Hace más de seis meses, las autoridades sanitarias de Japón prohibieron desembarcar en Yokohama a los pasajeros del crucero Diamond Princess. Un expasajero había recibido un diagnóstico en Hong Kong: positivo en el nuevo coronavirus Sars-Cov-2. Los turistas que viajaban a bordo (2.700) y los tripulantes (unos 1.000) fueron puestos en cuarentena dentro del propio barco. El 3 de febrero, ya había 10 positivos a bordo. Cuando empezaron a desembarcar, el 19 de febrero, el número de positivos confirmado se había disparado a 545. El 20 de febrero, eran 619. La cifra final de infectados fue de 712 (el 19% de los que estaban a bordo), según el repositorio de datos Worldometers. Hubo 13 fallecidos. Todo ello, a pesar de las medidas de aislamiento adoptadas.
El caso del Diamond Princess ilustra las dificultades a las que se enfrenta la industria de los cruceros, puesta en jaque por la actual pandemia del nuevo coronavirus causante de la COVID-19. Se sabe que los lugares cerrados y concurridos son óptimos para la transmisión del virus. "Las condiciones del crucero amplificaron claramente una enfermedad que ya es per se altamente transmisible", concluye un estudio liderado por Joacim Rocklov y publicado en la revista Journal of Travel Medicine.
El número básico de reproducción del virus a bordo fue cuatro veces mayor al registrado en Wuhan
Según ese estudio, el número básico de reproducción del virus a bordo fue cuatro veces mayor al registrado en Wuhan (China), a pesar de que se aisló a los enfermos y se puso en cuarentena a los sanos a partir del día después de registrarse el brote. Sin esa medida, el estudio concluye que el 79% de las 3.711 personas a bordo hubiesen sido infectadas.
El Diamond Princess fue un aldabonazo de la seriedad de la pandemia, y el mayor brote hasta entonces. Pero después ha habido otros: Grand Princess, Costa Atlántica, MS Roald Amundsen, etc. "En los cruceros pueden ocurrir brotes de enfermedades infecciosas porque las personas pasan tiempo juntas y rodeadas de viajeros de muchos países. La evidencia científica actual sugiere que los cruceros representan un riesgo mayor de transmisión del COVID-19 que otros entornos debido a la alta densidad poblacional a bordo de los barcos", advirtió el Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos.
Sin cruceros en primavera y verano
El coronavirus está poniendo en graves problemas a una industria que, antes de la crisis, movía por el mundo a unos 30 millones de pasajeros cada año en unos 270 barcos, según los datos de la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros, que integra a las principales navieras.
Desde mediados de marzo, las grandes compañías cancelaron sus operaciones, y la mayoría no las ha retomado. Es el caso de Pullmantur (afectada por un concurso de acreedores), que no volverá a navegar al menos hasta el 15 de noviembre; de Costa Cruceros, que canceló la temporada europea de invierno; o de Royal Caribbean, varada hasta el 15 de septiembre.
España prohibió la entrada de cruceros de cualquier origen con destino a puertos españoles el 12 de marzo, y a mediados de agosto la Dirección General de la Marina Mercante mantiene la prohibición, salvo excepciones autorizadas. Ese fue el caso del Sovereign, un crucero operado por Pullmantur que entró al puerto de Málaga ya sin pasaje el 20 de marzo, y mantuvo a su tripulación rigurosamente confinada y sin pisar tierra hasta que zarpó.
Otra muestra de la crisis es la cancelación de la Seatrade Cruise Med, la mayor feria internacional del sector
Málaga es, precisamente, una de las ciudades que ha experimentado un gran crecimiento del turismo de cruceros en los últimos años. Pero estos días, la habitual estampa de los cruceristas paseando por calle Larios no se da. Fuentes del Puerto explican a EcoAvan.com que la previsión a comienzos de año era recibir 290 escalas en 2020, 103 de ellas entre abril y agosto. Ninguno de los 200.000 cruceristas previstos para los meses de primavera y verano ha llegado. "Estamos a la espera de que en el tercer cuatrimestre se inicie esta actividad", señala una portavoz.
Otra buena muestra de la profundidad de la crisis es la cancelación de la Seatrade Cruise Med, la mayor feria internacional del sector, que iba a celebrarse en septiembre en Málaga. Ha sido pospuesta a 2022.
Una industria contaminante
La crisis podría forzar un cambio de modelo en un negocio cuya sostenibilidad ya estaba puesta en cuestión. En los últimos años ha crecido la preocupación por los elevados niveles de óxidos de azufre que emiten estos grandes buques, que contaminan no solo cuando navegan. También lo hacen cuando permanecen en puerto con los motores encendidos, emitiendo partículas ultrafinas que forman aerosoles en suspensión, acidifican el medio ambiente y ponen en riesgo la salud.
Un informe emitido por la Federación Europea de Transporte y Medioambiente, una ONG que aboga por el transporte sostenible, señaló a España, Italia y Grecia, y a Barcelona, Palma de Mallorca y Venecia como los países y ciudades más afectados por estas emisiones.
Los cruceros de la capital balear en 2017 habrían emitido 10 veces más de SO2 que todos los coches de la ciudad
Por ejemplo, los cruceros que llegaron a la capital balear en 2017 habrían emitido casi 10 veces más dióxido de azufre (SO2) que todos los coches de la ciudad, según el informe, que también concluye que una sola de las grandes compañías emitió, por sí sola, más dióxido de azufre que los 260 millones de vehículos europeos. La Asociación Internacional de Líneas de Cruceros, por su parte, rechazó el informe, acusando a sus autores de no haberlo sometido a revisión y no haber tenido en cuenta los supuestos esfuerzos para reducir las emisiones a un 40% para 2030.
Otro efecto visible del crecimiento del turismo de cruceros es su contribución a la turistificación del centro de algunas ciudades, que se han convertido en territorio inhóspito para sus propios habitantes, según denuncian muchos vecinos. Ahí están los casos conocidos de Venecia (que recibe cada año cuatro millones de turistas) o Barcelona, pero también de Málaga, que hasta ahora rondaba los 500.000 cruceristas cada año.
Todo esto ha sufrido ahora un brusco parón. Las compañías se defienden, y aseguran que van a aplicar medidas y restricciones para mitigar el riesgo de contraer coronavirus a bordo. Entre ellas, controlar la temperatura de los pasajeros antes del embarque, aplicar protocolos de desinfección o reducir el aforo. Royal Caribbean incluso ha anunciado el fin de los bufets tal y como se conocían.
Quizá sea el momento de plantear medidas más ambiciosas que afronten no sólo el riesgo derivado de la actual pandemia de coronavirus, sino las voces críticas que sitúan a estas inmensas ciudades flotantes como una de las industrias más contaminantes del mundo.
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