Contamos, sobre el papel, con un nuevo modelo energético posible, en el que cada consumidor / consumidora puede producir lo que consume, e incluso vender lo que le sobra. Pero, ¿de verdad todo el mundo quiere ser partícipe?
El modelo actual de gestión eléctrica por terceros sigue siendo rígido, poco eficiente, caro y contaminante. Sin embargo, la digitalización abre una nueva posibilidad global: permite a cada ciudadano ser también productor, y disponer de energía almacenada para los momentos de déficit energético.
A este nuevo consumidor, que es a la vez productor de energía, lo conocemos como “prosumidor”. El modelo tiene grandes ventajas siempre y cuando haya prosumidores. Sin ellos, el nuevo paradigma energético por el que se apuesta desde Europa se viene abajo.
Aumenta la producción doméstica
En estos días proliferan nuevos puntos de generación de energía renovable próximos al consumidor, con menores pérdidas y más sostenibles. Estamos ante un aumento de producción doméstica, de comunidades energéticas o de industrias con generación energética propia, que en ocasiones tienen que compensar la demanda con la red principal, pero en otras superan su demanda.
Hay más razones para hablar de una nueva era. Por ejemplo, los sistemas de almacenamiento están avanzando hasta convertirse en una alternativa económicamente viable, sobre todo a bajos niveles de potencia. El vehículo eléctrico es el mayor exponente, pero no el único. Las baterías son cada vez más eficientes.
Además, la irrupción de las tecnologías de digitalización en el sector energético permitirán gestionar estas redes y mercados de oferta–demanda flexibles de un modo más sencillo, confiable y seguro.
La transformación de los mercados
A nadie se le escapa que esta forma de intercambio de energía, en convivencia con la tradicional, alberga una complejidad enorme en la gestión de las redes y en su comercialización. A este modelo energético se le conoce como flexible (más robusto) y tiene la expectativa de mejorar al actual, que es rígido (más frágil).
Pero las expectativas son a veces difíciles de cumplir. Algo que la historia nos ha enseñado es que cuando el reto implica la participación del ser humano, ya sea como consumidor o usuario, influye más la aceptación que éste tiene de la tecnología que el rendimiento de la tecnología en sí.
¿Podemos correr el riesgo de desarrollar todo un repertorio de soluciones tecnológicas diseñadas para gestionar los nuevos modelos energéticos flexibles, y no tener la confianza del prosumidor para adoptarla? ¿No sería más prudente conocer primero la consideración que tendrán estos prosumidores sobre estos modelos energéticos y sobre los miedos o barreras que podrían hacerlos fracasar?
Son preguntas retóricas, pero abordadas en el proyecto de investigación PARITY, una colaboración internacional cofinanciada por la Comisión Europea bajo el programa Horizonte 2020.
La confianza de los prosumidores
Para ofrecer unas primeras respuestas, realizamos un conjunto de encuestas en Europa, con la participación de casi 1 000 personas, todas ellas ciudadanas de países miembros y conocedoras de los nuevos mercados energéticos.
Los resultados apuntan a que los futuros prosumidores parecen estar mayoritariamente a favor de participar en mercados de energía de intercambio directo (66 %), frente a un 30 % que tendría algunas dudas. A una gran mayoría de los encuestados (52 %) le gustaría supervisar cada decisión tomada por un sistema inteligente y alrededor del 38 % confiaría en el sistema completamente automático (aunque al 40 % le gustaría tener un periodo de prueba).
En cuanto al operador del mercado, los encuestados prefieren una empresa privada pero neutral contratada por todas las partes o por una autoridad pública.
Sólo el 15 % de las personas que respondieron desearía un sistema totalmente descentralizado (las nuevas normativas y regulaciones de algunos países pretenden facilitar esta transición).
Por otro lado, los participantes de dichas encuestas expusieron los riesgos y amenazas de un sistema energético autónomo basado en la tecnología blockchain.
Manos a la obra
De los resultados obtenidos hemos concluido que cualquier solución automática debería tener al menos dos modos de funcionamiento: un modo completamente autónomo para las personas más “perezosas” y un modo semiautónomo en el que el sistema colaboraría con los prosumidores.
El modo por defecto debería ser el semiautónomo, ya que fue el más solicitado (en torno al 60 % de los prosumidores potenciales), y está en consonancia con algunos de los riesgos identificados en una investigación previa.
De hecho, el sistema también debería permitir auditar cada transacción y reclamar cualquier error. Si el sistema es capaz de ofrecer explicaciones sobre lo sucedido y pistas sobre cómo el usuario podría evitar estos problemas en el futuro, alrededor del 35 % de los prosumidores estaría dispuesto a seguirlas.
La figura jurídica de la plataforma no parece que sea un impedimento o genere suspicacias. Pero sea como sea, se ha de hacer mucho hincapié en convencer a los usuarios de su neutralidad.
Una solución híbrida de participación público-privada con cooperación de los usuarios parece la opción ideal para los nuevos mercados de flexibilidad. Lo veremos en los próximos años.
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