Detectada por primera vez en tierras murcianas en 2007, la plaga de la cochinilla del carmín, que diezma a las chumberas, ha redoblado su actividad en la costa mediterránea española de la península durante los últimos tres años. Ya no queda apenas ninguna de estas cactáceas vivas en las montañas de la sierra de Collserola, que rodean la ciudad de Barcelona. En Murcia y Alicante ya casi no queda un ejemplar sano. En Andalucía avanza imparable de este a oeste y ha alcanzado ya las alturas de la sierra malagueña de Ronda. En Almería, ha afectado a más del 80% de los ejemplares de las comarcas del Levante y la Almanzora y ha penetrado en el Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar.

Cuando los insectos de las especies Dactylopius coccus y Dactylopius Opuntiae hacen presa en un ejemplar de chumbera (Opuntia stricta u Opuntia maxima), las carnosas (y espinosas) palas o pencas de la planta se van viendo paulatinamente cubiertas de unas manchas blancas y algodonosas. Las cochinillas aguijonean los tejidos del cactus y se nutren de la savia del vegetal (es su único alimento) y lo debilitan hasta llevarlo a la muerte. Los restos resecos y negruzcos de la planta delatan el paso de los parásitos.

Los insectos son también foráneos, y se crían para obtener un colorante industrial

Tratamientos fitosanitarios como el uso de agua jabonosa a presión se han revelado ineficaces. Pero es que, además, en algunos lugares, como es el caso de Barcelona, las autoridades responsables han decidido dejar hacer a la naturaleza. Y ello es así porque la chumbera, que forma parte desde hace siglos del paisaje mediterráneo español, que adorna con sus vistosas flores, y que proporciona los dulces y apreciados higos chumbos, es una especie invasora procedente del continente americano que fue introducida en Europa (también abunda en el sur de Italia) por los colonizadores españoles.

Efectivamente, el cactus está incluido en el Catálogo de especies exóticas invasoras del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, regulado por el Real Decreto 630/2013, de 2 de agosto. El catálogo enumera los impactos ambientales del cactus: "Alteraciones en la estructura y abundancia relativa de especies nativas o endémicas, y en los patrones de la sucesión natural de la vegetación nativa. También puede llegar a provocar alteraciones en el régimen hidrológico, dinámica de nutrientes y minerales, disponibilidad de luz, cambios de salinidad o de pH".

Dado que "en zonas áridas y cálidas compite ventajosamente con la vegetación autóctona, desplazándola o impidiendo su regeneración", se señala que "en las islas es especialmente urgente su eliminación dada la enorme fragilidad de los ecosistemas insulares". Sin embargo, el control de sus poblaciones es más que dificultoso, ya que a menudo crece en lugares inaccesibles y cualquier fragmento de pala caído al suelo permite la reproducción de la planta.

"En un principio se llevaron a cabo tratamientos contra la cochinilla con agua a presión y jabón, pero posteriormente se valoró que no tenían sentido dado que la aplicación fitosanitaria no resultaba efectiva y que la chumbera es una de las especies invasoras más nocivas de Europa", responde Sònia Frias, directora de Comunicación y Participación de Ecología Urbana en el Ayuntamiento de Barcelona, que ha retirado durante los últimos meses 586 ejemplares muertos de las colinas que bordean la ciudad y de zonas forestales de algunos parques urbanos de la misma.

Eliminación natural

"Se ha barajado como solución la eliminación de la planta por la acción natural de este insecto en lugar del uso de herbicidas para erradicarlas del territorio", revela la portavoz del área ambiental de la capital catalana. Sin embargo, la cochinilla es igualmente una especia foránea, procedente de la América Central y del Sur, cuya llegada a nuestras tierras está directamente vinculada con la de la cactácea.

Mientras en Cataluña se descarta salvar a las chumberas, en otros lugares se pide la adopción de medidas para combatir la plaga, como en la provincia de Málaga, donde "forman parte de la flora desde hace tres siglos, proporcionando por una parte los tradicionales higos chumbos, que han llegado a convertirse en un alimento tradicional malagueño, y, por otra, sirviendo como elemento contra la erosión en terrenos secos, escarpados y pedregosos", se señala desde el grupo municipal de Izquierda Unida en el consistorio de El Borge, desde el que se ha solicitado a la Diputación provincial y a la Junta de Andalucía medidas urgentes para combatir a la cochinilla.

En diversas zonas del sur peninsular y los archipiélagos españoles, la chumbera es objeto de cultivo desde hace siglos para cosechar sus frutos y utilizar las pencas como alimento para el ganado. El Ministerio de Agricultura lo considera una alternativa agrícola para territorios muy áridos, a los que se adapta sin problemas. Incluso se ha valorado su potencialidad para la producción de biocombustibles: según estudios realizados en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de Madrid, se pueden obtener unos cinco litros de etanol por tonelada de palas frescas y unas 10 veces más a partir de los frutos. En Extremadura, Murcia, Andalucía, Baleares y Canarias, los campos de chumberas ocupan en total unas 6.000 hectáreas. Y en ellos está haciendo también estragos la cochinilla.

La planta proporciona los higos chumbos y forraje para el ganado, y puede generar etanol

Pero el insecto, de entre 2,5 milímetros (los machos) y 6 milímetros (las hembras, capaces de generar hasta 400 huevos en cada puesta) también llegó a estos lugares de la mano del hombre: la cochinilla es objeto desde hace milenios de aprovechamiento económico, de ahí su nombre común: de las hembras (que contienen hasta un 21% de colorante en su cuerpo) se extrae el ácido carmínico, que permite elaborar el colorante E120, usado en una gran variedad de artículos.

Existen vestigios del empleo de la cochinilla para la obtención de colorantes en culturas precolombinas como la de Paracas, en Perú, donde ya se las criaba y prensaba hace 2.000 años. Y de hecho, Perú es hoy el principal productor y exportador del mundo: genera el 85% de la cochinilla comercializada a nivel global. Los españoles descubrieron el colorante al apoderarse del imperio azteca y la trajeron a Europa en el siglo XVI. Y fue precisamente para alimentar a las cochinillas que se inició el cultivo de la chumbera en la península Ibérica y los archipiélagos balear y canario. En Canarias existe todavía una industria artesanal de cría y procesado de la cochinilla. 

El colorante E-120, que se obtiene al mezclar una sustancia incolora que generan los insectos (hacen falta 100.000 ejemplares para conseguir un kilo) con aluminio, calcio o amoníaco, se usa ampliamente en artículos cosméticos como pintalabios y maquillajes, en medicamentos y también en la industria alimenticia, donde proporciona color rojizo a conservas vegetales y mermeladas, helados, productos cárnicos y lácteos, como el yogur y el queso fresco y bebidas, tanto alcohólicas como no alcohólicas. Sin embargo, su demanda va descendiendo debido a su alto precio y a la aparición de alternativas sintéticas más baratas. Y cuando acabe con la última chumbera agrícola o salvaje, el destino de la cochinilla quedará sellado.