El estudio avisa a empresas como British Petroleum, Shell, ExxonMobil, Chevron y Total de que tienen que cambiar o enfrentarse a un “desagradable, crudo y rápido final” en los próximos 10 años. Entre otros problemas, estas multinacionales han visto como la emergencia climática mundial y los compromisos de la COP21 (la última Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, celebrada en diciembre en París) han impulsado iniciativas para que los países dejen de depender del petróleo como fuente de energía, además de para que el uso de combustibles fósiles esté cada vez más regulado.
Los analistas plantean la disyuntiva entre "un declive moderado" o un "rápido colapso"
El documento da la voz de alarma y revela que el modelo de negocio de las petroleras está anticuado y que pueden elegir entre “gestionar un declive moderado a través de reducir su volumen de negocio, o arriesgarse a un rápido colapso si intentan seguir como siempre”. Aunque los problemas principales de las empresas de hidrocarburos son la caída del precio del crudo y el crecimiento del compromiso global para frenar el cambio climático, sobre los cuales no tienen ningún control, lo cierto es que existen otros obstáculos en su camino que son más antiguos y cuyas causas sí están en sus manos.
El modelo de negocio actual de las petroleras nació en los años 1990 y, según señala el estudio, está basado en tres líneas: “maximizar el valor de los accionistas, maximizar las reservas de petróleo, y minimizar los costes a través de la subcontratación”. Este sistema ya no es válido porque nos encontramos en un momento económico muy diferente y las empresas no se han adaptado a los nuevos tiempos de forma apropiada.
Esto se hace evidente si se observan sus beneficios, cada vez menores, y el desencanto de los accionistas que demandan más participación en energías renovables y que ven como su estrategia sólo tiene tres argumentos con cada vez menos validez: “demanda creciente de petróleo, escasez de combustible y necesidad de aumentar las reservas de crudo”.
Movimiento desinversor
Por otro lado, desde el seno del ecologismo se está impulsando la desinversión, un movimiento que aboga por la reducción de las inversiones en empresas del sector de los combustibles fósiles por parte de fondos, organizaciones o instituciones, y la apuesta financiera por las energías renovables. La iglesia católica, la Fundación Bill y Melinda Gates, la familia Rockefeller, el fondo estatal noruego –amasado curiosamente gracias al petróleo– y una multitud de universidades internacionales ya han seguido este camino.
Tampoco ayuda que el coste del barril de Brent se haya desplomado hasta los 30 dólares (26,5 euros), su precio más bajo en los últimos 12 años, y que lleve desde 2014 con una tendencia general a la baja. Esto es consecuencia de una diversidad de factores, entre ellos, la producción excesiva de petróleo de esquisto americano, la negativa de la Organización de Países Exportadores de Petróleo a reducir los precios, la vuelta de Irán al negocio gracias al levantamiento de las sanciones internacionales y la caída de la demanda debido a la desaceleración económica de China.
Los grandes del sector empiezan a invertir tímidamente en energías renovables
El informe plantea una lista de opciones que pueden ayudar a las petroleras a mejorar su situación: reducir los costes, consolidarse a través de más fusiones entre ellas, reestructurar sus carteras de negocio y diversificarse hacia las energías renovables. Aun así, nada de esto se puede considerar como una solución a largo plazo, ya que los precios del petróleo no van a volver a subir como hacían en el pasado porque están siendo afectados por profundos cambios geopolíticos y tecnológicos. Su mejor jugada sería reestructurarse y reducir sus áreas de operación tanto funcional como geográficamente. Es un cambio radical para empresas que hasta hace poco eran firmes negacionistas del cambio climático (algunas de ellas aún lo son) y que disponían de mucho poder en la política internacional.
También el mes pasado, la organización Carbon Tracker Initiative publicó otro informe, Sentido y sensibilidad, en el cual desvela que las empresas petroleras controlan “activos encallados” de carbono que nunca se podrán consumir si se quiere garantizar que el calentamiento global no supere los 2 grados centígrados a finales de siglo, como se acordó en diciembre en la COP21.
Añade que las petroleras deberían dirigir sus esfuerzos hacia mantener este límite, cosa que aumentaría su valor colectivo en más de 124.000 millones de euros. Además, deberían evitar proyectos de alto coste y de alta contaminación. Carbon Tracker Initiative se define como “un equipo de especialistas financieros que asumen el riesgo climático como una realidad de los mercados financieros actuales” e intentan analizar cómo realizar la transición energética de los combustibles fósiles a energías con bajas emisiones.
Algunas de las multinacionales petroleras ya están dando pasos hacia ese futuro menos halagüeño: Shell y BG se han fusionado, y Shell se ha retirado de las prospecciones de petróleo en Alaska, que habrían tenido un coste muy alto. El año pasado, los beneficios de la multinacional anglo-holandesa fueron los más bajos de la última década. Además, Shell (y también la francesa Total) ha creado un departamento de renovables, llamado de Nuevas Energías, que agrupa sus actividades en la explotación de hidrógeno, biocombustibles y electricidad, y afrontan nuevos proyectos en energía eólica. Esta división, sin embargo, sólo contará por ahora con un 1% del presupuesto de Shell.
Desafortunadamente, el panorama de la energía y del cambio climático dependerá mucho de la voluntad de los gobiernos por ajustarse al acuerdo de los 2 grados, de la elección del próximo presidente estadounidense y de otras cuestiones políticas. Sin embargo, informes como éstos ayudan a presionar a un sector que está viendo como pierde influencia día a día y como el mundo gira hacia las energías limpias pero aún se aferra a discursos e ideas de antaño. Precisamente los que nos llevaron a la situación actual.
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