El presente 2013 quedará marcado para siempre como un año negro para los manatíes de Florida (Trichechus manatus latirostris), una especie amenazada de extinción de apacibles mamíferos acuáticos y herbívoros emparentados con el elefante y el damán de la que, tras unos años de lento pero constante crecimiento de su población, quedaban unos 5.000 ejemplares en este territorio del sureste de Estados Unidos.
Según Katie Tripp, responsable de Ciencia y Conservación de Save the Manatee Club (SMC), una ONG dedicada a la protección de estos animales, hasta primeros de mayo habían muerto 599 individuos, la mayor parte de ellos a causa de una marea roja, una masiva concentración en las aguas de determinados tipos de algas microscópicas como la Karenia brevis que tiñen de ese color las aguas.
Las cifras de la Comisión para la Conservación de la Pesca y la Fauna (FWC) de Florida cifran el número total de muertes entre el 1 de enero y el 10 de mayo en 599 y al menos 267 de ellas, verificadas hasta finales de abril, se atribuían a la presencia de microalgas en las aguas (en 67 casos, de forma plenamente confirmada, y en otros 200, con serios indicios de serlo).
La más elevada cifra anual de muertes de manatíes de Florida registrada hasta la fecha fue de 733 en 2010 (unos 300 de ellos a causa de temperaturas inusualmente bajas en la zona) y la mayor mortalidad atribuida específicamente a una marea roja era hasta ahora de 151, correspondiente al año 1996. Los registros de decesos de la especie se iniciaron en 1974.
Hasta principios de mayo murieron 599 animales, de los que 267 fueron víctimas de las toxinas
Aunque la marea roja se había disipado en su mayor parte a finales de marzo, la elevada mortalidad de los manatíes se ha mantenido constante en los meses siguientes debido a la contaminación de las plantas de las que se alimentan por las toxinas emitidas por las algas. Un manatí adulto puede consumir hasta 45 kilos de vegetación acuática al día.
Las brevetoxinas que generan algunas algas unicelulares causan serios problemas neurológicos a los animales —mamíferos, aves, peces o invertebrados— que las ingieren y pueden llegar a causarles la muerte. A los manatíes, les provocan falta de coordinación y estabilidad muscular en el agua y fuertes convulsiones, que derivan en dificultades insalvables para levantar la cabeza para respirar y les producen la muerte por asfixia.
Las toxinas también pueden inhalarse, debido a que se transmiten al aire cuando las olas rompen las carcasas que las contienen. Los manatíes las introducen en su organismo cuando se alimentan de la vegetación impregnada y también cuando suben a la superficie a respirar, a intervalos de unos veinte minutos.
Varias decenas de ejemplares pudieron ser rescatados y fueron trasladados a recintos como los del Lowry Park Zoo de Tampa o el Sea World de Orlando para ser atendidos a la espera de que las aguas donde viven se vean libres de la presencia las microalgas.
Dañinas para el ser humano
El tratamiento de choque se basa en la inyección de atropinas y antibióticos y, durante las primeras horas, miembros del personal permanecen dentro de las piscinas para mantener las cabezas de los manatíes fuera del agua. Mediante dispositivos de flotación o suelos hidráulicos, los animales son situados cerca de la superficie para facilitar la respiración pero conservando sumergidos sus cuerpos, cuya piel debe permanecer siempre húmeda.
Numerosos turistas se ven afectados en Florida al respirar estas sustancias cuando pasean por playas afectadas. En los humanos, las brevetoxinas provocan la Intoxicación Neutóxica por Mariscos cuando se consumen peces o mariscos contaminados.
La proliferación incontrolada de estos organismos unicelulares se inició el pasado invierno en el Golfo de México, a unos 113 kilómetros al suroeste de las costas de los condados de Sarasota y Lee, una zona de aguas cálidas donde se concentra en invierno la mayor parte de la población de manatíes.
Aunque los científicos todavía desconocen las causas del fenómeno, algunos estudios apuntan a la elevada concentración en el mar de fósforo procedente del abonado con fertilizantes en granjas y grandes extensiones de césped (como jardines y campos de golf), un elemento que constituye un valioso nutriente para las algas. Las aguas del río Caloosahatchee, que traviesan una extensa regíón agrícola, desembocan en la zona del mar afectada por la marea roja.
Los científicos atribuyen la proliferación de algas a los fertilizantes que arrastran los ríos al mar
Patrick Rose, biólogo acuático y director de Save the Manatee Club, y Martine DeWit, veterinaria que trabaja para la FWC, creen que un invierno suave y con poco viento contribuyó a que la marea roja persistiera más tiempo de lo habitual y que los manatíes se toparan con ella cuando empezaron a emigrar a la costa oeste de Florida atraídos por los vertidos de agua caliente de una planta energética local.
La población del manatí de Florida acababa de sufrir el impacto de la muerte de 85 ejemplares desde julio del año pasado en el litoral atlántico del estado, en la zona de lagunas costeras de Indian River, en el condado de Brevard. Allí no se producía en ese momento ninguna marea roja, por lo que los expertos trabajan con la hipótesis de que alguna proliferación de microorganismos de otro tipo destruyó la vegetación de la que se alimentan.
Eso les obligó a buscar otras fuentes de alimento que en muchos casos les causaron problemas intestinales de extrema gravedad. "Estamos viendo cambios en sus patrones de alimentación debido a la falta de pastos marinos", señala el portavoz del Instituto de Investigación sobre la Pesca y la Fauna de Florida, Kevin Baxter.
Los últimos censos de manatíes en Florida, realizados en 2011 con el apoyo de medios aéreos, habían estimado una población de 4.834 ejemplares. Ante su moderada recuperación, las autoridades federales llegaron incluso a replantearse en 2012 su "reclasificación" dentro de las categorías de especies amenazadas fijadas por la Ley de Especies en Peligro.
Aparte de las mareas rojas y las olas de frío, los principales peligros para este animal derivan de su interacción con el ser humano: la pérdida de hábitats en una zona densamente poblada, la contaminación de las aguas, la proliferación de infraestructuras, los choques con las abundantes embarcaciones de una de las regiones más turísticas de Estados Unidos y las heridas causadas por las hélices de las mismas.
Katie Tripp señala que el manatí de Florida es extremadamente vulnerable a los efectos del cambio climático, que incrementa la frecuencia de tormentas, oscilaciones térmicas extremas, cambios en la disponibilidad de alimentos y reducción de los caudales de las fuentes de agua dulce que frecuentan, y que el 50% de la población depende de surgencias artificiales que en cualquier momento "podrían fallar o desaparecer".
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