Desde hace años, la ganadería industrializada es objeto de las críticas de las organizaciones ecologistas, los defensores de los animales y de los partidarios de modelos de desarrollo económico y seguridad alimentaria más sustentables. El hacinamiento de los animales, la deforestación que ocasiona la cría de ganado extensiva y el enorme gasto en agua y energía que precisa la producción de proteínas animales, sumados a la tremenda aportación del metano emitido por las reses al calentamiento global, son los principales argumentos esgrimidos en contra de este sector.
En 2006, un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) titulado Livestock's long shadow (La larga sombra del ganado) señalaba que el ganado es el principal usuario de tierras entre todas las actividades humanas, al ocupar el 26% de la superficie útil terrestre, que se lleva un 8% del agua que consume el ser humano y que, pese a suponer sólo el 1,5% del PIB mundial, emite el 18% de los gases de efecto invernadero.
El ganado es el principal usuario de tierras entre todas las actividades humanas
En la Amazonia brasileña, el último gran pulmón del globo, 80 millones de cabezas de ganado campan por lo que un día fue selva tropical. Los millones de hectáreas por los que pastan han significado las tres cuartas partes de la pérdida total de bosque en esta región del planeta.
Pocas actividades pueden parecer menos sostenibles. Sin embargo, la Rainforest Alliance, una organización internacional que trabaja por la protección de los bosques y opera como entidad certificadora de iniciativas agrícolas, silvícolas o turísticas que los respetan, distinguió por primera vez en 2012 a un rancho avalando que el mismo opera con respeto a las condiciones de trabajo de sus empleados y la salud de los ecosistemas.
Se trata de las Fazendas São Marcelo, que abarcan unas 32.000 hectáreas del estado de Mato Grosso, en el occidente de Brasil. Junto a las haciendas que componen el rancho hay diversas áreas protegidas, entre las que destaca una reserva de 13.000 hectáreas de selva amazónica donde vive una rara especie de mono titi amenazado. Estas fincas fueron también las primeras en obtener el certificado de bienestar animal expedido por la organización Ecocert Brasil.
Rompiendo paradigmas
El ganado se mueve por un entorno natural conservado, en prados rodeados por bosques de grandes árboles que le aportan sombra y protección de la lluvia. A los rebaños no se les permite acceder a las zonas de mayor valor ambiental, y las que han resultado más degradadas por su presencia se reforestan. Y los animales reciben una dieta natural de fácil digestión para reducir sus emisiones de metano.
Además, los vaqueros tienen prohibido matar animales salvajes, incluso a aquellos que podrían suponer una amenaza para las reses que cuidan. Asimismo, la propiedad de la explotación apoya las escuelas locales financiando la capacitación de maestros (aunque una de sus haciendas, situada en una zona más remota, dispone de su propia escuela privada) y patrocina cursos de formación ocupacional para las mujeres de los ganaderos, la gran mayoría de los cuales son hombres, para dotar de oportunidades de mejora económica a las familias de éstos.
Los animales siguen una dieta especial para reducir sus emisiones de metano
Por todos estos factores, Imaflora, el socio brasileño de la Rainforest Alliance, decidió conceder la certificación por primera vez a un rancho ganadero. “El ganado, la vida salvaje y el medio ambiente pueden coexistir”, considera Tensie Whelan, presidenta de la Rainforest Alliance.
“La certificación de Fazendas São Marcelo rompe un paradigma y muestra que la producción de ganado a gran escala puede ser llevada a cabo de conformidad con la buena gestión de los pastos, el tratamiento humanitario de los animales, la conservación de los recursos naturales y el respeto de los trabajadores y las comunidades", señala Luís Fernando Guedes Pinto, gerente de certificación agrícola de Imaflora.
La finca Guapinol, en Izabal (Guatemala), dedicada a la cría de búfalos de agua sobre 45 hectáreas de pastos y 58 de zonas protegidas, y el pasado febrero, la sección lechera de la finca comercial del Centro Agronómico Tropical de Investigación y Enseñanza (CATIE) en Turrialba (Costa Rica), que trabaja con 135 vacas sobre 73 hectáreas; se han sumado posteriormente a la lista de explotaciones ganaderas reconocidas con el sello Rainforest Alliance Certified.
Entre otros requisitos, las fincas que aspiran a la certificación (sólo pueden aspirar a la misma las que tienen a los animales en pastos al aire libre) deben gestionar adecuadamente los desechos, prevenir ataques al ganado de cualquier depredador salvaje, proteger las vías acuáticas naturales, tratar bien a las reses y reducir la huella de carbono ofreciendo a los animales una dieta que sea más digerible, tratando el estiércol y conservando los árboles en las parcelas de pastoreo, en reservas forestales o como cercas vivas, además de respetar los derechos y el bienestar de sus trabajadores.