Después del agua, el café es posiblemente la bebida más consumida en el mundo. Se calcula que cada día se toman en todo el planeta 1.400 millones de tazas. Según la Organización Internacional del Café (ICO), en el período 2000-2009 la demanda mundial registró un incremento anual del 2,6%, pasando de un promedio de 104 a 132 millones de sacos de 60 kilos.
En 2013 se cosecharon 145.194 toneladas de este cultivo que prospera sólo entre los trópicos de Cáncer y Capricornio. Brasil, con 49.152, es el principal productor y exportador mundial. Pero muy poca gente acertaría el nombre del país que le sigue en la lista: se trata de Vietnam, que generó otras 27.500. Indonesia y Colombia ocupan los siguientes puestos del ranking. Entre los cuatro producen el 60% del café mundial.
Entre Brasil, Vietnam, Indonesia y Colombia producen el 60% del café mundial
Pese a tratarse de un producto generado principalmente en América del Sur, Asia y África, el consumo se concentra en Europa y Norteamérica. Con datos de 2012, quienes más café consumen son los finlandeses (12 kilogramos por persona al año), seguidos de los noruegos (10), los suecos (8,4) y los holandeses (8,2). Los italianos, pese a su fama de grandes sibaritas del café, se quedan en 5,9 kilos, menos que en Alemania (6,4). España ocupa el puesto 19, con 4,5. Estados Unidos le sigue inmediatamente después (4,1). El país productor que más consume per cápita es Brasil, con 5,6 kilos por persona y año.
El café es la segunda materia prima que genera mayor volumen de negocio del mundo. Sólo lo supera el petróleo. El mercado mundial –controlado por un puñado de multinacionales, pese a que el 80% de la producción procede de pequeños agricultores– alcanzó en 2011 un volumen de unos 57.000 millones de euros, y las exportaciones proporcionaron a los países productores (donde unos 100 millones de personas viven de su cultivo) la cifra de 19.000 millones en divisas.
La sostenibilidad del cultivo y la injusta distribución de la riqueza que genera son los grandes problemas ambientales y sociales a afrontar: en 2010 sólo había 329 organizaciones de productores de café certificadas de comercio justo, que representan a más de medio millón de caficultores en 28 países y que ese año vendieron 103.000 toneladas por 18,7 millones de euros.
Extracción mediante hexano
A la vista de las cifras reseñadas, resulta evidente que el volumen de residuos resultante de la infusión de nuestros cafés mañaneros es de magnitudes colosales. Solamente en Londres se generan 200.000 toneladas cada año. Una ínfima parte se destina al compostaje (todos hemos visto a nuestras madres y abuelas verter los posos en sus macetas). El resto acaba en los vertederos, cuando, como casi todos los residuos, es una riqueza aprovechable. Arthur Kay le ha encontrado una utilidad insospechada.
Este joven emprendedor londinense (tiene sólo 23 años, y montó el proyecto a los 14 meses de dejar la universidad, donde estudió arquitectura) ha descubierto cómo convertir los posos en “biocombustibles avanzados”. Y a ello se dedica su compañía Bio Bean (coffee bean significa grano de café en inglés) que recogerá el café molido en cafeterías y fábricas de producción para convertirlo en biofuel o en pellets para calderas de biomasa “altamente caloríficos y 100% neutrales en carbono” además de “baratos y producidos localmente”. Su iniciativa ha ganado el medio millón de euros del prestigioso premio Green Challenge, además de otros galardones y subvenciones.
Evitará la emisión de grandes cantidades de metano, dióxido y monóxido de carbono
Con estos recursos económicos, Kay, distinguido como Innovador Emergente por la Fundación Ellen MacArthur, como Líder de Londres por el alcalde Boris Johnson y como “el empresario más innovador del Reino Unido" por Shell, prevé procesar en una planta en Edmonton, al norte de Londres, operativa en breve, unas 30.000 toneladas de poso anuales, que convertirá en combustibles verdes generadores de negocio (prevé una producción de 1,3 millones de litros de biofuel y 1,2 millones de toneladas de pellets a un coste un 10% inferior al del mercado).
Y, a la vez contribuirá a reducir costes a las empresas que generan los posos (calcula que gestionarlos les cuesta 67 millones de euros al año) y evitar la emisión a la atmósfera de grandes cantidades de metano, dióxido y monóxido de carbono (los generados por los combustibles fósiles sustituidos y los que producirían estos residuos orgánicos en los vertederos). Los productos obtenidos se venderán a empresas londinenses para alimentar sistemas de calefacción, de producción industrial o de transporte.
Tras secar los posos, y a través de un sencillo proceso bioquímico que ya han patentado Kay y su joven equipo de ingenieros, basado en la extracción mediante hexano (un disolvente 100% reutilizable, que se usa en España en la extracción del último aceite de orujo de la oliva), se separa el aceite que contiene el café (del 15 al 20% de su volumen) del resto del residuo. El 80-85% restante se prensa y se convierte en pellets. El aceite obtenido deviene combustible líquido mediante un proceso de transesterificación. Falta saber si el agradable aroma del café recién hecho emanará de las calderas y motores que utilicen estos combustibles innovadores para el disfrute de los londinenses.
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