Pero hay otro motivo que suele pasar desapercibido: la decadencia de la ganadería extensiva tradicional, que va siendo sustituida cada vez en mayor medida por las granjas industriales en las que los animales están encerrados y son alimentados a base a piensos prefabricados.
Con ello, ha dejado de llevarse a cabo una de las funciones esenciales de los rebaños trashumantes, la limpieza de matojos y hierbas de los bosques, que favorecen la propagación del fuego, lo que ha convertido la mayor parte de nuestro patrimonio forestal en una colección de bombas incendiarias de relojería a la espera de una mecha prendida a causa de cualquiera de los factores reseñados.
El pastoreo extensivo garantiza la limpieza de los bosques, pero está en regresión
La falta de rendimiento económico de esta clase de ganadería, que no puede competir con los precios impuestos por la producción industrializada de las granjas de engorde, y la dureza del trabajo del pastor han convertido dicho oficio prácticamente en una reliquia del pasado.
Tras los incendios que devastaron 50.000 hectáreas de bosque en territorio valenciano durante el verano de 2012, la Unió de Llauradors –sindicato agrario mayoritario– pidió ayudas públicas para recuperar la ganadería extensiva y cifró el coste de mantener limpias las zonas afectada en 3,75 millones de euros. Una cifra mucho menor que lo que se perdía en masa forestal devorada por las llamas.
Pero existe otra alternativa o, por lo menos, una vía posible que puede ser complementaria de la simple subvención pública a los pastores. La ganadería ecológica recupera muchas de las cualidades de la tradicional como el practicar el pastoreo extensivo por prados y bosques. Y es capaz de producir una carne de gran calidad que puede garantizar el sostenimiento de los ganaderos.
Pero, además, ofrece numerosas ventajas ambientales respecto a la producción industrial: evita la contaminación de acuíferos que se produce en zonas de alta concentración de granjas porcinas o la deforestación en países en vías de desarrollo para alimentar reses destinadas a las granjas de engorde europeas. Y, naturalmente, favorece el cuidado de los propios bosques que previene los incendios.
30 explotaciones más
Sin embargo, la ganadería ecológica no acaba de despegar. Mientras la producción y consumo de la agricultura ecológica no dejan de aumentar en España –según los datos que ofrece el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, entre 1997 y 2011 se pasó de 6.000 a casi 33.000 hectáreas dedicadas a este tipo de producción– la cría de ganado con criterios más sostenibles aparece estancada.
Entre 2011 y 2012 –último año del que se han publicado datos oficiales– las explotaciones ganaderas apenas han aumentado en 30: de 6.074 a 6.104. Y en sectores estratégicos como el porcino incluso han disminuido, con un desplome de casi un tercio. También han caído las granjas avícolas, mientras que el resto apenas ha variado, a excepción del sector equino y caprino, que han crecido significativamente aunque a partir de cifras muy modestas.
En total en España hay un millón de hectáreas dedicadas al pastoreo de ganado ecológico, el 60% de las cuales se concentran en Andalucía, una comunidad, la más extensa del país, que no ha sufrido grandes incendios forestales en los últimos años.
El problema es la falta de infraestructura empresarial para dar salida al producto
Para Enric Navarro, eco-agricultor y profesor en la Universidad Politécnica de Valencia, el cuello de botella que impide el crecimiento del sector se encuentra “en la industria transformadora o de servicios”. Aunque la situación muestra grandes diferencias territoriales, hay una falta de infraestructura empresarial que permita dar salida a una hipotética mayor producción cárnica u ovoláctea ecológica.
También es débil la producción de pienso ecológica y faltan mataderos acreditados. En todo el territorio valenciano –asegura Navarro– sólo existe un matadero ecológico y está reservado para aves. “Un círculo vicioso que provoca que los pocos ganaderos que se aventuran a producir en ecológico abandonen su actividad al poco tiempo de iniciarla”, sentencia. Una posible solución pasaría porque los pocos mataderos públicos que quedan se inscribiesen de oficio en el organismo de control y certificación.
Y, por si fuera poco, la insuficiente industria transformadora, además, está mal distribuida territorialmente. Siempre según los datos del anuario del Ministerio de Agricultura, aunque la comunidad con más empresas sigue siendo Andalucía, esta sólo acoge el 28% del total, menos de la mitad de lo que le correspondería en relación a su muy superior capacidad de producción. En cambio, Cataluña y Valencia le siguen en el ranking con el 18 y el 10% respectivamente, a pesar de ser territorios escasamente productores de materia prima.
Aun así, hay motivos para la esperanza. En el último año, el número de empresas transformadoras ha crecido casi un tercio –pasando de 663 a 833– y, aunque la mayoría sean muy pequeñas y aún frágiles, por lo menos se trata de un paso en la buena dirección.