Mallorca podría convertirse en una isla desértica en el próximo siglo de seguir aumentando al ritmo actual la temperatura del planeta debido a las emisiones de gases de efecto invernadero. El mismo destino sufrirían por supuesto el resto de las Baleares ─Menorca, Ibiza y Formentera─ y también extensas zonas del sur de la península Ibérica y de Sicilia, territorios que se cuentan entre los destinos turísticos más frecuentados del mundo y cuya fuente de riqueza podría verse condenada debido al calentamiento global.
Si un cambio radical de modos de producción y de vida no lo impide durante las próximas décadas, la acción humana permitirá al Sáhara saltar al otro lado del Mediterráneo ─ya ha empezado a hacerlo en zonas de Almería─ y dejaría a ciudades como Sevilla o Lisboa rodeadas por un paisaje como el que hoy enmarca ciudades norteafricanas como Marrakech, Nuakchot o Ghardaïa.
Los objetivos de París no bastarán para evitar el avance del Sáhara por el sur de Europa
Esta brusca modificación de los ecosistemas, sin precedentes en los últimos 10.000 años, durante los que la vegetación de la región mediterránea no ha experimentado cambios sustanciales, conllevará una "sustancial expansión" de las zonas desérticas incluso aunque se cumpla a rajatabla con el objetivo de limitar el calentamiento global a una media de 2 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales para finales de siglo.
El desolador pronóstico, que se conoce coincidiendo en el tiempo con la entrada en vigor del acuerdo de París sobre cambio climático, es el resultado del estudio El cambio climático: los umbrales del acuerdo de París de 2015 y los ecosistemas de la cuenca mediterránea, realizado por los investigadores franceses Joel Guiot, paleoclimatólogo del Centro Europeo de Ciencias de la Tierra de Aix-en-Provence, y Wolfgang Cramer, director científico del Instituto Mediterráneo para la Biodiversidad y la Ecología (IMBE), con sede en la misma ciudad de la Provenza, y publicado recientemente en la revista Science.
Límite máximo de 1,5 grados
Según sus conclusiones, tan sólo limitando el aumento de la temperatura media a finales de siglo a 1,5 grados sería posible dejar los ecosistemas y paisajes de la zona en un estado similar en líneas generales al actual, situados "dentro de la variabilidad propia del Holoceno", el periodo de 10.000 años estudiado en el trabajo.
Porque el Mediterráneo es uno de los puntos más vulnerables del globo a los efectos del cambio climático. Se calienta mucho más rápido que otras regiones del planeta. En la actualidad, la temperatura media en la cuenca ya es 1,3 grados más elevada que entre 1880 y 1920, mientras en el conjunto del planeta se ha experimentado un incremento mucho menor, de 0,85 grados durante el mismo periodo. La tasa de calentamiento del Mediterráneo desde mediados de la década de 1970 es de aproximadamente de 0,037 grados centígrados al año, en comparación con el promedio de calentamiento de la superficie terrestre en su conjunto, que ha sido de 0,029 grados anuales.
Más calor supondrá menos vegetación, y menos vegetación provocará más calor
El estudio se ha basado en modelos informáticos que, combinados con datos históricos de los últimos 10 milenios ─obtenidos del estudio de registros de polen hallados en diferentes capas de sedimentos que han servido para analizar el impacto de las temperaturas, las precipitaciones y las concentraciones de gases en la atmósfera sobre la flora─, son los mimbres que han empleado los dos investigadores para tratar de predecir la evolución de la vegetación en estos territorios. Y un aumento de cinco grados expandiría los desiertos hacia el norte de España y Portugal.
Según vaya aumentando la temperatura, se reduzcan las precipitaciones y proliferen y se alarguen las sequías, "todo se moverá en paralelo: la vegetación arbustiva sustituirá a los bosques de hoja caduca, y los bosques se retirarán cada vez más al norte y a mayor altitud en las montañas", afirma Guiot. De hecho, es lo que le sucedió, en este caso de forma mucho más lenta y por causas naturales, al actual Sáhara, que hace apenas siete milenios, cuando ya lo poblaba el ser humano, estaba cubierto de vegetación y contaba con agua abundante. La caída de las lluvias y el incremento de la evaporación a causa de las altas temperaturas fueron acabando con la vida sobre su superficie. Pero ahora este proceso podría producirse en apenas unas décadas.
Y estas previsiones aún pueden empeorar: Guiot advierte de que el estudio se ha centrado solamente en la vegetación natural, sin tener en cuenta las áreas donde el ser humano gestiona bosques o cultivos, ni el impacto continuo de los cambios de los usos del suelo por parte de nuestra especie, la urbanización y la degradación del mismo provocadas por las actividades económicas. "Si hubiésemos incluido esos impactos humanos, el resultado sería incluso peor que el de nuestra simulación", advierte el especialista en clima.
Naturalmente, alerta el estudio, ello tendrá unos efectos devastadores sobre la vida de las personas que habitan en la región, a los que los ecosistemas amenazados por la subida del termómetro proporcionan agua limpia, protección contra las inundaciones y un sumidero precisamente para retener dióxido de carbono y evitar que llegue a la atmósfera y contribuya al efecto invernadero. En un perfecto círculo vicioso, más calor supondrá menos vegetación, y menos vegetación conllevará más calor.
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