuevos” nichos de mercado. Tras su discurso ético y de compromiso hay una estrategia para conseguir voluntarios y donativos, o sea, trabajadores y capital gratis. Esto es al menos lo que reconocen Patricia Sáez y Luis Pareras en su libro Capitalismo 2.0, concebido como un manual del emprendedor social.
Lo más irónico de todo es que el campo de acción de este tipo de empresas se va ampliando a medida que se van desmantelando más y más parcelas de los antiguos estados del bienestar y se van recortando y privatizando servicios. Donde antes había “ciudadanos con derechos, ahora hay clientes” denuncia un detallado estudio sobre la ideología del emprendimiento publicado por Jaime Andrés para la Universidad de Medellín (Colombia).
¿Es esta relación una simple casualidad? ¿La lógica cobertura de unas necesidades básicas que van quedando desatendidas? Pues según el economista Klaus Martin Schwab, fundador del Foro Económico Mundial y de la Fundación Schwab, dedicada a fomentar la emprendeduría social, parece que no tanto: “Se avanza con mayor rapidez en el desmantelamiento del Estado y de la sociedad en interés del capital privado si se utilizan términos como progreso social, filantropía humanitaria y emprendimiento social”.
Dentro de la ideología del emprendimiento social se acepta el hecho de que un empresario pueda enriquecerse al mismo tiempo que cumple una función social, pero es obvio que es una estafa usar estos objetivos nobles para promover la destrucción de las políticas públicas que hasta el momento han sido las únicas eficaces –aún con sus enormes errores y carencias– para reducir la pobreza de millones de personas y defender el medio ambiente.
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