La fuga de al menos 300 toneladas de agua radiactiva empleada para refrigerar los núcleos fundidos de los reactores de la central japonesa de Fukushima ha vuelto a poner de manifiesto que la peor catástrofe nuclear sufrida por el mundo tras la de Chernóbil (Unión Soviética, actualmente Ucrania) en 1986 sigue extendiendo sus letales efectos. El escape se produjo la misma semana que se conocía que 18 niños de la región estaban afectados de cáncer de tiroides, una enfermedad muy inusual a tan temprana edad.
El 11 de marzo de 2011, un fuerte terremoto, y el maremoto que éste provocó, causaron diversas explosiones e incendios en la planta atómica, situada en el litoral oriental de la isla de Honshu, la mayor del archipiélago, que culminaron en la fusión de los tres reactores que se encontraban en marcha en el momento del seísmo. Como consecuencia de ello, grandes cantidades de radiación fueron emitidas a la atmósfera, los suelos y el agua del mar de la región. Al poco tiempo se detectaron partículas radiactivas en la buena parte del país.
El incidente de la semana pasada es el más grave registrado desde entonces. El agua contaminada vertida (unos 300.000 litros) procedía de uno de los 350 tanques construidos de manera provisional para refrigerar el núcleo fundido de los tres reactores, según confirmó la misma empresa que gestiona la planta, Tokio Electric Power (Tepco).
Hay 350 tanques provisionales como el que perdió el líquido contaminado
En este caso, había sido empleada para enfriar el reactor número 4. El nivel de radiactividad del agua, de la cual se generan y filtran unas 400 toneladas diarias, es de 100 milisieverts por hora, cinco veces la dosis máxima anual que puede recibir un trabajador de una central atómica.
Tras el escape, la Autoridad de Regulación Nuclear (ANR) japonesa elevó del nivel 1 al nivel 3 de la Escala Internacional de Accidentes Nucleares (Ines) el grado de peligrosidad en la planta. La escala va de 0 a 7 puntos. El nivel 1 corresponde a una “anomalía”, mientras que el 3 supone un “incidente grave”. Cada nivel supone un nivel de emisiones 10 veces más elevado que el del inmediatamente inferior. Las catástrofes de Chernóbil y Fukushima han sido las dos únicas que han alcanzado el nivel 7.
El agua vertida, cuya fuga tardó cierto tiempo en detectarse, y días después de que eso sucediera seguía sin encontrarse el punto desde el que lo hacía, se ha filtrado al suelo y más tarde o más temprano acabará alcanzando el mar, según denuncia la organización ecologista japonesa Centro de Información Nuclear Ciudadana (CNIC). Los grupos defensores del medio ambiente llevan tiempo denunciando los vertidos de agua radiactiva de Fukushima al mar. Los técnicos de Tepco deberán ahora revisar los 350 tanques de este tipo para prevenir nuevas fugas.
Pesca suspendida
Ante el peligro de nuevos vertidos radioactivos al mar, los pescadores de la zona decidieron replantearse su decisión de volver a pescar parcialmente en sus aguas, adoptada en junio de 2012, y la actividad pesquera volverá a suspenderse de forma absoluta a partir del 1 de setiembre. Por el momento, se capturaban de manera provisional y selectiva algunas especies para analizar el grado de toxicidad que habían acumulado sus organismos.
Mientras tanto, en las mismas fechas se conocían los análisis de las revisiones médicas realizadas a 360.000 menores (hasta 18 años de edad) residentes en la zona por orden de la Prefectura de Fukushima, y el informe hecho público revelaba que 18 de ellos habían desarrollado cáncer de tiroides, una enfermedad causada por la acumulación en esta glándula de yodo radiactivo y otras partículas irradiadas, y otros 25 podrían estar en riesgo de sufrirlo. Este tipo de cáncer es raro entre niños y adolescentes, y su incidencia media mundial es de menos de dos casos por cada 100.000 personas, por lo que el número de afectados en la zona de Fukushima resulta notablemente elevado.
Las cifras oficiales no atribuyen ninguna víctima directa a las emisiones radioactivas
De confirmarse que su dolencia fue causada por la radiación emitida por la central, estos jóvenes serían los primeros afectados directamente por el accidente nuclear reconocidos de forma oficial. Las cerca de 16.000 víctimas mortales del tsunami de 2011 son atribuidas en su totalidad a la ola gigante, y en ningún caso a la radiactividad. Las autoridades solamente preveían efectos sobre la salud para algunos de los trabajadores que intervinieron en las labores de lucha contra los incendios en la planta y en su reconstrucción, sin cifras concretas todavía.
Estudios publicados el año pasado ya habían revelado que la radioactividad estaba provocando mutaciones genéticas en algunas especies de mariposas de la región, en las que, debido a su rápido proceso de relevo generacional, este tipo de alteraciones resultan más fácilmente detectables. Los científicos atribuyeron las malformaciones en ojos, patas, antenas y alas de los lepidópteros a la radioactividad, que a su juicio está causando severos "daños fisiológicos y genéticos" a las poblaciones de la Zizeeria maha, un insecto muy habitual en todo el archipiélago. Los efectos sobre las poblaciones de otros animales de vida más larga tardarán mucho más en poderse verificar.
El proceso de desmantelamiento de la central de Fukushima se prolongará durante cerca de cuatro décadas. Si no hay nuevos contratiempos, a finales de año se empezarán a retirar las barras de combustible de la piscina del reactor 4 y a descontaminar las poblaciones situadas en los alrededores, que fueron evacuadas hace dos años. También se comenzarán a retirar escombros y otros residuos contaminados.
A partir del 15 de setiembre, Japón suspenderá provisionalmente la actividad de los dos únicos reactores nucleares que siguen funcionando en el país para someterlos a una revisión en profundidad. Se trata de los reactores 3 y 4 de la central de Oi, ubicada en la prefectura de Fukui, en la orilla opuesta, la que da al mar de la China Oriental, de la isla de Honshu.