Que el calor ha llegado con fuerza este verano a toda Europa no sería noticia si no fuera por las máximas históricas que se han conseguido –por ejemplo, a principios de mes, en Londres, se registraron 36,7 grados centígrados y en París, 40–, unas cifras con las que los europeos del norte empiezan a sufrir en su propia piel los efectos del calentamiento global.
Las temperaturas medias entre el 28 de junio y el 4 de julio fueron siete grados centígrados superiores a la media en algunos países del Viejo Continente. En España, desde finales del pasado mes se han sucedido un par de olas de calor –un período de al menos tres días con temperaturas ambientales superiores a los 32,3 grados centígrados, según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET)–, después de que se registrara el mayo más caluroso de los últimos 50 años. La primera se asentó en la península Ibérica y Baleares del 26 al 30 de junio y la segunda empezó el 5 de julio y acabó el pasado jueves, convirtiéndose en una de las más largas de la última década.
En este tremendo inicio de verano, los termómetros han pasado de los 40 grados centígrados en gran parte de la península y el calor no ha dado respiro tampoco tras el atardecer: en Barcelona no se ha bajado de los 25 grados de mínima varias noches seguidas. A partir de hoy, el mercurio volverá a subir marcando temperaturas más altas de lo normal para estas fechas, según ha advertido la AEMET.
La ola de calor de 2003 acabó con la vida de más de 70.000 personas en el Viejo Continente
Para recordar un estío como el actual hay que remontarse a 2003, cuando el calor sofocante ocupó parte de julio y mitad de agosto. Es considerado, hasta el momento, el verano más caluroso en Europa Occidental y acabó con la vida de más de 70.000 personas. En España, según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), un organismo internacional dependiente de las Naciones Unidas, fue el desastre natural que ha provocado hasta ahora más víctimas mortales entre 1970 y 2012. En 2010, el estío fue también excepcionalmente cálido en el este de Europa y gran parte de Rusia.
Se trata de una canícula difícil de olvidar para aquellos que la padecieron, pero a la que habrá que irse acostumbrando porque las potentes e inusuales largas olas de calor, junto con otros fenómenos meteorológicos extremos, serán cada vez más frecuentes, intensos y de mayor duración como consecuencia del calentamiento global, según apuntó en su quinto informe el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
El calor en aumento provocará, según los expertos, una mayor probabilidad de enfermedades y muertes, sobre todo entre ancianos, niños y gente sin recursos, así como consecuencias para la salud mental y el bienestar humano; más incendios forestales y contaminación del aire; menor caudal en los ríos –con el consecuente problema de acceso al agua y la energía– y una disminución de la producción agrícola. Asimismo, aumentará la demanda energética –en España, el consumo eléctrico se disparó un 13,3% en los 14 primeros días de julio en comparación con el mismo periodo de 2014–. Lo que supondrá más emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera. Es decir, más calor.
El doble de posibilidades
La Organización Meteorológica Mundial (OMM) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) han publicado de forma conjunta nuevas recomendaciones para desarrollar sistemas globales de alerta de olas de calor. “Las olas de calor son un fenómeno natural peligroso que cada vez requiere más atención. No tienen el carácter espectacular ni la violencia repentina de otros peligros, como los ciclones tropicales o las crecidas repentinas, pero sus repercusiones pueden ser severas”, alertan.
A principios de mes, la página web Climate Central publicaba una recopilación de estudios científicos en la que se aseguraba que el cambio climático ha duplicado las posibilidades de que se produzcan olas de calor en Europa.
Los investigadores analizaron el registro histórico de temperaturas de cinco ciudades europeas, entre las que se encontraba Madrid, para determinar cuántas veces habían sido muy altas durante al menos tres días seguidos. Al comparar los datos, observaron que sucedía cada vez con más frecuencia.
WWF lanza una nueva campaña para conseguir un acuerdo ambicioso en París
Por ejemplo, en la capital española, hoy es cuatro veces más probable que se dé una ola de calor que en 1950. “El tiempo de retorno es ahora más o menos de una ola de calor cada cinco años mientras que a mediados del siglo pasado se podía esperar uno de estos episodios cada 20 años", detallan en la web.
Las organizaciones ecologistas llevan años avisando de que el calentamiento global inducido principalmente por la actividad humana, sobre todo por la constante e intensa emisión a la atmósfera de enormes cantidades de dióxido de carbono, incrementa los desastres naturales como las asfixiantes olas de calor que llevamos registradas en lo que llevamos de año: en mayo, las abrasadoras temperaturas acabaron con la vida de más de 3.000 personas en India y Pakistán y, en junio, se cobraron la vida de cinco personas en Japón, donde más de 3.000 tuvieron que ser hospitalizadas.
El Fondo Mundial para la Naturaleza (de sus siglas en inglés WWF) no podía encontrar mejor contexto que el actual para presentar su campaña Ni un grado más, con la que pretende llamar a la acción ciudadana contra el cambio climático y así presionar a los políticos para conseguir un acuerdo ambicioso en la Cumbre del Clima de París de finales de año.
Bajo el lema Podemos evitarlo, denuncian que “este calor extremo es sólo uno de los impactos del cambio climático que ya estamos sufriendo, junto a la pérdida de bosques, ríos, especies, playas, cultivos, oficios y muchas otras consecuencias que afectan a la salud de las personas”. Seguir calentando el planeta, con gestos tan comunes como encender cada día el motor de nuestros vehículos, tiene un costoso precio para los terrícolas. Sin embargo, si queremos, todavía estamos a tiempo de dar marcha atrás.