“El reactor número 1 de la planta de Sendai ha empezado a funcionar a las 10.30 horas (03.30 hora española)” informó el pasado martes la empresa Kyushu Electric Power, propietaria de la central, situada en el extremo sur del país, que espera arrancar de nuevo un segundo reactor en octubre. Según fuentes de la compañía, el reactor debía tardar de dos a tres días en generar electricidad y al menos una decena hasta alcanzar su plena potencia, y hasta setiembre no se iniciará su explotación comercial.
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Tras pasar unas revisiones de seguridad que el Gobierno asegura que han sido más que rigurosas, otras cinco instalaciones atómicas han recibido el visto bueno del organismo regulador de la energía nuclear para reanudar su actividad, algo que han pedido los operadores de 25 reactores.
Tras el accidente de Fukushima, planta que será desmantelada en un proceso que durará no menos de cuatro décadas, Japón decidió apagar todos sus reactores nucleares a la espera de someterlos a revisiones de seguridad muy estrictas. El 5 de mayo de 2012 se apagó el último, dejando al país sin energía nuclear por primera vez en 44 años.
En aquel momento, proporcionaban el 30% de la energía del país, que dispone de 43 reactores operativos y de otros dos en construcción, desplegados por las cuatro principales islas del archipiélago. De cara al futuro, el Ministerio de Economía, Comercio e Industria ha establecido que, para el año 2030, el país debe obtener el 56% de su electricidad a partir de combustibles fósiles como el carbón y el petróleo, un 22-24% procedente de energías renovables y que el 20-22% tendrá que seguir proviniendo de la energía nuclear.
Hiroshima y Nagasaki
El regreso de Japón a la energía nuclear coincide con la conmemoración en el país del 70 aniversario de los bombardeos nucleares de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, donde la aviación de Estados Unidos lanzó las dos únicas bombas atómicas empleadas militarmente en la historia causando cerca de 250.000 víctimas directas, en su inmensa mayoría civiles, y miles de muertes indirectas más en las décadas siguientes como consecuencia de la radiación.
Los hibakusha, nombre que reciben en el país los supervivientes de las dos bombas atómicas, fueron objeto de discriminación social durante décadas, ante el temor de que pudieran hacer enfermar a quienes les rodean. Hoy, cuando su número ya es más que reducido, su testimonio es altamente valorado como mensaje de denuncia de algo que no debe volver a repetirse. El hecho de que Japón haya sido el único país que ha sido bombardeado con armas nucleares motivó que el movimiento antinuclear sea allí especialmente fuerte.
Mucho más reciente está el recuerdo del desastre de Fukushima. El 11 de marzo de 2011, un fuerte terremoto, y el maremoto que éste provocó, causaron diversas explosiones e incendios en la planta atómica, situada en el litoral oriental de la isla de Honshu, la mayor del archipiélago, que culminaron en la fusión de los tres reactores que se encontraban en marcha en el momento del seísmo.
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Como consecuencia de ello, grandes cantidades de radiación fueron emitidas a la atmósfera, los suelos y el agua del mar. Al poco tiempo se detectaron partículas radiactivas en buena parte del país. El año pasado se supo que 18 niños de la región estaban afectados de cáncer de tiroides, una enfermedad muy inusual a tan temprana edad.
Este tipo de cáncer es raro entre niños y adolescentes, y su incidencia media mundial es de menos de dos casos por cada 100.000 personas, por lo que el número de afectados en la zona de Fukushima resulta muy elevado. Si se admite oficialmente que la causa fue la radiación, serían las primeras víctimas directas del accidente nuclear, porque los 16.000 fallecidos en 2011 fueron atribuidos en su totalidad a los efectos de la ola gigante que invadió las costas japonesas, y ni uno solo a la fuga radioactiva.
Pero estudios publicados en 2012 ya habían revelado que la radioactividad estaba provocando mutaciones genéticas en algunas especies de mariposas de la región, en las que, debido a su rápido proceso de relevo generacional, este tipo de alteraciones resultan más fácilmente detectables. Los efectos sobre las poblaciones de otros animales de vida más larga tardarán años en poderse verificar.
Todo ello genera un fuerte sentimiento antinuclear en la sociedad japonesa. Una reciente encuesta publicada en el Mainichi Shimbun, uno de los principales diarios del país, señalaba que un 57% de la población rechazaba la puesta en marcha de nuevo de los reactores y que sólo un 30% la apoyaba. En el anterior sondeo, que se llevó a cabo en enero, los porcentajes fueron del 54% en contra y el 36% a favor.