Mirar al cielo en una noche sin Luna, observar a simple vista la Vía Láctea, las estrellas, planetas, satélites y, si hay suerte, alguna estrella fugaz, es privilegio casi exclusivo del mundo rural. Las grandes ciudades se convierten durante la noche en focos luminosos visibles desde el espacio, cuya luz es parcialmente reflejada en la atmósfera, privando a su población de las maravillas del cosmos. El cielo nocturno es anaranjado si estás cerca de una gran ciudad, pero, progresivamente, las noches son cada vez más blancas.

En la novela de Fiódor Dostoyevski, Noches blancas, un joven solitario e introvertido narra su encuentro con una muchacha, Nastenka, durante una noche blanca, fenómeno que se da en la ciudad rusa de San Petersburgo durante la época del solsticio de verano, cuando la oscuridad nunca es completa. Pero las noches cada vez más blancas de nuestros días no son consecuencia de un fenómeno natural.

 

Del ámbar al blanco

 

Tradicionalmente, la iluminación callejera ha sido de color anaranjado, bien porque se utilizaban velas o candelas de aceite con mecha o por las lámparas de vapor de sodio a alta presión, desarrolladas en los años 50 del siglo XX, más eficientes que sus antecesoras de mercurio, y de color ámbar.

Este tipo de lámparas todavía se utilizan en multitud de lugares del mundo aunque se han ido sustituyendo por luminarias LED, normalmente blancas.

Esta tendencia, motivada para conferir mejor visibilidad durante la noche en los cascos urbanos, no es una buena decisión si se desea preservar la oscuridad del cielo, ya que la atmósfera refleja la luz blanca en mayor medida que la luz ámbar. En cualquier caso, las luminarias LED tienen ventajas que hacen que sean la mejor opción: alto rendimiento, bajo consumo, color de la luz a elección del usuario y direccionalidad.

Dubái de noche, desde la ISS. Las carreteras y las calles principales están claramente definidas por luces de color amarillo anaranjado, mientras que las áreas comerciales y residenciales se resuelven en un patrón moteado de luces individuales blancas, azules y amarillo-naranja. NASA, CC BY

 

La luz natural de la noche

 

La contaminación lumínica se define como la alteración por parte del ser humano de los niveles naturales de iluminación nocturna. De forma natural, la única luz nocturna es la ofrecida por los objetos celestes y la Luna, que refleja entre el 12% y el 14% de la luz que le llega del Sol. Además, dependiendo de la fase en la que se encuentre, nos llega a la Tierra más o menos luz.

El segundo objeto más brillante del cielo nocturno es el planeta Venus y el tercero es nada más y nada menos que un objeto creado por el hombre, la Estación Espacial Internacional. Les siguen, Júpiter, Sirio, Canopus, Marte y Mercurio.

La luz que reflejan del Sol todos estos objetos celestes, además de la que producen las estrellas distantes, es la luz natural de la noche, el resto es cosa nuestra.

Un hermoso conjunto de estrellas y la banda brumosa de la Vía Láctea en la montaña chilena Cerro Armazones, durante la construcción del telescopio ELT. Una noche sin luz de Luna. ESO, CC BY

 

Un mapa de la contaminación lumínica global

 

El profesor Fabio Falchi, del Istituto di Scienza e Tecnologia dell’Inquinamento Luminoso (Thiene, Italia), junto a un grupo de investigadores, publicó en 2016 un mapa de contaminación lumínica global basado en imágenes nocturnas de la superficie terrestre obtenidas por satélite. Del análisis de las imágenes se dedujo que más de un tercio de la población mundial (en particular, el 60% de los europeos y el 80% de los norteamericanos) no era capaz de observar la Vía Láctea en el cielo nocturno y que el 88% de la superficie de Europa sufría de contaminación lumínica nocturna. En España solo un 4% de la población vive en zonas catalogadas como de baja contaminación lumínica.

Mapa de contaminación lumínica del sur de Europa. lightpollutionmap.info, CC BY

 

¿Bombilla LED o incandescente?

 

La luz LED contamina más que otros tipos de luz. A pesar de la gran cantidad de ventajas que ofrece, tales como bajo coste, larga vida útil, miniaturización, etc., son uno de los tipos de fuente de luz que más contaminación lumínica producen, ya que suelen instalarse farolas grandes y de luz blanca, en contraposición a las tradicionales farolas de vapor de sodio, de luz más bien amarillenta. No obstante, con un diseño adecuado de la infraestructura de luminarias LED callejeras, se puede reducir el gasto en iluminación y a su vez la contaminación lumínica.

Un ejemplo de esta política es el llevado a cabo en la ciudad de Dunedin (Nueva Zelanda).

 

Los animales, los que más sufren

 

Además de dificultar la observación del cosmos, la contaminación lumínica tiene otros efectos negativos. Gran cantidad de especies animales ven alterada su conducta por el hecho de que la noche no es oscura y, mucho más, si la iluminación artificial es blanca.

La contaminación lumínica representa una grave amenaza, en particular para la vida silvestre nocturna, y tiene impactos negativos en la fisiología de plantas y animales. Puede confundir los patrones migratorios de algunos animales, alterar sus interacciones competitivas, cambiar las relaciones depredador-presa y causar daños fisiológicos en general.

El ritmo de la vida está orquestado por los ciclos diurnos naturales de luz y oscuridad, por lo que la interrupción de estos patrones repercute de forma muy negativa en la dinámica de los ecosistemas.

 

Dormir a oscuras

 

Como especie animal, el hombre también se ve afectado por la contaminación lumínica. El buen funcionamiento del organismo y la producción de melatonina, hormona que juega un papel importante en el sueño, dependen fuertemente de los ritmos circadianos, regulados por los periodos de luz y oscuridad. Si el ser humano se expone a luz mientras duerme, podría suprimirse la producción de melatonina. Este hecho puede provocar trastornos del sueño y otros problemas de salud, como dolor de cabeza, fatiga, estrés, obesidad debida a la falta de sueño y aumento de la ansiedad. Además, se han encontrado vínculos de la falta de melatonina con algunos tipos de cáncer.

Estos efectos no son solo debidos a la exposición a la luz durante la noche, sino que también tiene importancia su composición espectral, es decir, sus colores. Por ejemplo, está demostrado que la luz amarilla activa la memoria y estimula el sistema nervioso mientras que la luz verde tiene un efecto calmante.

A pesar de lo negativo que parece, no todo son malas noticias. Lo bueno es que la contaminación lumínica se puede reducir con bastante facilidad con luces direccionales, usando luz artificial solo cuando y donde se necesita, usando solo la cantidad de luz necesaria, bombillas de bajo consumo y con el espectro adecuado, etc.

Con algo de concienciación sería posible devolver a las noches su oscuridad natural en aquellos lugares donde la luz no sea estrictamente necesaria, respetar la vida animal y vegetal y observar la Vía Láctea en toda su expresión.The Conversation