Los huevos de gallina constituyen desde hace milenios una parte fundamental de nuestra alimentación y están presentes en innumerables recetas dulces y saladas de nuestro patrimonio culinario. En España, el pasado año, se consumió una media de 146,99 huevos frescos por persona, superando el promedio mundial, situado en torno a los 100. Además, consumimos muchos huevos más de forma indirecta, ya que son ingredientes esenciales de múltiples productos, como la bollería o la pasta fresca.
Sin embargo, la mayoría de los consumidores ignora todo lo que atañe a la trazabilidad del huevo, el camino que ha recorrido desde la puesta hasta nuestro plato, una información de gran relevancia, toda vez que un huevo que no esté rigurosamente fresco puede provocar serias intoxicaciones.
Cada huevo puesto a la venta luce en la cáscara un código impreso que indica el sistema de producción con el que se ha obtenido y la granja de la que procede. Pero sólo el 2% de los consumidores se fija e identifica correctamente estos dígitos, según revela la encuesta Huevómetro, realizada por la Organización Interprofesional del Huevo y sus Productos (INPROVO).
Cuanto mejor es tratado el animal en la granja más bajo es el primer número impreso
El 63% de los 2.000 ciudadanos encuestados dijo haber visto la información presente en las cáscaras, pero en su mayor parte respondieron erróneamente que se trataba de la fecha de consumo preferente. Y aunque el 70% desconocía la existencia de las normas que garantizan la sostenibilidad en la producción de huevos de gallina, una amplia mayoría de los encuestados (85%) dijo sentirse preocupada por saber si las gallinas ponedoras están sanas, a un 69% le interesa su alimentación y al 68%, su bienestar. Toda esta información la contiene el código impreso en los huevos y las etiquetas de los paquetes en los que se comercializan.
El primer número de la serie de dígitos va del cero al tres y nos indica en qué tipo de explotación y en qué condiciones vive la gallina ponedora, un animal que genera aproximadamente un huevo al día desde que alcanza su madurez sexual a las 20 semanas de vida, sin necesidad de ninguna fecundación. En su estado natural, las gallináceas pasarían la jornada correteando, picoteando y escarbando en el suelo para obtener su alimento, dándose baños de tierra y construyendo sus nidos para la puesta.
Cuanto mejor se trata al animal en la granja más bajo es el número. Así, un huevo que tiene por primer número un 0 procede de granjas de gallinas ecológicas donde hay corrales al aire libre para que los animales puedan desarrollar sus pautas naturales de conducta. Además, comen pienso ecológico que no incluye alimentos transgénicos ni mezclas de antibióticos.
Los huevos con el número 1 impreso son de gallinas camperas, que tienen acceso a un espacio al aire libre cubierto de vegetación, si bien el productor puede limitarles su disfrute durante un período limitado por las mañanas. En este tipo de explotaciones está permitida una densidad máxima en los corrales de una gallina por cada cuatro metros cuadrados.
Consumo consciente
Pero si el primer dígito es un 2 o un 3, las gallinas que han puesto estos huevos carecen de espacio y libertad para desarrollar sus pautas naturales de conducta. Si se trata de un 2, el huevo procede de gallinas criadas en el suelo dentro de un recinto cerrado, con una densidad de nueve gallinas por metro cuadrado y con iluminación eléctrica encendida todo el día. Y si la cáscara luce un 3, proviene de gallinas criadas en jaulas de una superficie mínima por ave de 600 centímetros cuadrados (la superficie de un folio) en las que no pueden ni mover las alas. Este último es el sistema más habitual en España.
La estabulación masiva que convierte a las gallinas en meras máquinas de poner huevos se empezó a aplicar en los años 50. Hoy, cerca del 60% de la producción mundial de huevos proviene de aves encerradas en jaulas en batería, unas desdichadas pero rentables gallinas de los huevos de oro.
En 2013, el 92,9% de las gallinas ponedoras criadas en España vivían en jaulas
En enero de 1992, Suiza prohibió este modelo, y a finales de la década de los 90, la Comisión Europea promulgó la Directiva 1999-74, que establece unas normas mínimas de protección de las gallinas ponedoras, y que entró en vigor en todos los estados miembros en 2012.
En España había el pasado año unos 38 millones de gallinas ponedoras repartidas entre 1.097 granjas de producción de huevos. El 92,9% de estas aves fueron criadas en jaulas, según datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente (MAGRAMA). Con el 10,1%, España ocupa el cuarto puesto en el censo de gallinas ponedoras entre los países de la UE por detrás de Italia (15,9%), Alemania (13,1%) y Francia (12,4%).
Además de la forma en que se trata a las gallinas ponedoras, el código impreso en los huevos identifica el estado miembro de la Unión Europea del que proceden (las dos primeras letras). El resto de dígitos corresponden a la granja concreta de producción. Asimismo, en el envase debe informarse sobre la categoría comercial, el peso, la fecha de consumo preferente y la industria envasadora y se ofrecen indicaciones sobre las condiciones de conservación del producto. Una información imprescindible si se quiere ejercer un consumo responsable y consciente.
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