Papayas, aguacates, yuca, zapotes, ñame... Desde hace algunos años, decenas de frutas y verduras tropicales se agolpan en las cajas de tiendas y supermercados de nuestras ciudades y pueblos. La migración de miles de personas de países como Colombia, Ecuador o Perú ha traído una novedosa riqueza gastronómica, de nombres imposibles y aspecto sólo visto antes en los documentales. Sin embargo, el mercado dedicado a importar y exportar fruta y verdura para que tengamos de todo y en todo momento conlleva una gran degradación medioambiental debido a los recursos que se utilizan para conseguirlo: fuel para transportarlo y mucha más cantidad de agua, químicos o abonos para que llegue a cualquier local.
También están la calidad y las condiciones de trabajo, mermadas por la ley de la oferta y la demanda: la gente los quiere más baratos y en mayor volumen. No como un capricho o como algo exótico, sino como postre habitual. Desde Amigos de la Tierra han llamado a este fenómeno 'Alimentos kilométricos', y ayudan a saber de dónde son y cuánto dióxido de carbono han emitido a la atmósfera los productos que ponemos en el carro de la compra.
Cada alimento recorre de media unos 5.000 kilómetros hasta llegar a nuestra mesa
Teresa Rodríguez, responsable de comunicación de la asociación, nos remite a los últimos datos que han publicado. Según sus cálculos, cada alimento recorre de media unos 5.000 kilómetros hasta llegar a la mesa. Entre 1995 y 2007, explican, la cantidad de productos importados aumentó hasta un 50%. "Casi todos los desplazamientos se hacen en barco y, en mucha menor medida, en tren, que contamina menos", apuntan. Centroamérica y Sudamérica son el origen del 39% de las importaciones, por detrás de Europa y, en menor medida, Asia y África.
Esto tiene una doble cara: en España, dice Teresa Rodríguez, el 87% de los garbanzos que se comen son mexicanos. Los de aquí, a su vez, se exportan o, directamente, se eliminan. Una tierra de legumbres y puchero como la nuestra ha visto menguar sus plantaciones de garbanzos y judías en función de la oferta externa. Lo mismo se suele decir de las naranjas o del aceite (que el bueno es el primero que sale y el resto se queda aquí).
De todas formas, tal y como indican desde Amigos de la Tierra, las importaciones masivas siguen siendo de piensos y cereales, destinadas a alimentar el ganado. Es por ello que la 'huella ecológica' de la carne triplica la de frutas y verduras. Lejos del nacionalismo alimentario, por lo que abogan desde esta organización ─como desde Ecologistas en Acción o Grain, entre muchas otras─ es por la soberanía alimentaria (esto es, un sistema equitativo, sostenible y respetuoso con el medio ambiente contra la industrialización y masificación actual) y por un circuito local y orgánico que no degrade los suelos y la atmósfera y que tenga mayor capacidad de acabar con el hambre.
Colonización de la comida basura
"Los datos demuestran una vez más como el sistema industrial de agricultura y alimentación agrava la crisis climática, alimentaria y ecológica. Sin embargo la agricultura campesina, familiar y de pequeña escala contribuye al bienestar ambiental y genera empleo. Tanto las políticas agrarias como la PAC (Política Agraria Común), en pleno proceso de reforma como lo están las políticas comerciales, deberían tener esto en cuenta para reorientar el modelo agrario hacia uno más justo y sostenible”, declara Blanca González Ruibal, responsable del área de agricultura y alimentación de Amigos de la Tierra.
El precio de las papayas que nos servimos en el pueblo de nuestros abuelos es caro. No solo lo que nos cuesta que llegue hasta aquí, sino lo que provoca en el país de origen. La representante del Programa Mundial de Alimentos de la ONU en Ecuador, Kyungnan Park, alerta del deterioro de la dieta en la región andina debido a dos factores: la colonización de la comida basura en estas sociedades, que causa índices de obesidad inauditos, y la pérdida de la gastronomía local por culpa de la exportación.
Las importaciones masivas siguen siendo de piensos y cereales para el ganado
Como ejemplo ponía la quinua, el cereal con más nutrientes por cada 100 gramos según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). La demanda, 18 veces superior ahora que hace cinco años, ha elevado el precio de la tonelada a 7.000 dólares (unos 5.800 euros), lo que ha provocado que los campesinos se olviden de comerla para vender la mayor cantidad posible. O que el resto de cultivos sufra una homogeneización que aplaste la diversidad en aras de un mayor rendimiento económico.
Desde la Confederación de Consumidores y Usuarios (Cecu), advierten que lo fundamental es concienciar a la gente de la necesidad de una alimentación "100% cercana, local, y de temporada". David Hurtado, el portavoz de la agrupación, anota que no se trata de proteccionismo, sino que supone "mejor sabor, mejores condiciones, mejor trato al medio ambiente y más durabilidad". "No es necesario que tengamos de todo y siempre. Cuando algo se acaba, se acaba. Y entonces hay que comer otra cosa. Es como se ha hecho siempre, por cosechas y estaciones. Además, esto favorece el comercio local, y saber que se ha producido en contra de la política de las grandes corporaciones, que van a por lo más barato, a lo que más beneficio les dé, venga de donde venga".
¿Algo bueno? La incorporación de nueva variedades de frutas y verduras a nuestra dieta tiene la ventaja de aportar más riqueza a nuestra dieta y el descubrimiento de nuevos sabores. Con la tecnología actual, en Estados Unidos ya se están probando semillas de quinua para plantarla en su propio territorio. Aquí, el kiwi ya no viaja desde Nueva Zelanda o China, sino que se cosecha en Galicia y el País Vasco. Y en Málaga ya apuestan por la papaya como cultivo tropical. Han visto que su árbol puede dar hasta 200.000 toneladas por hectárea en un periodo de entre 18 y 36 meses. Así seguiremos comiéndola en Castilla-La Mancha, pero sin etiqueta brasileña.