El pasado 18 de diciembre, el Reino Unido cerraba la última mina de carbón subterránea del país poniendo fin a la historia de uno de sus sectores económicos más exitosos y duraderos, que le permitió construir el Imperio Británico. La mina de Kellingley Colliery, más conocida como Big K, situada a 320 kilómetros al norte de Londres y que había llegado a ocupar hasta 1.600 trabajadores, ha sellado sus puertas dejando a 450 personas sin empleo.
La industria minera británica proporcionó el combustible para la Revolución Industrial y convirtió al país en una potencia mundial: el carbón alimentó trenes, buques y fábricas y llevó calor a los hogares. Llegó a su apogeo en la década de 1920, cuando empleaba a más de un millón de personas. Después de la Segunda Guerra Mundial, con 750.000 trabajadores en un millar de minas, la industria fue nacionalizada por el gobierno laborista.
Llegó a su apogeo en la década de 1920, cuando empleaba a más de un millón de personas
Pero el futuro es siempre cambiante e impredecible, y los años en los que el sector fue un gran generador de empleo y una forma de vida quedaron atrás. Con los avances técnicos, los trenes de vapor pasaron a estar impulsados por electricidad o diésel, el gas ganó mercado y las importaciones de mineral barato se multiplicaron.
Cientos de minas carboníferas, peligrosas y perjudiciales para la salud de los obreros, cerraron en la década de los 80, del pasado siglo, por orden de la por entonces primera ministra Margaret Thatcher, quien se enfrentó a un unido y combativo sector minero forjándose el mito de la Dama de hierro. Thatcher, quien finalmente ganó la batalla a la por entonces poderosa Unión Nacional de Mineros, preparó el camino para la privatización de la industria del carbón y desmanteló el poder sindical.
En 1995, el número de minas subterráneas era ya sólo de 16 y el de trabajadores, de 1.300. La crisis de 2008 acabó de hundir al maltrecho sector, al que ahora Londres da la puntilla por razones económicas y medioambientales. Con los precios del carbón en mínimos históricos, hoy es más barato importarlo que cavar en la Gran Bretaña: una tonelada extraída de Yorkshire cuesta 60 euros, mientras que la misma cantidad proveniente de Rusia, Colombia o Estados Unidos se paga a menos de 40 euros, con el transporte incluido.
India adelanta a China
El carbón, el combustible fósil más contaminante, es un eficaz agente del calentamiento global. Las investigaciones científicas de los últimos años no han dejado lugar a dudas y, finalmente, la comunidad internacional se ha visto obligada a reaccionar. En la cumbre de las Naciones Unidas sobre cambio climático de París, celebrada en diciembre, la práctica totalidad de los países del planeta admitió sin ambages la necesidad de acabar con los combustibles fósiles y de aumentar el apoyo a las energías renovables. Una positiva declaración de intenciones para la que, sin embargo, las delegaciones no fueron capaces de consensuar objetivos concretos de reducción de emisiones ni mecanismos de control, por lo que cada gobierno se compromete a contaminar menos tan sólo de forma voluntaria.
En este contexto, el gobierno británico ha anunciado que abandonará el uso del carbón para generar electricidad a partir de 2025, y que hasta entonces seguirá importándolo, aunque mantendrá varias minas a cielo abierto, más fáciles de explotar pero más dañinas para el medio ambiente, y diversos pozos inactivos, que podrían ser reabiertos si fuera necesario.
Según el último informe anual de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), la demanda mundial de carbón se ha estancado tras más de una década de crecimiento. El trabajo pronostica que los próximos cinco años el aumento del consumo mundial de este combustible fósil se ralentizará fuertemente a causa de una menor demanda china, que representa la mitad del mercado mundial, debido a su restructuración económica, y por el refuerzo de las políticas medioambientales en todo el mundo, fruto del citado acuerdo de París sobre el clima.
El mayor aumento de consumo del mineral se registrará en los países del sudeste asiático
China, cuyo rápido crecimiento se ha producido en gran medida gracias al carbón, principal fuente energética del país y causa de la elevada contaminación atmosférica, está actualmente centrándose en potenciar su sector servicios en detrimento de su industria. Asimismo, la dependencia energética y los crecientes problemas de salud pública que genera la combustión del mineral han modificado la estrategia de Pekín, que desde 2011 invierte masivamente en las energías renovables. Por ello, tal y como muestran los primeros datos de la AIE, India, el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero tras China y Estados Unidos, relevará al gigante asiático como primer consumidor mundial de carbón.
“Está claro que el negocio del carbón ya no tiene futuro en los mercados occidentales, y hay signos de que la demanda china ya ha alcanzado su cúspide”, afirma James Leaton, director de investigación de la Carbon Tracker Initiative (Iniciativa Rastreador de Carbono), un colectivo de expertos que trabajan por la reducción de las emisiones. Ante tan incierto porvenir, en los últimos años, los grandes fondos de inversión se han retirado masivamente de las empresas que explotan combustibles fósiles.
El consumo mundial de carbón previsto para 2020 es de 5.800 millones de toneladas, lo que representa una reducción de 500 millones respeto a estimaciones precedentes. A pesar del descenso general, en los países en desarrollo el ansia de carbón continúa y va a más: la mayor tasa de crecimiento de la demanda se registrará en el sudeste asiático, donde Indonesia, Vietnam, Malasia y Filipinas, junto a India, que va a doblar el uso de carbón de aquí a 2020, tienen previsto aumentar su capacidad de generación de electricidad con nuevas centrales de carbón. Dicen que también quieren crecer.
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