La crisis migratoria europea parece no tener fin. A medida que pasan los días, aumenta la crueldad de las imágenes. Familias enteras con rostros desencajados recorren a pie y con niños en brazos miles de kilómetros con la intención de encontrar un futuro mejor lejos de la guerra y de la miseria. Su objetivo es escapar, a cualquier precio, y que en muchas ocasiones se salda con la vida: la pasada semana nos conmocionábamos con la imagen de un niño de tres años que yacía sin vida en la orilla del mar y antes nos habíamos horrorizado con el hallazgo de 71 cadáveres hacinados en el interior de un camión en una autopista de Austria, tragedias que se suman a la de miles de personas que han perecido en el mar Mediterráneo persiguiendo su sueño europeo.
Según estima el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en lo que va de año han perdido la vida unas 2.100 personas tratando de cruzar el Mediterráneo, una de las rutas migratorias más transitadas y más peligrosas, y otras 225.000 han conseguido pisar tierra firme.
Asimismo, estima que entre 1.000 y 3.000 personas cruzan a diario estos días por Serbia, después de entrar en Europa por Grecia y atravesar Macedonia. El primer destino de los migrantes es Hungría, la puerta al área de Schengen, donde se aplica la libre circulación de personas dentro de la Unión Europea (UE).
Más de 2.000 personas han muerto al intentar cruzar el Mediterráneo en lo que va de año
La gran mayoría de quienes dejan atrás sus hogares rumbo al Viejo Continente proceden de países en conflicto, principalmente de Siria, Afganistán e Irak, pero también de Eritrea, Nigeria, Somalia y Gambia. Los sirios representan un 63% de las llegadas desde principios de año. Sólo en julio alcanzaron el 70% del total. Más de cuatro millones de sirios están refugiados en otros países, sobre todo en los vecinos –Turquía, Líbano, Egipto, Jordania, Irak– y otros ocho millones son desplazados internos. Mientras que los países del Golfo Pérsico no han acogido a ninguno.
En Siria, la guerra que empezó hace cuatro años y que enfrenta al Gobierno de Bashar al-Assad y diversos grupos rebeldes de la oposición, está enquistada. Parecía que tras el uso de armas químicas en dos barrios de Damasco en agosto de 2013, supuestamente por el régimen sirio, la comunidad internacional iba a reaccionar de forma contundente. Pero, finalmente, Rusia y Estados Unidos se limitaron a reclamar a Siria que desmantelara y destruyera su gran arsenal químico para mediados de 2014.
Según Naciones Unidas, continúan llegando informes sobre el uso de armas químicas y sustancias tóxicas, una práctica que “no se tolerará y que tendrá consecuencias”, según ha declarado recientemente el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. La organización Médicos Sin Fronteras afirmó a finales de agosto haber tratado a cuatro pacientes en Alepo con síntomas de haber estado expuestos a agentes químicos. Y la carnicería no se detiene: más de 230.000 sirios ya han perdido la vida.
El mayor reto desde la reunificación
El objetivo de los emigrantes que marchan estos días por el corredor balcánico no es quedarse en Hungría. La mayoría tiene los ojos puestos en Alemania, donde organizaciones filonazis ya han mostrado su oposición a su llegada con minoritarias manifestaciones en las que participan familias enteras.
En julio, el gobierno alemán comunicó que se habían registrado 150 ataques a refugios durante la primera mitad de 2015. El vicecanciller germano, Sigmar Gabriel, cree que la avalancha de refugiados que está recibiendo su país es "el mayor reto desde la reunificación" y que el Estado debe actuar "con dureza contra los neonazis que atacan centros de acogida”.
Durante la primera mitad de 2015 se han registrado 150 ataques a refugios en Alemania
Las autoridades alemanas calculan que este año se cuadriplicará el número de peticiones de asilo de 2014, con más de 800.000 nuevas solicitudes: la mitad, de emigrantes de Oriente Medio; la otra, de personas de las repúblicas balcánicas no comunitarias, que no son consideradas como refugiados y que, por tanto, serán deportadas a sus países de origen, tal y como ya ha advertido la cancillera alemana, Angela Merkel.
Cabe destacar la distinción que se hace desde un punto de vista legal y semántico entre refugiados e inmigrantes. Los primeros huyen de conflictos armados o de persecución política y tienen derecho a recibir protección según establecen los convenios internacionales firmados por los estados miembros de la UE. Los segundos, eligen moverse, no por una amenaza directa de persecución o muerte, sino para mejorar sus vidas encontrando trabajo, en busca de educación o para reagruparse con sus familias, y pueden ser devueltos a sus países de origen. En esta clasificación no se tiene en cuenta a los desplazados ambientales, un colectivo olvidado por los legisladores.
La falta de una unión política
Nos hallamos ante la crisis migratoria en Europa más grave desde la Segunda Guerra Mundial, según ha asegurado el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Los tristes acontecimientos de estos días vuelven a poner sobre la mesa el problema del tráfico de seres humanos en las fronteras de la Unión Europa, una organización incapaz de gestionar la llegada de refugiados y evitar su salida de los países de origen mejorando la situación en los mismos.
La falta de una verdadera unión política entre los Veintiocho deja sin instrumentos a la UE para enfrentarse a los grandes retos del futuro, entre ellos el de la inmigración, que sigue siendo uno de los asuntos más controvertidos al ser clave en las políticas nacionales. Hasta ahora, se han ido poniendo parches al problema sin lograr una acción conjunta y eficaz con objetivos a largo plazo.
Hace meses que la UE debate la opción de repartir a los solicitantes de asilo entre los estados miembros, pero algunos, como Hungría, Polonia, Chequia, Eslovaquia o España, lo rechazan. España se comprometió durante la visita de la cancillera alemana la pasada semana a aceptar a 2.749 de los 5.849 refugiados que pide Bruselas. El próximo miércoles el presidente de la Comisión Europea propondrá un plan de reparto entre los estados miembros de la UE de 120.000 refugiados. Mientras, Italia y Grecia tienen que hacer frente al alud de fugitivos que pretenden llegar a Alemania y Suecia –en 2014 recibieron el 43% de todas las solicitudes–.
La UE ha ido poniendo parches al problema con una visión cortoplacista
Ante tal descoordinación, François Hollande y Angela Merkel han reclamado a sus socios europeos una respuesta conjunta, una política de asilo común, y han rechazado la violencia empleada por Hungría, país gobernado por el ultraconservador Viktor Orban, que ya ha acabado el muro de alambradas de 175 kilómetros en su frontera con Serbia para frenar el flujo de personas.
Ambos dirigentes han recalcado la necesidad de crear centros de acogida en Grecia, sumida en una grave crisis económica y política, e Italia, donde los políticos corruptos sacan tajada del drama de la inmigración. En ellos se podría clasificar a los recién llegados entre refugiados e inmigrantes, repartirlos equitativamente entre los Veintiocho –de lo contrario, peligra Schengen, según ha declarado Merkel–, luchar mejor contra los traficantes de seres humanos y crear un cuerpo europeo de policías de fronteras.
Pero ninguna de esas medidas frenará a corto plazo el éxodo de caminantes, al menos mientras los conflictos y las penurias sigan imperando más allá de las fronteras del mundo rico. Porque no hay muros que puedan luchar contra la desesperación, como no los había en el interior de la misma Europa en los años 40, del pasado siglo.
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