Los territorios del Cono Sur –Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia– forman la zona donde más transgénicos se siembran de todo el planeta. Brasil –con una superficie de 36,3 millones– y Argentina –con 23,9 millones– aparecen como segundo y tercer país, respectivamente, en el ranking de hectáreas dedicadas a los transgénicos. En concreto, cultivan soja, maíz y algodón.
El listado lo encabeza Estados Unidos, que emplea una superficie de 69,5 millones de hectáreas para producir maíz, soja, algodón, colza, remolacha caña de azúcar, alfalfa, papaya y calabaza genéticamente modificados.
En 2012, por cuarto año consecutivo, Brasil fue el motor del crecimiento mundial de la siembra de transgénicos, según datos del ISAA, cuyos expertos destacan que ello se debe al rápido sistema de aprobaciones de nuevas semillas. No por casualidad, también es desde 2008 el mayor consumidor per cápita de agroquímicos del mundo.
La superficie mundial sembrada con OMG se ha multiplicado por 100 desde 1996
Tras la primera, registrada a mediados de los 90, la segunda gran oleada de la invasión de transgénicos llegó el año pasado a los países suramericanos de la mano de las grandes corporaciones transnacionales dedicadas a la biotecnología y de los respectivos gobiernos.
Los líderes políticos, a excepción del presidente boliviano Evo Morales, se han alineado con las multinacionales y han favorecido la rápida implantación del cultivo de soja transgénica, el producto estrella de la zona. Actualmente, más del 70% de la soja cultivada en el mundo está modificada genéticamente. Y en Suramérica, dicho producto cubre una superficie de más de 46 millones de hectáreas.
La mayor parte de la cosecha de soja transgénica –barata, rica en proteínas y sustituta del trigo o maíz– se destina a la ganadería industrial de los países europeos y asiáticos. El primer país consumidor del mundo de soja es China, que importa casi el 60% de toda la que se comercializa internacionalmente para satisfacer el aumento de la demanda del sector de piensos para animales, consecuencia del incremento del consumo de carne, derivados lácteos y huevos de su cada vez mayor clase media, según estudios del organismo Earth Policy Institute.
El mercado de la biotecnología aplicada a la agricultura está controlado por las multinacionales Dupont, Syngenta, Bayer, Dow y, en particular, Monsanto, que posee más del 90% de las patentes de semillas transgénicas.
Éstas han sido vendidas bajo la promesa de que necesitan menos agrotóxicos –sustancias químicas, orgánicas e inorgánicas, que se utilizan para combatir plagas, malas hierbas o enfermedades de las plantas–. Pero muchas organizaciones medioambientales tachan de “falsa” la citada garantía y denuncian el aumento del uso de herbicidas, pesticidas y fertilizantes, vendidos a su vez por las mismas corporaciones. Por ejemplo, la soja transgénica 40-3-2 tiene resistencia al herbicida Roundup producido por Monsanto, cuyo principal principio activo es el glifosato.
Más agrotóxicos
Se calcula que en el Cono Sur se aplican un mínimo anual de 600 millones de litros de glifosato, cuyo riesgo para la salud es fuente de conflicto entre las multinacionales y las organizaciones medioambientales. Asimismo, también se ha incrementado el uso de otros agrotóxicos como el paraquat, cuya comercialización está prohibida en los países de la Unión Europea desde 2007 tras una sentencia del Tribunal de Primera Instancia de las Comunidades Europeas que falló en favor de Suecia y sus aliados y anuló la Directiva 2003/112/EC. Es considerado dañino para la salud humana y animal y algunas investigaciones lo relacionan con desórdenes neurológicos, como la enfermedad de Parkinson.
El empleo de agroquímicos para fumigar vastas áreas de monocultivos intensivos ha provocado un empeoramiento de la salud colectiva de los habitantes del Cono Sur, puesto que estos productos, además de ser potencialmente cancerígenos, afectan al sistema nervioso, al endocrino y al reproductivo.
En los últimos años se ha contabilizado un aumento de las malformaciones en recién nacidos y de los casos de cáncer entre la población de las áreas afectadas. Uno de los episodios más dramáticos tuvo lugar en enero de 2003 en Paraguay cuando el niño Silvino Talavera murió envenenado pocos días después de ser rociado cerca de su casa con un combinado químico.
Cada año se rocían en Suramérica más de 600 millones de litros del polémico glifosato
El cultivo de la soja transgénica contamina, degrada los suelos, extrae nutrientes y litros de agua irrecuperables y deforesta el territorio. Según la FAO, a pesar de la disminución de la pérdida de bosques a nivel global entre 2000 y 2010, ésta continúa a un ritmo alarmante en muchos países, sobre todo de Suramérica y África, que vieron desaparecer en la última década 4 y 3,4 millones de hectáreas respectivamente.
Durante los últimos años, las corporaciones del agronegocio han estado reforzando su control sobre la alimentación mundial con el objetivo de dominar el sistema agroalimentario, impidiendo la soberanía alimentaria a las diferentes poblaciones. Según datos del ISAA, 17,3 millones de agricultores sembraron cultivos OGM en todo el mundo en 2012, lo que significa 0,6 millones más que el año anterior. Y más del 90% fueron agricultores de escasos recursos de países en desarrollo.
El nuevo modelo de agricultura basado en el monocultivo de la soja choca con la agricultura tradicional. En Brasil, los terrenos destinados a su producción superan en extensión a los de todos los demás granos combinados y en Argentina ocupan casi el doble de tierra que el resto, según el Earth Policy Institute. Así, la tierra está cambiando de manos y concentrándose en las de grandes terratenientes y multinacionales, lo que reduce la disponibilidad de alimentos básicos.
Este hecho comporta la expulsión de los campesinos de sus territorios, en muchas ocasiones con prácticas intimidatorias. En Brasil, desde la década de los años 70 se han desplazado 2,5 millones de personas en el estado de Paraná y 300.000 en el de Río Grande do Sul.
Las protestas y los movimientos de oposición de los campesinos y las organizaciones medioambientales han ido in crescendo desde la implantación de los cultivos transgénicos. Sin embargo, poco pueden hacer ante la incesante conquista a base de semillas y productos agroquímicos de los poderes económicos y políticos, que gozan del silencio cómplice de muchos medios de comunicación.
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