¿Qué es la Economía del Bien Común?
Es el intento de resolver una triple contradicción ética. Observamos que hay una brecha cada vez mayor entre los comportamientos económicos en los mercados y los valores que permiten florecer nuestras relaciones: comportarse de forma egoísta y desconsiderada conduce al éxito económico. La segunda contradicción se da con respecto a los valores constitucionales: desde la dignidad humana, pasando por la solidaridad, la sostenibilidad, la justicia y la democracia. Estos valores no se viven en el mercado, porque no se piden y no se miden. Y en tercer lugar, no medimos el objetivo de la economía, que es la satisfacción de las necesidades, sino el medio, a través del beneficio financiero y del PIB, y éstos son indicadores de éxito monetario que no tienen ninguna relación segura con todo lo que realmente vale.
¿Cuáles son esos valores de los que la economía se ha desvinculado y hacia los que necesita volver a orientarse?
La honestidad, la transparencia, la confianza, la responsabilidad y la empatía. Todas pueden potenciarse con unas determinadas reglas legales. Hoy vemos cómo la competencia y el afán de lucro, los dos pilares que rigen el sistema capitalista, estimulan la avidez, la envidia, el egoísmo y la desconfianza. Necesitamos cambiar estos dos principios por los de cooperación y contribución al bien común. Las leyes del mercado deben coincidir con los valores de la sociedad y la constitución, mientras que hoy los contradicen. La economía no es una ley natural. Es una creación política y si el modelo económico está mal se puede cambiar. La gente tiene que saber que se puede cambiar.
¿Hay que cambiar, en primer lugar, el concepto del éxito empresarial?
Sí. Una empresa es una herramienta económica y la meta de la economía es la creación del mayor bien común posible. Por tanto, lo que hay que medir no es el beneficio financiero, sino la contribución o aportación de esa empresa al bien común, una noción que está presente en casi todas las constituciones de las democracias occidentales.
Hábleme de ese concepto.
El bien común es la aspiración de que nos vaya bien a todos, a todos los seres humanos y a todos los seres vivos. Para mí es el equivalente de la dignidad humana a nivel colectivo. De qué se compone ese bienestar, ese bien común, hay que decidirlo de forma democrática. Hay que hablar de las necesidades básicas, de los factores de calidad de vida, de los valores fundamentales. Es más bien un título, cuyo contenido concreto lo tenemos que elaborar juntos.
¿Cómo se mide la aportación de cada empresa al bien común?
A través del Balance del Bien Común (BBC), una matriz que evalúa a través de 17 indicadores, cuán ética, solidaria y democrática es una empresa. Valora aspectos como la colaboración de la empresa con otras que estén dentro de la red, la horquilla salarial, el respeto a los derechos humanos y al medio ambiente, la toma democrática de decisiones, si evade impuestos, si produce localmente, etc. En realidad, el BBC trata de responder a las cuestiones más relevantes sobre justicia, ecología, democracia y dignidad humana. Al implementarlo, una empresa está tomando conciencia de todos los campos de acción y transformación en los que hay que trabajar, pero el proceso es largo y paulatino.
Su propuesta es que esa auditoría sea pública y obligatoria por ley.
Sí. Hoy, si una empresa cumple con la mitad de los indicadores que proponemos, pierde competitividad por la dinámica del sistema, pero el día en que el BBC sea vinculante, será al revés y las empresas ganarán competitividad en la medida en que cumplan con más indicadores. Esa es la meta: que cuanto más ecológica, responsable, cooperativa, solidaria, generosa y democrática una empresa se comporte y organice, más incentivos y ventajas legales obtendrá y como consecuencia, más éxito tendrá.
¿Qué tipo de ventajas?
Menores impuestos, aranceles más bajos, mejores condiciones en los créditos, prioridad en la compra pública, etc.
La Economía del Bien Común también plantea la prohibición de determinadas prácticas.
Sí, proponemos que sólo sean permitidas las aplicaciones del beneficio financiero que aumenten el bien común, como las inversiones con plusvalía social y ecológica o el repago de créditos y que dejen de ser legales las aplicaciones que lo reduzcan, entre ellas las inversiones en los mercados financieros, las adquisiciones hostiles, la distribución de beneficios a personas que no trabajan en la empresa o las donaciones a partidos políticos.
Otra propuesta es limitar la creciente desigualdad salarial.
Hoy, la diferencia entre el sueldo del ejecutivo mejor pagado y el salario mínimo en Austria es de 800. En Alemania de 5.000, en el sector industrial de Estados Unidos es de 75.000 y en el sector financiero de ese país llega a 300.000. Mi experiencia con más de 50.000 asistentes a cursos y conferencias es que la pinza salarial debería establecerse en un margen de entre 5 y 15. Tanto en Austria como en España, en las votaciones nunca gana un factor superior a 30 o inferior a 3. El corredor de lo que quiere la gente es muy estrecho y todos tenemos una noción de justicia muy cercana, que no tiene nada que ver con lo que hay hoy.
¿Qué porcentaje de empresas diría que sirve hoy al bien común?
La aplastante mayoría de las empresas no son sociedades anónimas, sino pymes, empresas familiares, empresas de una sola persona y de ellas, yo diría que más de la mitad van en la dirección correcta y se ofenden si se confunde su actitud con la que domina en la mayoría de las sociedades anónimas. Muchos de los empresarios con los que me encuentro me dicen: "Lo que tu nos cuentas no es nada nuevo; eso ya lo estamos haciendo, siempre lo hemos hecho". Y yo les respondo que conozco y que les agradezco que ya lo estén haciendo, pero que necesitamos que esos comportamientos se hagan visibles y se recompensen frente a aquellas empresas que pasan de toda responsabilidad y del bien común.
Dígame alguna empresa que hoy obtendría una buena puntuación si hiciera el BBC.
Lo que observamos es que casi ninguna empresa está muy avanzada en todos los aspectos. Hay empresas muy ecológicas, pero donde otros aspectos están poco desarrollados y otras donde las condiciones de trabajo son óptimas pero se olvidan del tema ecológico. Sorprende por ejemplo, que en Mondragón, las empresas no sólo comparten conocimientos, tecnología, personas o encargos, sino que cuando una empresa está mal la apoyan con recursos financieros. Practican la solidaridad financiera que es el mayor grado de solidaridad que se puede alcanzar entre empresas.
Está estos días presentando en nuestro país su libro La Economía del Bien Común ¿Cómo ha sido la acogida de la propuesta en España?
Sorprendente y extraordinaria. Debido a la situación económica, la gente aquí está muy abierta a un cambio, más incluso que en otros países y a eso se añade que yo hablo español y siento España como mi segunda patria. En los últimos meses, cuatro de cada diez empresas que se han inscrito en nuestra página web con interés de implementar el BBC son españolas. Existen ya 15 campos de energía o grupos de trabajo. El primero se creó en Muro de Alcoy y acudieron 60 personas, entre ellas empresarios, políticos, líderes sindicales, profesores universitarios, y también el representante de una entidad financiera.
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