Ming Kunpeng empezó a trabajar en ASM Pacific Technology, una empresa china fabricante de chips para Apple y otras multinacionales electrónicas occidentales, cuando tenía 19 años. A los 22 le diagnosticaron una leucemia de carácter ocupacional, un tipo de cáncer especialmente agresivo que rápidamente le dejó postrado en una cama. El motivo de su enfermedad era la exposición continuada al benceno, sin ningún tipo de formación en seguridad ni equipos de protección adecuados.
El benceno es un disolvente de gran potencia usado en numerosos procesos industriales, desde productos farmacéuticos y tintas hasta combustibles, pasando por muchísimas aplicaciones de sus derivados, así como en los nuevos gadgets electrónicos cada vez más presentes en nuestra vida cotidiana.
Y también es un producto altamente tóxico. Su inhalación continuada en alta concentración puede causar la muerte, pero más baja también provoca somnolencia, mareos o taquicardias. Según un estudio del Departamento de Salud y Servicios Sociales de los Estados Unidos, tiene efectos cancerígenos y una exposición prolongada a este producto puede causar leucemia y cáncer de colon.
Trabajan interminables jornadas por un salario que no supera los 100 euros mensuales
En Europa y la mayoría de países desarrollados, el uso de benceno en la industria está prácticamente prohibido, pero no en China, país que actualmente concentra la mitad de la producción mundial de la industria electrónica.
Aun así, a Kunpeng no se le reconoció el origen laboral de su enfermedad y tuvo que batallar judicialmente durante más de un año para conseguir ser indemnizado por la empresa. Y cuando eso pasó, la cantidad ni tan siquiera cubría el coste de su tratamiento médico. Finalmente, desesperado, Kunpeng se suicidó lanzándose por la ventana del hospital en el que estaba ingresado.
Esta historia es una de las que recoge el breve documental Who pays the price? The human cost of electronics (¿Quién paga el precio? El coste humano de la electrónica), producido por Heather White y Lynn Zhang. De hecho, Kunpeng se mató durante el rodaje de la película, su caso adquirió una cierta difusión y, por primera vez se empezó a hablar de los suicidios en las fábricas de componentes electrónicos chinos.
En China, todos los años, 12 millones de adolescentes dejan sus casas, normalmente en entornos rurales, para buscar trabajo en la “fábrica del mundo”. Allí trabajan interminables jornadas que empiezan a las ocho de la mañana y se alargan hasta las 11 de la noche. Sin fines de semana ni vacaciones. Y todo por un mísero salario que no suele superar los 100 euros mensuales.
Cerca de 200 millones de trabajadores se ven obligados a sufrir ambientes poco saludables o peligrosos y, según las cifras oficiales, casi 2.000 son envenenados anualmente. Una cifra que, teniendo en cuenta el caso de Kunpeng, probablemente no represente más que a una ínfima parte de los afectados reales.
Soluciones por un dólar
El documental muestra más casos de leucemia por inhalación de benceno. “He pasado por 28 tratamientos de quimioterapia –afirma Yi Yeting ante la cámara desde una cama de hospital–. Me duelen mucho los huesos. Parece como si tuviera miles de hormigas mordiendo mis entrañas".
Otros mueren, como la madre de la adolescente que protagoniza el documental y que narra de qué manera, ante la falta de noticias, fue a buscarla sólo para quedar, ella también, atrapada en el terrible sistema de explotación laboral.
Aunque estas empresas son de capital chino o taiwanés, en realidad puede considerarse que no son más que corporaciones pantalla. Toda su carga de trabajo está destinada a proveer las marcas occidentales de consumo masivo: Nokia, HP, Dell y, sobre todo, Apple encargan a estas compañías productos que luego venderán como los emblemas de un tipo de vida asociado a la libertad, la rapidez, la felicidad, la comunicación, la diversión y la cultura. Unos valores universales supuestamente aportados por unos aparatos construidos a costa del sufrimiento y la muerte de la gente que hace posibles estos móviles, ordenadores, tabletas...
El gigante asiático concentra la mitad de la producción mundial de la industria electrónica
Tanto Apple –que por ser la marca más icónica y también la más cara ha concentrado el grueso de las críticas– como otras compañías han tratado de marcar distancias con estos proveedores y han asegurado que siempre cumplen con la legalidad de los países donde operan, lo que en el caso del benceno no deja de ser una triste realidad. Pero esto no ha evitado que se vean cada vez más convertidas en el objetivo de campañas internacionales exigiendo responsabilidad.
El desenlace de toda esta dramática historia es que sustituir el benceno por otro disolvente menos agresivo encarecería en un solo dólar (0,73 euros) la producción de cada teléfono. Una cifra absolutamente ridícula si se compara con los miles de millones de facturación de uno de los sectores más pujantes en la actualidad. Apple obtuvo unos beneficios de 37.000 millones en 2013.
Éste es el cálculo de Pauline Overeem, portavoz de la ONG holandesa Centro para la Investigación de las Corporaciones Multinacionales (SOMO en sus siglas en holandés), que presiona a las grandes compañías para que asuman su responsabilidad en los métodos de producción de sus gadgets.
Otra ONG, el Secretariado Químico Internacional, con base en Suecia, ofrece alternativas a las empresas para que dejen de usar los productos más tóxicos dentro de una campaña llamada Sustitúyalo ahora. Esta entidad ha elaborado una lista de hasta 626 productos químicos dañinos para la salud humana y, propone y asesora para su sustitución.
Pero los teléfonos y ordenadores que utilizamos a diario siguen incorporando el benceno en su proceso de fabricación, y causando daños tal vez irreversibles a las personas que la llevan a cabo. El consumidor tiene como siempre el poder de impedirlo.
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