Hace un par de días se volvió a televisar la ridícula escena de los dos ejemplares indultados por el presidente correteando por la Casa Blanca (y antes por la habitación de un hotel de lujo donde esperaron el veredicto). Hoy jueves 28 de noviembre, 46 millones de pavos, de los alrededor de 100 millones que vivían en las granjas de los Estados Unidos, se convertirán, recién salidos del horno, en el plato principal de la cena del Thanksgiving Day, el Día de Acción de Gracias, una escena tantas veces reproducida en las películas de Hollywood. Otros 22 millones se prevé que sean consumidos en las próximas Navidades.
Los animales tienen una pechuga tan grande que no pueden soportar su peso
La inmensa mayoría de ellos proceden de grandes granjas industriales, algunas de las cuales llegan a alojar a 25.000 individuos en una sola nave, a las que se suministran grandes cantidades de antibióticos y se alimenta con maíz modificado genéticamente, según denuncian organizaciones ambientalistas o de consumidores como la Organic Consumers Association (OCA).
“Las vidas de los pavos producidos industrialmente son cortas y miserables, y los daños al medio ambiente y las consecuencias para la salud humana de apoyar a estos productores está bien documentados, sin mencionar los horrores contra el bienestar animal”, afirma esta entidad en un comunicado en el que trataba de concienciar a la ciudadanía sobre la conveniencia de evitar la compra de estos animales en los supermercados.
“Los pavos convencionales se crían en graneros científicamente diseñados y con un ambiente controlado que brindan la máxima protección contra depredadores, enfermedades y mal tiempo. Se les dan medicamentos para prevenir enfermedades y suprimir organismos que son potencialmente dañinos. Este es el tipo de pavo que la mayoría de los estadounidenses asocian con el Día de Acción de Gracias. Estos pavos se venden frescos y congelados en supermercados en todos los Estados Unidos”, se defiende la Federación Nacional del Pavo, que representa a los productores.
Los productores admiten que el número de aves a las que se permite salir al exterior a estirar las patas, clasificados como "free range" por el Departamento de Agricultura, es reducido “debido a consideraciones geográficas y climatológicas” y precisa que “la mayoría de ellos son para la temporada navideña”. De esta manera, se pueden producir aves de corral durante todo el año en estados de climas invernales extremadamente fríos.
Con 3,4 millones de kilos de carne de pavo al año, Estados Unidos es el primer productor mundial, con la actividad concentrada principalmente en estados como Minnesota, Carolina del Norte, Arkansas, Indiana y Missouri. Cinco grandes compañías (Butterball, Jennie-O, Cargill, Farbest y Tyson) dominan el mercado, produciendo el 61.5 por ciento de todo el pavo consumido en los EE.UU e imponiendo duras condiciones contractuales a los granjeros a los que compran para poder ofrecer los precios más bajos. Los grandes grupos alimentarios mantienen el control sobre todo el proceso: investigación, eclosión, cultivo, alimentación, procesamiento, empaque, transporte y comercialización de las aves.
Doloroso corte del pico
Semejante productividad tiene su precio. “Las aves se crían en ambientes superpoblados, ruidosos y sucios, con poco o ningún acceso al exterior y sin capacidad de expresar un comportamiento natural”, denuncian los animalistas. Un animal cuya esperanza de vida media sería de 12 años vive apenas entre 9 y 24 semanas en esta clase de recintos creciendo rápidamente hasta que es sacrificado.
Los pavos criados intensivamente son sometidos con frecuencia a un corte de pico, un procedimiento traumático y doloroso, realizado sin anestesia y utilizado para evitar los efectos de las luchas entre ellos y el posible canibalismo que se registran en las superpobladas naves.
Como el objetivo es el más rápido crecimiento y la mayor cantidad de carne en la pechuga posibles, las aves han sido objeto de procesos de selección genética hasta lograrse el pavo blanco de pecho ancho, el más demandado por los estadounidenses, que este año gastarán unos 900 millones de euros para tener un ejemplar asado sobre su mesa esta noche. Variedades tradicionales criadas al aire libre desde los inicios de la colonización como la Beltsville Small White, Bourbon Red, Jersey Buff, Narragansett, Royal Palm, Slate, Standard Bronze o White Holland se han visto arrinconadas por los pavos industriales y en algunos casos han estado a punto de desaparecer.
La agroalimentaria Tyson contaminó siete veces más agua que la petrolera Exxon
Como consecuencia de la cría selectiva para rentabilizarlos al máximo, “los pavos convencionales son demasiado pesados para soportar su propio peso. Esto puede provocar cojera, inflamación dolorosa de las articulaciones de las piernas y caderas e infecciones”, denuncia la OCA. Además, “su gran tamaño y sus pechos anchos hacen que los pavos reproductores machos no pueden aparearse naturalmente sin correr el riesgo de dañar a la hembra. Como resultado, la inseminación artificial se ha convertido en rutina. Este procedimiento consiste en 'ordeñar' a los machos para obtener semen, y luego atrapar e inseminar a las hembras con un tubo o jeringa”, afirma la organización de consumidores.
Las megagranjas generan enormes cantidades de residuos, que pocas veces se tratan adecuadamente. Un informe de Environment America reveló que Tyson Foods y sus empresas subsidiarias vertieron 47 millones de kilos de contaminación a aguas superficiales (ríos) entre 2010 y 2014, casi siete veces el volumen de descargas de aguas residuales vertidas en los cursos fluviales por la petrolera Exxon durante esos mismos años. Es el segundo mayor contaminador de los ríos norteamericanos, por detrás únicamente de la acerera AK Steel Holding y por delante del Departamento de Defensa.
Asimismo, una investigación de Consumer Reports descubrió que en algunas ocasiones, más de las que podrían esperarse, se suministran a los pavos sustancias prohibidas para los animales cuya carne se destina al consumo humano como la ketamina, un alucinógeno y antidepresivo experimental; la fenilbutazona, un antiinflamatorio considerado demasiado peligroso para la salud humana, y el cloranfenicol, un potente antibiótico que puede causar una anemia potencialmente mortal. “No hay mucho a lo que dar las gracias” en esta clase de ganadería industrial, concluye la OCA.