En concreto, la familia Dervaes han llegado a producir en un año más de 3.000 kilos de verduras y hortalizas, más de 2.000 huevos, entre 10 y 20 kilos de miel y abundantes frutas de temporada, que, además de proporcionarles una dieta rica y saludable, han reducido al mínimo sus gastos en alimentación y les generan unos ingresos medios de 20.000 dólares anuales (unos 17.800 euros), que el año pasado llegaron a triplicar.
Los Dervaes consumen el 60% y la venta del resto les genera unos 17.800 euros al año
Se trata de todo un ejemplo que demuestra que la seguridad alimentaria de toda la humanidad es posible, digno de ser destacado con motivo de la celebración hoy del Día Mundial de la Alimentación, declarado por la ONU y en el que se conmemora el aniversario de la fundación en 1945 de su organismo encargado de la alimentación y la agricultura, la FAO.
Jules Dervaes, un emprendedor y profesor de matemáticas reconvertido en granjero urbano, puso en marcha su explotación doméstica en 1985. Antes de mudarse a un barrio de clase trabajadora de California, y tras una estancia en Nueva Zelanda que le puso en contacto con una vida más natural y autosuficiente, vivió en una finca de cuatro hectáreas en un área rural de Florida donde se inició en la apicultura. Ahora se trasladaba a una de las mayores y más densas áreas urbanas del planeta. Pero no por ello se resignó a cambiar de modelo de vida. Y desde luego no pensaba plantar césped en el jardín como sus vecinos.
"Traje el campo a la ciudad. Quería romper con los supermercados que dependen de la agricultura industrial, donde nada es natural. Decidí ser natural y que mis hijos tuvieran una vida natural", explica. Es lo que denomina "un nuevo pero viejo estilo de vida". Desde el año 2000 apostó por transformar lo que en un principio era "paisajismo comestible" a una granja productiva en toda regla, deseoso de evitar que su familia se nutriera con productos procedentes de organismos modificados genéticamente, cada vez más presentes en los estantes de los comercios de alimentación norteamericanos.
"Quería proteger a mi familia de estos experimentos locos y proporcionarles comida de verdad, y que pudiéramos hacer crecer nosotros mismos", declaró a la revista Permaculture News. Y empezó a plantar hasta en el último centímetro de jardín. Su primera cosecha, en 2001, superó ya los 1.000 kilos de alimentos vegetales. Perfeccionando año tras año sus métodos, en 2010 llegaban a los 3.175 kilos.
Dos dólares al día
En la tarea interviene toda la familia: el padre y sus tres hijos, dos chicas, Anais y Jordanne, y un chico, Justin, que cuidan del huerto, de los corrales y de los panales de una finca en la que crecen unas 350 variedades distintas de plantas. Lo que generan, unas 6.000 libras (unos 2.720 kilos) de promedio anual, cubre más del 90% de sus necesidades de alimentos de origen vegetal, y han calculado que eso supone unos dos dólares (1,78 euros) por persona y día. La familia consume un 60% de lo que produce y sus animales otros 10%.
El 30% de excedente lo venden a restaurantes y empresas de catering y, desde el mismo porche, a cualquiera que se acerque a la casa, que se halla situada a una treintena de metros de la intersección de dos grandes autopistas de la enorme área metropolitana angelina, y donde también se pueden adquirir algunas artesanías.
De los animales que crían (gallinas, patos y conejos y ovejas enanos) aprovechan los huevos, la leche y el estiércol para producir abono. Su método de agricultura es orgánico e intensivo, y emplea técnicas como la policultura y el intercultivo, el control integral y natural de plagas y la jardinería vertical o en contenedor.
Obtienen en plena ciudad vegetales, huevos, leche y miel y fabrican biodiésel
Pero es que no se limitan a producir alimentos. "En cuanto encontramos una manera segura de alimentarnos con los cultivos de nuestro patio trasero, nos envalentonamos y quisimos ir más lejos. Comenzamos a usar energías alternativas para nuestro hogar y a fabricar biodiésel casero para nuestro automóvil", revela Dervaes. Para producirlo, emplean el aceite vegetal usado en la cocina. Sin embargo, y esto es algo realmente inusual en la inmensa metrópolis de Los Ángeles, de casi 15.000 kilómetros cuadrados y 19 millones de habitantes, los Dervaes se desplazan preferentemente en bicicleta y transporte público.
En un intento de demostrar que es posible vivir sin derrochar e inundar el mundo de residuos, la familia emplea energías renovables, recupera el agua para diferentes usos, adquiere productos de segunda mano e incluso se fabrica algunos de primera necesidad en el marco de un proyecto que inicialmente llamaron Path to freedom (Camino a la libertad) pero que posteriormente han rebautizado como Urban homestead (Granja urbana), un modelo que tratan de promover y propagar mediante cursos y conferencias. Su lema es Encuentra la seguridad alimentaria en tu jardín.
Entre otros dispositivos que han reducido su consumo energético a la mitad, la vivienda dispone de 12 paneles solares que proporcionan dos tercios de la energía que necesita la familia, baterías recargables para acumular electricidad y electrodomésticos de alta eficiencia, un horno solar y además de lámparas de bajo consumo se ilumina con otras de aceite de oliva y biodiésel, y en ocasiones con velas.
El almacenamiento del agua de lluvia en cisternas, los retretes de baja presión, el uso de las aguas grises depuradas en el jardín, la reutilización en los lavabos del agua usada para lavar la ropa, una ducha solar y sistemas eficientes de riego, entre otros métodos, permiten el uso más racional posible del agua. Un nuevo pero viejo estilo de vida que funciona en medio de una de las mecas del derroche y el consumismo.