El 83% de la población mundial vive expuesta a la polución lumínica, pero la cifra se eleva hasta el 99% de los estadounidenses y europeos, según el nuevo Atlas Mundial de Contaminación Lumínica, un trabajo dirigido por el científico italiano Fabio Falchi, que muestra por territorios el uso (y abuso) de la luz artificial. “La contaminación lumínica debe ser abordada de inmediato, ya que, a pesar de que puede ser mitigada al instante (simplemente apagando las luces), sus consecuencias, como la pérdida de biodiversidad, no”, afirman los investigadores, quienes lamentan que la comunidad científica apenas haya abordado el problema.
La contaminación lumínica, que ha aumentado enormemente en los últimos años, se produce cuando se alteran los niveles naturales de iluminación nocturna mediante fuentes artificiales de luz. Se trata de un fenómeno más dañino de lo que parece porque, además de impedirnos una visión clara del cielo nocturno, altera el ritmo circadiano de los humanos (la sucesión de vigilia y sueño), modifica los ciclos migratorios de las aves y afecta a los ecosistemas marinos.
Este tipo de polución ha adelantado la llegada de la primavera en la Gran Bretaña
Un grupo de biólogos de la Universidad de Exeter en Cornwall (Reino Unido) ha constatado que la contaminación lumínica ha adelantado al menos una semana la llegada de la primavera en la Gran Bretaña. Los científicos han basado su investigación en la relación entre la cantidad de luz artificial nocturna y la fecha de apertura de las yemas de los árboles de los bosques: ésta se producía hasta 7,5 días antes en las zonas con mayores niveles de iluminación artificial. Concluyen que el adelantamiento tendrá un efecto cascada sobre otros organismos cuyos ciclos de vida van en sincronía con los árboles, como es el caso de la mariposa nocturna Operophtera brumata, que se alimenta de las hojas de los robles y, a la vez, constituye el sustento de ciertas aves.
Debido a la niebla luminosa estancada sobre nuestras cabezas como consecuencia de las luces artificiales, más de un tercio de la humanidad, incluyendo el 60% de los europeos y casi el 80% de los norteamericanos, no puede ver nunca las estrellas. En Europa occidental, solamente pequeñas áreas del cielo nocturno presentan una visión clara, sobre todo en Escocia, Suecia y Noruega. También hay niveles bajos de contaminación lumínica en algunas partes de Austria, en la isla francesa de Córcega y en la provincia española de Cuenca. Así que una persona que vive cerca de París tendría que viajar 900 kilómetros para poder observar nítidamente un cielo estrellado.
Tampoco tienen la posibilidad de ver la Vía Láctea desde las ventanas de sus casas los residentes en Singapur, San Marino, Kuwait, Qatar y Malta, ni el 99%, 98% y 97% de la población de los Emiratos Árabes Unidos, Israel y Egipto, respectivamente.
Técnicas bien conocidas
El Atlas Mundial de Contaminación Lumínica también revela que las poblaciones menos afectadas por el problema son las que viven en el Chad, la República Centroafricana y Madagascar, donde más de tres cuartas partes de sus habitantes viven bajo cielos prístinos. Los países y territorios con las mayores áreas no contaminadas son Groenlandia (sólo un 0,12% de su superficie la sufre), la República Centroafricana (0,29%), Niue –una pequeña isla del Pacífico Sur– (0,45%), Somalia (1,2%), y Mauritania (1,4%).
El mapa ha sido elaborado por medio de imágenes captadas por el satélite Suomi-NPP de las agencias estadounidenses NASA (espacial) y NOAA (meteorológica y ambiental). Asimismo, los científicos han contado con la ayuda de ciudadanos que han realizado unas 30.000 mediciones de luz artificial alrededor de todo el planeta.
El problema puede ir
a peor si los leds blancos se emplean en el alumbrado público
Tal y como reconocen los investigadores, las técnicas existentes para reducir considerablemente la contaminación lumínica son bien conocidas (el blindaje de luces para limitar su brillo, la plena protección para que no se envíe la luz fuera del área a iluminar, la reducción de la potencia a la cantidad mínima necesaria, limitar la luz “azul” o, simplemente, apagar las luces) y ya se han aplicado en algunas regiones italianas, en Eslovenia, en dos regiones de Chile y en parte de las islas Canarias.
La tecnología puede ayudar a reducir aún más el impacto de la contaminación lumínica. Por ejemplo, los sensores en tiempo real de tráfico servirían para reducir la emisión de luz durante la mayor parte de la noche, cuando apenas hay circulación rodada. Pero, según los expertos, la problemática también puede ir a peor si todas las lámparas de descarga utilizadas en el alumbrado público se reemplazan por leds blancos, más eficientes energéticamente pero hasta 2,5 veces más brillantes, o sea, más contaminantes desde el punto de vista lumínico.
“Hay dos posibles escenarios para el futuro. La generación actual podría ser la última que vive en un mundo con niveles tan altos de contaminación lumínica si ésta se controla correctamente o, quizás, el mundo continuará brillando, con una mayoría de habitantes que nunca habrán visto las estrellas, como en la novela y el cuento de Isaac Asimov el Anochecer”, concluyen los científicos.