Vadim Mykhailenko se tumba en el banco y hace pesas como si estuviera en un gimnasio como los que imperan hoy en Europa, en una sala con música ambiental y televisores encendidos para distraer a quienes se ejercitan con máquinas de última generación. Sin embargo, el lugar donde entrena no se corresponde con esta imagen que tenemos de un recinto deportivo de este tipo. Lo hace en Kachalka, una extensión de arena por la que se esparcen centenares de máquinas de gimnasia fabricadas con material reciclado en una isla del río Dniéper a su paso por Kiev (Ucrania).

A pocos metros de la parada de metro Hydropark de la capital ucraniana se encuentra uno de los gimnasios al aire libre más grandes del mundo. Y el único cuyo equipamiento está construido a base de objetos de desecho: neumáticos usados, metal sobrante de fábricas, recias sogas de origen industrial o madera de palés. Su uso es totalmente gratuito, cualquier ciudadano o visitante puede acercarse libremente a hacer deporte en él.

El uso de las instalaciones, situadas en una isla fluvial, es totalmente gratuito

"Vengo cuando hace calor. La playa está al lado y me gusta practicar ejercicio antes de bañarme", dice Vadim, que estos meses viaja habitualmente hasta una hora de ida y otra de vuelta en transporte público para disfrutar de este curioso rincón de la ciudad rodeado de bares, campos de voleibol y lugares donde desarrollar otras actividades físicas, como el puenting o el kayak. "Los inviernos son muy largos y hay que aprovechar el buen tiempo desde junio hasta septiembre. Aunque alguna vez he venido hasta con nieve: si te mueves no notas el frío", sonríe ataviado simplemente con un bañador.

A él le descubrió este paraje su tío, también aficionado al deporte, hace más de dos décadas. Tuhen, la isleta arenosa donde se ubica, se formó en el siglo XIX debido a unas inundaciones. Este gimnasio (conocido como Kachalka porque kachat significa descargar en ucraniano) lo idearon Kasmir Jagelsky y Yuri Kuk en los años setenta del pasado siglo. Éstos, médico y profesor de matemáticas respectivamente, adecentaron parte de las 188 hectáreas de este terreno creando zonas recreativas para los residentes de esta urbe en cuya área metropolitana viven casi tres millones de habitantes.

 

Estética soviética

 

Entre las dos orillas del islote se alzan centenares de máquinas: bicicletas estáticas, elípticas, mancuernas, bancos de pesas y abdominales, cuerdas para escalar... Todo un muestrario del mobiliario típico de los centros deportivos pero sin el menor asomo de la última tecnología. Todo está impregnado de la estética soviética imperante en este país, antiguo miembro de la URSS. La madera y el metal recogidos de viejas fábricas desmanteladas son aquí la materia prima fundamental. Con ellas se han cortado tablas donde elevar pesas, como hace Vadim, o se ha dado forma a un mazo de hierro con el que golpear llantas hasta que el bíceps grita basta. Todo está anclado a la tierra y es de una robustez a prueba de temperaturas extremas, que oscilan desde los siete grados bajo cero de enero a unos tórridos 40 en agosto.

Pero existe un desgaste, claro. Y de vez en cuando hay que hacer mantenimiento: se lima el óxido, se cambian eslabones a las cadenas o se repintan las barras. Este año hay una novedad. En un chiringuito a la entrada se venden un amplio surtido de suplementos deportivos: creatina, vitaminas, energizantes o píldoras quemagrasa. Su rótulo no engaña: Protein Bar (el bar de las proteínas). Lo gestionan desde junio Alexandra Fedchenko, de 17 años, y Nastya Malkina, de 16.

El recinto se creó en los años 1970 empleando metal y madera de viejas fábricas

Ambas son deportistas de competición (una practica la natación y la otra fue finalista nacional de danza del vientre) y conocen bien las indicaciones y efectos de los productos. "Hacemos batidos con leche o agua de lo que nos piden, pero solemos hablar un rato antes para ver de verdad qué es lo que necesitan los usuarios, porque hay algunos que aceleran mucho el metabolismo y son más recomendables para tomar por la mañana", responde una ellas mientras su compañera asesora a un visitante sobre unas pastillas llamadas Black Spider. "Tenemos clientes fijos y a veces esto se parece a un bar normal, donde sabes qué te van a pedir y cómo lo quieren", comenta.

Todos los productos del escaparate provienen de una cadena de establecimientos repartida por la ciudad. "Nosotras también entrenábamos mucho y teníamos mucha información. Y el local siempre está a tope. Funciona muy bien", apunta Fedchenko, que utiliza este trabajo como método para hacerse unos ahorros antes de ingresar en la universidad.

"¿No es alucinante?", se pregunta a pocos metros Chris Picha, un estadounidense de 25 años que se ha mudado desde Texas a Kiev para trabajar unos meses antes de irse a Barcelona como estudiante Erasmus. "Es gratis, está hecho con material muy bueno que solemos desechar y es una vía de escape de la ciudad", destaca. Como él, muchas de las opiniones de los deportistas que se entrenan en la isla subrayan lo "asombroso" que es este lugar donde Vadim levanta cada día pesas recicladas con el acompañamiento sonoro de los chirridos del metal que generan sus compañeros de actividad.