Buena parte de nuestros productos de aseo personal y cosméticos, como cremas faciales, jabones y dentífricos, contienen microesferas de plástico, unas diminutas bolitas multicolores. Desde nuestras manos, y sin percatarnos, enviamos diariamente estas micropartículas a océanos, ríos y lagos, donde son la causa de graves problemas medioambientales.
Estos persistentes y diminutos fragmentos de plástico están hechos de polímeros sintéticos como el polietileno (PE) y el polipropileno (PP), cuyas denominaciones podemos ver en las etiquetas de los productos. Se emplean como material exfoliante o abrasivo, sustituyen a ingredientes naturales como la piedra pómez y pueden llegar a suponer hasta el 10% del volumen de un artículo de aseo.
Según explica la ONG The Story of Stuff Project, que lleva años luchando para la prohibición de las microesferas de plástico en productos de cuidado personal, se utilizan porque son más económicas y también menos eficaces que los ingredientes naturales, por lo que la gente tiene que usar más a menudo los artículos, lo que incrementa la facturación de las empresas.
Las microperlas de plástico también se emplean en textiles sintéticos y productos industriales (ingredientes de tintas de impresión, pinturas en aerosol, etc).
El 60% de todas las especies de aves marinas tiene plástico en su estómago
Al tratarse de partículas minúsculas, consiguen pasar los filtros en las plantas de tratamiento de aguas y llegan en enormes cantidades al medio acuático, donde persistirán durante siglos ante la ausencia de métodos para eliminarlas eficazmente. Los expertos calculan que solamente en Estados Unidos se vierten ocho billones (millones de millones) de microesferas diarias al mar.
Los microplásticos, fabricados intencionadamente o provenientes de la fragmentación y degradación de otros elementos más grandes, actúan como esponjas atrayendo otras sustancias tóxicas, como los bifenilos policlorados (PCB) o el DDT, que están presentes en los océanos procedentes de otras fuentes de contaminación.
Esta bomba tóxica es confundida con alimento por peces, aves y mamíferos marinos y de esta forma entra a formar parte de la cadena alimentaria, con lo que nuestra basura regresa con nosotros en forma de comida, ocasionando daños a nuestra salud.
Un grupo de científicos ha verificado que casi el 60% de todas las especies de aves marinas tiene plástico en su estómago y calculan que alrededor del 90% de los individuos vivos lo han ingerido en algún momento, frente al 5% de 1960.
También prevén que la ingestión de plástico afectará a mediados de siglo al 99% de las especies de aves marinas del mundo si se mantiene el ritmo actual de producción y consumo de este material.
La producción de plásticos no ha dejado de crecer desde que esta clase de materiales generados como subproductos del petróleo llegó por primera vez al mercado entre los años 30 y 40 del pasado siglo. En 2013, por ejemplo, se fabricaron en todo el mundo 299 millones de toneladas, un 647% más que en 1975. Los científicos auguran que la cantidad de residuos que acaban en los océanos se duplicará en los próximos 10 años.
Alerta de científicos y ecologistas
La preocupación de la comunidad científica y los grupos ecologistas por el impacto de los residuos de plástico en los ecosistemas marinos y en la cadena alimentaria va in crescendo y como consecuencia presionan a los gobiernos para que tomen medidas al respecto.
A principios de septiembre, un grupo de investigadores pedía en una carta publicada por la revista Environmental Science and Technology prohibir la fabricación y el uso de microesferas de plástico en los productos de aseo, una medida apoyada por la revista Nature en un editorial: “Prohibirlas no va resolver el problema de la contaminación de plásticos, pero es un comienzo fácil”.
En algunos países ya se han empezado a aplicar restricciones. En junio de 2014, en el estado de Illinois (Estados Unidos) se promulgó la primera ley del país en prohibir la fabricación –desde finales de 2018– y la venta –a finales de 2019– de productos de cuidado personal que contienen microesferas. Le siguieron Nueva Jersey, Maine, Colorado, Indiana, Maryland, Wisconsin y Connecticut.
Algunos países ya han empezado a aplicar restricciones al uso de microesferas
El pasado mes, California se añadía a la lista con la ley más estricta aprobada hasta el momento y acababa con una importante laguna jurídica que permitía utilizar como alternativa a las microesferas de plástico tradicionales otros plásticos biodegradables, sobre los que existen serias dudas. "Si las compañías quieren utilizar plásticos biodegradables como alternativa, van a tener que demostrar que son seguros para el público”, explica Stiv Wilson, director de campañas en The Story of Stuff Project. Pero la ley no entrará en vigor hasta 2020.
A finales de julio, también Canadá anunció medidas para prohibir la fabricación, importación y venta de los productos que contienen microplásticos. En Europa se avanza muy lentamente, a pesar de las peticiones de los grupos ecologistas y de cuatro países. Holanda –primero del mundo que anunció su intención de quedar libre de microesferas de plástico para finales de 2016–, Austria, Bélgica y Suecia reclamaron a finales de 2014 a la Unión Europea medidas urgentes en este terreno. Por su parte, algunas de las principales empresas de cosméticos se han comprometido a reemplazarlos en los próximos años.
Mientras los políticos mueven ficha bajo la presión de científicos y ecologistas, los ciudadanos pueden también aportar su granito de arena para disminuir la contaminación de los mares por las microperlas de plástico. Las entidades holandesas Plastic Soup Foundation y The North Sea Foundation han creado una aplicación para teléfonos inteligentes que indica, leyendo el código de barras, si hay presencia o no de las dañinas partículas en los artículos. Es una herramienta útil para quienes no quieran ser cómplices de un problema que los políticos, de conseguirlo, tardarán muchos años en resolver.