Desde finales de año, y gracias a una ampliación de una prohibición parcial aprobada en 2013 (que regía solo para cultivos muy atrayentes para las abejas, como el girasol, la colza y el maíz), los pesticidas imidacloprid y clotianidina, producidos por la multinacional Bayer, y el tiametoxam de Syngenta, no podrán ser empleados en los campos de los 28 estados miembros (en el Reino Unido, por lo menos hasta que abandone la unión), aunque sí se podrán seguir aplicando en el interior de invernaderos permanentes, donde se supone que los insectos tienen menor posibilidad de acceso.
España votó a favor de la prohibición, y Dinamarca sorprendió con su negativa
La decisión fue adoptada por los gobiernos nacionales a propuesta de la Comisión Europea, que resolvió plantearla hace algo más de un año. Dieciséis de los países miembros, entre ellos España (además de Francia, Alemania, Italia, el Reino Unido, los Países Bajos, Austria, Suecia, Grecia, Portugal, Irlanda, Eslovenia, Estonia, Chipre, Luxemburgo y Malta) votaron a favor de la prohibición definitiva. En ellos viven más de las tres cuartas partes de la población de la UE. Los gobiernos de Polonia, Bélgica, Eslovaquia, Finlandia, Bulgaria, Croacia, Letonia y Lituania se abstuvieron. Y solamente Rumania, Chequia, Hungría y, sorprendentemente, Dinamarca, uno de los países más avanzados en materia medioambiental del mundo, votaron en contra.
Contribuyó a inclinar decisivamente la balanza el hecho que el pasado mes de febrero, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas en inglés) ratificara que “la mayoría de los usos de los pesticidas neonicotinoides representan un riesgo para las abejas silvestres y las abejas melíferas”, después de que la Unidad de Pesticidas de la EFSA realizara “un amplio ejercicio de recopilación de datos, incluida una revisión sistemática de la literatura científica, para recopilar toda la evidencia científica publicada desde las evaluaciones anteriores”. En total fueron revisados más de 1.500 estudios (el primero que alertó sobre los efectos de los neonicotinoides sobre las abejas fue uno sueco publicado en 2015). La EFSA ya había abogado por la prohibición en cinco informes anteriores emitidos entre 2015 y 2016.
Colapso del sistema nervioso central
"La disponibilidad de una cantidad tan sustancial de datos, así como la orientación, nos han permitido obtener conclusiones muy detalladas. Hay variabilidad en las conclusiones, y se han identificado algunos riesgos bajos, pero en general se confirma el riesgo para los tres tipos de abejas que hemos evaluado (abejas silvestres, tanto abejorros como abejas solitarias, y abejas melíferas)", señaló José Tarazona, jefe de la Unidad de Pesticidas. Los expertos han constatado que los insectos entran en contacto con estos productos letales para ellos por tres vías: residuos en el polen de abeja y néctar; deriva del polvo durante la siembra o la aplicación de las semillas tratadas y a través del consumo de agua.
Los neonicotinoides (cuyo enrevesado nombre, que identifica su derivación de la nicotina, es abreviado en ocasiones en inglés como neonics) están entre los pesticidas más utilizados del mundo y resultan altamente tóxicos para los insectos, a los que causan parálisis y posteriormente la muerte al interferir en su sistema nervioso central. Agrava sus efectos el que, a diferencia de otros pesticidas que permanecen en la superficie de las plantas, estos productos son absorbidos por raíces, tallos, hojas, flores, polen y néctar. Los neonics bloquean una ruta neuronal específica que está más desarrollada en los insectos que en animales de sangre caliente, por lo que son inocuos para estos últimos.
El 37% de las abejas del continente están amenazadas de desaparición
“Nunca hubo dudas de que estos tres insecticidas debían ser prohibidos. Ahora la UE debe asegurarse de que no se sustituyen simplemente por otros igual de peligrosos. Los prohibidos son solo la punta del iceberg: hay muchos más plaguicidas, incluidos otros neonicotinoides, que son igual de peligrosos para las abejas, la producción de alimentos y los ecosistemas”, advirtió Franziska Achterberg, directora de Política Alimentaria comunitaria de Greenpeace, organización que lleva muchos años batallando por la medida y que el pasado martes protagonizó una acción de protesta ante el Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente en Madrid, ante cuyas puertas arrojó 20 kilos de abejas muertas (unos 300.000 ejemplares en total). Además, ha recogido ya cerca de 470.000 firmas dirigidas al Gobierno español reclamando que tome medidas eficaces para proteger a las abejas.
La dirigente ecologista se refería entre otros a cuatro neonicotinoides que siguen plenamente autorizados en la UE (el acetamiprid, el tiacloprid, el sulfoxaflor y el flupyradifurone) y a otros tipos de insecticidas, como el cipermetrin, el deltametrin y los clorpirifos. El 37% de las abejas europeas están desapareciendo, según datos de la Coalición para la Conservación de los Polinizadores, en la que España se integró en 2016.
Y la hecatombe de las abejas y otros insectos, a la que también contribuyen, además de la contaminación humana del entorno en que viven, enfermedades, parásitos y la disminución de sus fuentes de alimentación, supone un riesgo incluso para la supervivencia de la misma especie humana: aproximadamente el 90% de las plantas con flor y el 75% de los cultivos a nivel mundial dependen en mayor o menor medida de los polinizadores. Estos, además, en tanto que insectos, forman parte de la base de la cadena alimentaria, por lo que su desaparición pondría en riesgo el futuro de numerosas especies de aves, mamíferos o reptiles. Aunque largamente demorada, la medida del pasado viernes puede empezar a revertir lentamente esta amenaza.