A las afueras de la histórica ciudad chipriota de Famagusta (Gazimağusa, para los turcos, Ammójostos para los griegos) se extiende un escenario fantasmagórico. Enormes bloques de hoteles y apartamentos sin terminar de construir se alternan con otros ya estrenados pero igualmente abandonados. Una sucesión de edificaciones vacías se alinea durante kilómetros enmarcando una extensa playa dorada. Establecimientos y viviendas conservan un mobiliario y unos enseres obsoletos deteriorados por los años mientras la vegetación se apodera de calles y plazas. Se trata de un gran complejo turístico en ruinas situado en la parte turca de la isla dividida.
El barrio está completamente rodeado por vallas cubiertas de telas que tratan de impedir que se contemple el abandono que reina al otro lado. Sobre ellas, continuos carteles rojos del ejército indican en turco, inglés, francés, alemán y griego que se trata de una "zona prohibida". Por si no quedara bastante claro, incorporan el amenazador dibujo de un soldado armado, advirtiendo de que quienes penetren en el recinto se arriesgan a recibir un disparo. También está prohibido hacer fotos desde el exterior. Sólo desde la playa se puede apreciar la magnitud de Varosha, un Benidorm abandonado en la costa sur chipriota, una de las mayores ciudades fantasma de Europa y tal vez del mundo: seis kilómetros cuadrados de edificios desiertos.
Se trata de un verdadero Benidorm en ruinas declarado zona militar prohibida
Los habitantes de Varosha que no habían huido antes fueron desalojados por la fuerza tras la invasión turca de 1974 que, como respuesta a un golpe de Estado que amenazó con integrar la isla en la Grecia gobernada por una junta militar, consagró su división entre la República de Chipre, hoy miembro de la Unión Europea (UE), y la autoproclamada República Turca de Chipre del Norte, un paria de la comunidad internacional solamente reconocido por Turquía (por ello, su territorio es también, teóricamente, parte de la UE).
La invasión acabó con décadas de violencia entre grecochipriotas y turcochipriotas, que hasta entonces vivían entremezclados en todas sus ciudades. Miles de refugiados de cada comunidad se vieron forzados a trasladarse a la zona controlada por los suyos abandonando pueblos enteros. Varosha, poblada en su mayor parte por griegos, quedó muy cerca de la Línea Verde, la militarizada frontera entre ambos estados que desde hace 40 años controlan los cascos azules de la ONU.
En los años 70, Varosha se convirtió en el destino turístico más famoso de Chipre, y al modelo de esa época corresponde su urbanismo de cemento congelado en el tiempo. La guerra en el Líbano desvió hacia la isla a los visitantes de la región que hasta entonces frecuentaban la animada Beirut, cuyos locales de moda borraron del mapa los obuses. Estrellas de Hollywood como Elizabeth Taylor (incondicional del hotel Argo), Richard Burton, Raquel Welch o Brigitte Bardot eran algunos de los visitantes habituales del balneario chipriota.
En aquel tiempo, Varosha tenía unos 30.000 habitantes, sin contar las decenas de miles de turistas que la invadían en verano. Como una resolución de la ONU, la número 550 del Consejo de Seguridad, adoptada en 1984, establece que “los intentos de asentamiento en cualquier parte de Varosha de cualquier persona que no sean sus habitantes es inadmisible”, los turcos no han podido repoblar la ciudad con colonos procedentes de Anatolia como hicieron con otras zonas de la isla abandonadas por su población griega.
Tras el relajamiento de la tensión en la isla, en un referéndum sobre la reunificación convocado en 2004, el no se impuso rotundamente en el lado griego, mientas la población turca apoyaba entusiasta el sí que la hubiera sacado del aislamiento internacional (sólo puede comerciar con Turquía). Así que, cuatro décadas después, Varosha sigue desmoronándose, solamente recorrida por patrullas militares turcas, por algún explorador espontáneo amante de las emociones fuertes y por la fauna local. Las chumberas y los matojos invaden las aceras y algunas tortugas marinas han llegado a desovar en sus playas desiertas, a la sombra de los enormes esqueletos de cemento que las rodean.
