Hace tres años, una ciudadana española, la actriz María Pujalte, lanzó a través de la plataforma online Change.org la campaña Flores Justas. En ella, Pujalte pedía a Interflora España, la empresa líder nacional en venta de flores a domicilio, que incluyera en su catálogo flores “libres de explotación”.
La iniciativa ciudadana solicitaba también la publicación de un informe anual que detallara la procedencia de las flores y las medidas que toma la compañía para garantizar que no está apoyando la explotación laboral en la industria de la floricultura. Por último, exigía a Interflora un código de conducta para sus proveedores, que incluyera la prohibición del trabajo infantil y garantizara condiciones laborales seguras.
La campaña consiguió la adhesión de más de 40.000 personas y la respuesta de Interflora no tardó en llegar. En un comunicado publicado en su blog, la empresa aseguraba apoyar todas las iniciativas “que tienen que ver con el comercio justo” y “contar con unos criterios de selección muy exigentes para pertenecer a su red de asociados”.
En Kenia, primer proveedor de la UE, los campesinos las cultivan por 1,25 euros al día
Sin embargo, a día de hoy, ningún apartado de su página web ofrece la posibilidad de adquirir flores de comercio justo, algo que sí puede hacerse, a través de esta misma compañía, en ciudades como Londres o Amsterdam.
En España, como en la mayoría de países del mundo rico, las miles de rosas que se regalarán el 14 de febrero, día de San Valentín, o en otras jornadas de arraigada tradición de origen comercial, como el Día de la Madre, o el de Sant Jordi en Cataluña, seguirán teniendo un origen muy opaco y, en muchos casos, continuarán engrasando la cadena de explotación e injusticia sobre la que descansa buena parte de este sector.
Antes de llegar a Interflora, la floristería, el puesto a pie de calle o el hipermercado, la mayoría de estas flores, sean rosas, tulipanes, margaritas o narcisos, habrá pasado por Aalsmeer, donde se halla el gran mercado de las flores de Amsterdam y el mayor centro de distribución floral del mundo.
Incluso aquellas cultivadas en un país europeo y que van a ser vendidas en ese mismo territorio es muy posible que en algún momento pasen por los Países Bajos, el primer productor y exportador mundial, con mucha diferencia sobre el segundo, Colombia (donde 185.000 personas trabajan en el sector) y sobre el tercero, Ecuador.
Lo harán en aviones debidamente climatizados, ya que se trata de un producto perecedero muy vulnerable que tiene que ser comercializado poco tiempo después de ser cortado, para evitar que se marchite. Esto supone elevados costes de transporte y genera abundantes emisiones de CO2.
Pero si bien los principales mercados de flores y plantas están en los países desarrollados, los más importantes campos de cultivo —salvo excepciones, como la de los Países Bajos— están en las regiones más pobres del planeta o sufren graves conflictos sociales, como es el caso de Kenia, Colombia y Ecuador.
Mayoría de mujeres
Kenia, uno de los exportadores más importantes a nivel global, es el mayor proveedor de la Unión Europea, a la que aporta el 35% de todas las ventas que se hacen en los 28 estados miembros. Cerca de 122.000 toneladas de flores salieron en 2011 de este país africano para aterrizar en Países Bajos, Reino Unido, Alemania, Francia y Suiza.
Se estima que, en Kenia, unas 500.000 personas dependen de la industria de las flores, incluyendo 90.000 trabajadores empleados directamente en los invernaderos. El 70% de las fincas dedicadas a su cultivo se concentran alrededor del lago Naivasha, al sur del país, debido al clima favorable y el fácil acceso al agua, lo que ha puesto en peligro uno de los ecosistemas más valorados por su gran riqueza ornitológica.
En Naivasha, todo el mundo tiene un conocido que trabaja en los invernaderos de la empresa Karuturi. La multinacional, que cuenta también con campos de rosas en India y Etiopía —el segundo mayor exportador africano— da trabajo a unas 2.300 familias, que viven hacinadas en casas de una sola habitación y baño compartido para toda la comunidad. Los salarios son de un promedio de 1,25 euros al día, con jornadas laborales de siete de la mañana a cuatro de la tarde.
Según la ONG británica War on Want, el 75% de los empleados son mujeres, que se ven obligadas a compaginar esta ocupación con otros trabajos, como la venta ambulante de productos de primera necesidad o la prostitución. Un gran porcentaje de ellas son solteras con hijos.
A miles de kilómetros de distancia, en Colombia o Ecuador, el drama de las cortadoras de rosas, que trabajan en invernaderos donde la temperatura alcanza los 50 grados centígrados y se exponen de forma habitual a peligrosos productos químicos, no resulta más halagüeño.
Las cortadoras de rosas colombianas trabajan a 50ºC sin derechos laborales
Jornadas de trabajo interminables, falta de cobertura sanitaria y de desempleo, despidos ilegales y enfermedades profesionales. Eso es lo que se esconde debajo de la gran industria floricultora de Colombia, el segundo exportador del mundo y de donde saldrán 500 millones de rosas para el día de San Valentín en todo el planeta.
Según denuncia InspirAction, ellas constituyen en 65% de la mano de obra y trabajan a un ritmo frenético a cambio de un salario muy bajo y realizado en condiciones insalubres. La mayoría no goza de baja remunerada en caso de enfermedad o maternidad y pocas están amparadas por alguna cobertura sanitaria o para épocas de paro.
Según esta organización, algunas empresas han llegado a exigir a sus empleadas que se hagan la ligadura de trompas para asegurarse de que no se quedarán embarazadas. La Organización Internacional del Trabajo ha detectado la presencia de mano de obra infantil en las plantaciones ecuatorianas y Oxfam asegura que algunas investigaciones médicas revelan que dos tercios de los trabajadores de la flor colombianos tienen problemas de salud asociados a los pesticidas, desde náuseas a abortos.
Los picos de demanda, como el del próximo San Valentín, no hacen sino empeorar las condiciones de estos colectivos, cuyos derechos son continuamente pisoteados y que se ven obligados a trabajar hasta la extenuación para satisfacer la demanda de millones de flores convertidas en símbolo del romanticismo, que se genera durante estos días.
Así que antes de regalar un ramo a esa persona tan especial, no estaría de más tener en cuenta que rosas, claveles u orquídeas pueden haber recorrido miles de kilómetros hasta llegar a nuestras floristerías, y que tras su delicado perfume se ocultan auténticos dramas humanos, condiciones laborales que rozan la esclavitud. Y que a veces, por qué no, la mejor declaración de amor puede venir precedida de una excursión para recoger flores silvestres.
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