Lavarse las manos, cepillarse los dientes o administrarse crema hidratante son algunas de las múltiples actividades cotidianas que contribuyen invisiblemente a nuestra salud. Los componentes de los cosméticos no sólo sirven para asearnos o embellecernos, sino que penetran en nuestros organismos, muchas veces para quedarse, de igual forma que lo hacen los alimentos que ingerimos o el aire que respiramos, y como ellos pueden provocar enfermedades como trastornos hormonales o cáncer.
Emplear cosméticos para acicalarnos es un hábito tan viejo como la vida misma. Nuestros antepasados egipcios, griegos y romanos ya recurrían a recursos naturales y químicos, ignorando que algunos de ellos eran muy tóxicos. Es el caso, por ejemplo, de las hetairas griegas, que se aplicaban en el rostro mascarillas hechas a partir de carbonato de plomo.
En el siglo XX aparecieron nuevos tipos de artículos de aseo y belleza que se popularizaron a partir de los años 50. Las empresas del sector se beneficiaron de los avances técnicos y científicos y empezaron a trabajar con derivados del petróleo. Pronto se hicieron un gran hueco en el mercado de una sociedad consumista donde cada vez era mayor la emancipación de la mujer. El cosmético se convirtió, gracias a la publicidad, en símbolo de la mujer moderna, libre e independiente.
El mercado europeo es el mayor del mundo, y España ocupa en su seno el quinto lugar
“Las fábricas europeas [de cosméticos] trabajan con más de 150.000 sustancias químicas diferentes. Su producción ha pasado de un millón de toneladas en 1939 a más de 400 millones actualmente”, según explican los autores de El libro de la cosmética natural, editado en 2012.
Muchas de estas sustancias tienen efectos nefastos para el medio ambiente y ponen en peligro la salud de los seres vivos. Por ejemplo, los ftalatos –prohibidos desde 2004 en los juguetes y productos para bebés y presentes en las lacas para el pelo, perfumes y repelentes de insectos– y los parabenos –muy extendidos por su uso como conservante– están bajo sospecha por posibles impactos sobre los sistemas endocrinos y reproductivos y algunos estudios los relacionan con el cáncer.
La normativa que regulará la producción y el uso de sustancias químicas en la Unión Europea (UE) está tomando forma bajo la atenta mirada de la industria de los cosméticos. En diciembre de 2006, la UE creó el reglamento REACH para registrar, evaluar, autorizar y también restringir determinados elementos y preparados. Entró en vigor en 2007 y se prevé que el proceso de implementación definitiva dure unos 11 años.
Desde 1990, los consumidores preocupados por su salud y la del ecosistema apuestan por una cosmética natural que busca “integrar componentes que tengan mayor afinidad posible con la composición bioquímica de nuestra piel”, tal y como exponen los escritores del citado documento.
Sin transgénicos ni nanotecnología
Si bien no hay una definición consensuada de qué es un cosmético natural, diversas entidades privadas han empezado a definir algunas de las características que debería tener: por de pronto, el 90% de los ingredientes tiene que ser de origen natural; no ha de incluir compuestos químicos sospechosos de ser peligrosos para la salud y el medio; su elaboración debe respetar el equilibrio natural del entorno y no se admiten en su composición sustancias ni procesos que impliquen el uso de tecnologías, como organismos modificados genéticamente, nanotecnología o irradiación.
Asimismo, se permiten ingredientes de origen animal que no impliquen el sacrificio de los ejemplares, como la miel y la leche, y preferentemente de individuos que se hayan criado con métodos de ganadería ecológica, pero ni los ingredientes ni el producto final pueden ser testados en animales.
Para que, además de natural, sea ecológico u orgánico, tiene que estar certificado como tal el 95% de los ingredientes de origen animal y vegetal. Si cumple con todos estos requisitos, irá acompañado del sello de algunas de las certificaciones existentes, como por ejemplo el USDA Organic o el Eco-Label.
Los cosméticos naturales mueven ya 22.500 millones al año en el mundo
Actualmente, las organizaciones europeas BDIH (Alemania), Cosmebio (Francia), Ecocert Greenlife SAS (Francia), ICEA (Italia) y Soil Association (Reino Unido) están trabajando en el proyecto COSMOS-standard para unificar criterios y crear un sello común europeo puesto que, en el caso de la cosmética, a diferencia de lo que sucede con la alimentación, todavía no hay una legislación unificada que regule el sector y, por tanto, son frecuentes ciertos reclamos publicitarios que engañan a los consumidores.
A pesar de las trabas, la cosmética ecológica en España está en auge. Sigue la estela de países europeos como Alemania –pionera y líder a nivel europeo–, Francia e Italia, donde está cada vez más arraigada.
España ocupa el quinto puesto a nivel europeo en facturación del sector de los artículos de tocador en general, en el que el mercado europeo, del que nuestro país representa el 10%, es el más importante del planeta, seguido del estadounidense y el japonés.
El consumo nacional alcanzó los 6.108 millones de euros en 2010, según la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética. Posteriormente, la crisis ha recortado estas cifras, aunque los artículos de belleza no parece ser ni de lejos una de las primeras cosas de las que deciden prescindir los consumidores cuando ven descender sus ingresos.
Pero sólo una pequeña fracción de este pastel ha sido captada hasta el momento por la cosmética ecológica. No obstante, según la consultora británica Organic Monitor, este segmento creció un 4% a nivel mundial en 2011, y los expertos le pronostican un progreso sostenido. Kline Group, instituto internacional de investigación de mercado, calcula que la cosmética natural factura ya 22.500 millones de euros al año.