Desde el pasado 13 de enero más de 80.000 hectáreas han sido dañadas por el fuego
Durante todo el verano y otoño del hemisferio sur, las condiciones climáticas en la isla han sido muy secas. Demasiado. Esto, añadido a que muchos de los incendios se han declarado en zonas remotas y de muy difícil acceso, ha convertido la extinción en una tarea casi imposible. En febrero, el director adjunto en funciones de los bomberos, Jeremy Smith, declaró que la poca lluvia que había caído no era suficiente para extinguir los fuegos. “Si no tenemos unas precipitaciones sustanciales que nos hagan entrar en un ciclo más frío, estos incendios estarán con nosotros en las próximas semanas o incluso meses”, advirtió.
De hecho, más de 80.000 hectáreas han sido dañadas ya por el fuego, buena parte de ellas en zonas declaradas Patrimonio de la Humanidad. Aproximadamente, 20.400 hectáreas de la Reserva Natural de Tasmania han ardido, incluyendo 2.694 hectáreas de vegetación amenazada, con el mayor impacto sufrido por los humedales.
La controversia no se ha hecho esperar. El primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, ha negado el alcance catastrófico de los incendios, aunque numerosas voces claman en contra de esta afirmación. El doctor Grant Williamson, de la Universidad de Tasmania, reveló que más del 14% de la superficie quemada se encuentra en áreas Patrimonio de la Humanidad, y otro 25% en parques nacionales o zonas protegidas.
La mayoría de la valiosa flora se considera ya perdida irreversiblemente ya que, como apunta el doctor Jamie Kirkpatrick, profesor de Geografía y Estudios Medioambientales en la Universidad de Tasmania, muchas de estas especies vegetales no cuentan con estrategias de dispersión de semillas para reproducirse y sobrevivir a los fuegos.
Más frecuentes y violentos
Diferentes grupos ecologistas consideran ya estos incendios como una de las peores catástrofes ecológicas de las últimas décadas. Mucho de los árboles quemados tenían más de 1.000 años de vida y eran vestigios del ecosistema prehistórico del antiguo continente de Gondwana, una de las partes en las que se dividió el supercontinente Pangea hace 200 millones de años.
En cuanto a la pérdida de biodiversidad, la llanura central de Tasmania es hogar de muchas especies vegetales endémicas, entre ellas de cuatro plantas asteráceas que crecen en zonas alpinas de las que son el fundamento de todo el ecosistema. Tanto éstas como el cedro liso de Tasmania o el del rey Guillermo (ambos amenazados) tienen un crecimiento muy lento y se teme que la zona nunca se recupere del todo.
El equipo de Evaluación Rápida de Riesgo en Incendios ya ha empezado a trabajar sobre el terreno y ha redactado un informe donde se señalan las áreas expuestas a mayores peligros, donde se concentrarán más esfuerzos. Por otro lado, el Servicio de Parques y Naturaleza de Tasmania ha iniciado acciones para proteger la zona de la erosión y de las especies invasoras.
La mayor parte de la valiosa flora afectada se considera ya perdida irreversiblemente
Aunque los incendios forman parte de la vida del ecosistema de Tasmania, que tiene plantas que han evolucionado para sobrevivir y aprovecharse de este ciclo, hoy en día son más frecuentes y violentos que antes, y en zonas que habitualmente no se quemaban. Tradicionalmente, los fuegos solían declararse durante el verano y el otoño –entre diciembre y marzo en el hemisferio sur–, y sobre todo en años en los que tenía lugar el fenómeno de El Niño, como el actual.
Entre otros estudios, uno de 2007 de la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Commonwealth (comunidad de naciones del antiguo imperio británico) encontró evidencias de que el cambio climático provocaría temporadas de fuegos progresivamente más largas. Y en 2014, el departamento de Cambio Climático y Eficiencia Energética reveló en otro informe que la “intensidad y la temporalidad de los grandes incendios forestales en el sudeste de Australia está cambiando, con el cambio climático como un posible factor contribuyente”.
El profesor David Bowman de la Universidad de Tasmania avisa: “La pérdida de vegetación que tarda miles de años en recuperarse de una perturbación es una llamada de advertencia sobre el cambio climático, ya que tiene el potencial de favorecer incendios forestales que impactarán la seguridad alimentaria, la calidad del agua y las infraestructuras críticas”.