Demoliciones masivas
Desde el año pasado, un grupo de activistas greco y turcochipriotas y extranjeros trata de impulsar un proyecto para convertir el viejo complejo turístico en una moderna ciudad sostenible, gobernada mediante las más modernas tecnologías, donde puedan volver a convivir las dos comunidades históricamente enfrentadas y hoy separadas.
Nueve grupos de trabajo coordinados por el investigador Jan Wampler, del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), desarrollan ideas para hacer del barrio “un modelo de ecopolis que promueva la coexistencia pacífica entre todos los habitantes de Famagusta, incorpore las últimas tecnologías ecourbanas y se convierta en un centro para la paz y la sostenibilidad en una región conflictiva”, la de Oriente Medio (la isla está a apenas un centenar de kilómetros de las costas de Siria).
Los promotores de la idea quieren evitar que, cuando se supere el conflicto, Varosha, retomando el camino emprendido hace medio siglo, acabe siendo un nuevo ejemplo del desarrollismo turístico masivo tan habitual en el Mediterráneo. Y para ello se han sumado los esfuerzos de arquitectos, permacultores, economistas, empresarios, urbanistas, horticultores, ingenieros, artistas y especialistas en mediación de conflictos.
Participan en la iniciativa unos 60 voluntarios, chipriotas y foráneos, que están logrando involucrar a un buen número de ciudadanos de Famagusta, tanto griegos como turcos. “El 90% del potencial turístico de la ciudad está en Varosha. Su recuperación sería un beneficio para todo el país”, admite Simge Okburan, portavoz del ayuntamiento turco de Famagusta.
El principal objetivo de la 'ecopolis' es la reconciliación entre griegos y turcos
Por supuesto, los proyectos en los que se trabaja contemplan que la ciudad se alimente energéticamente por medio de fuentes renovables, y muy especialmente gracias a la abundante radiación solar que ya era su principal fuente de riqueza antes de su abandono, al constituir el factor que atraía al turismo de playa del que vivía.
El proyecto de un documental para dar a conocer la iniciativa, dirigido por la realizadora local Vasia Markides, logró superar su objetivo de recaudar 30.000 dólares. Un total de 267 mecenas aportaron 33.842 dólares (unos 26.500 euros) a través de la plataforma Kickstarter y la cinta se rodó y se ha empezado a difundir este año.
En enero, Famagusta acogió un encuentro de expertos locales e internacionales para empezar a planificar como podría ser la recuperación de Varosha, algo que es bastante más caro: entre 2.000 y 10.000 millones de dólares (de 1.500 a 7.800 millones de euros), según los impulsores del Famagusta Ecocity Project. Una buena parte se tendrá que invertir en una ingente cantidad de demoliciones. “Ya que tenemos la oportunidad de reconstruir una ciudad desde cero, ¿por qué no hacerlo esta vez de manera correcta?”, se pregunta la cineasta, afincada en Estados Unidos.
Mientras, se dan otros pasos para la reconciliación entre griegos y turcos de Chipre, que pasan también por Varosha. La Iniciativa Famagusta, consensuada por diversas asociaciones ciudadanas, propone que la parte turca permita de nuevo el acceso a la zona prohibida a cambio de que la comunidad internacional levante el embargo al puerto de Famagusta (hace siglos uno de los más importantes del Mediterráneo) y declare el interesante centro medieval de la ciudad, donde Shakespeare situó Otelo, Patrimonio de la Humanidad. Sería un primer paso en la senda para que Varosha pase de una ciudad fantasma a una ciudad verde en cuyas calles se vuelvan a escuchar en paz el turco y el griego y el resto de lenguas del planeta.