Las declaraciones de los políticos y los titulares de los medios de comunicación hablan de un "acuerdo histórico", del primer tratado "universal" y "planetario" sobre el clima. El presidente norteamericano Barack Obama, uno de sus principales impulsores, lo ha calificado como "enorme". "Acabamos de hacer algo grande", proclamó el presidente de la conferencia, el ministro de Exteriores francés Laurent Fabius. El comisario europeo de Acción por el Clima y Energía, Miguel Arias Cañete, lo consideró "una gran victoria". "Es el acuerdo más complejo que se ha negociado nunca", afirma la secretaria de la Convención de la ONU para el Cambio Climático, Christiana Figueres.
Y es cierto que, por primera vez, y ya se llevaban 20 frustrantes cumbres de las Naciones Unidas sobre cambio climático, se ha logrado que la práctica totalidad de los países del planeta, los 193 miembros de la ONU más otros dos observadores, incluidos los cuatro más contaminantes, China, Estados Unidos, Rusia e India, que eludieron el Protocolo de Kioto de 1997, se hayan sumado a un compromiso en este terreno, el de mantener el aumento de la temperatura media de la Tierra por debajo de los dos grados centígrados a finales de siglo (respecto a la era preindustrial). La comunidad científica había advertido reciente y tajantemente que superarlo tendría "efectos peligrosos e irreversibles".
El objetivo fijado es que el calentamiento no supere los dos grados a final de siglo
Siguiendo con el análisis de la mitad llena del vaso, también se trata de la primera ocasión que en una conferencia mundial de cualquier clase se admite ya sin ambages que los combustibles fósiles deben ser enviados a la cuneta de la historia, y que al final de la centuria la humanidad debe emitir a la atmósfera menos CO2 y otros gases de efecto invernadero de los que el planeta esté en disposición de neutralizar. Y eso sólo sería posible con un cambio radical de la política energética global, con una apuesta irreversible por las energías renovables. El borrador llegó a incluir un llamamiento a "descarbonizar" la economía mundial, referencia retirada posteriormente por las presiones de los países árabes productores de petróleo.
Sin embargo, y a diferencia del Protocolo de Kioto al que sustituirá en 2020 (y cuyos modestos objetivos nunca fueron cumplidos por muchos de sus firmantes, como es el caso de España), el acuerdo aprobado unánimemente el pasado sábado en Le Bourget a las 19.26, hora local, tras prorrogar 24 horas una cumbre de dos semanas preparada durante un año, no establece objetivos concretos de reducción de emisiones, ni mucho menos mecanismos coercitivos de ninguna clase para obligar a los firmantes a cumplir con las metas que hayan planteado de una manera absolutamente voluntaria.
De momento, 187 países ya han presentado a la ONU sus compromisos nacionales de reducción de emisiones. Según los científicos, incluso si todos los cumplieran a rajatabla, la temperatura global subiría 2,7 grados, una cifra inasumible. El mismo acuerdo de París, que se marca como objetivo los dos grados pero insta a los firmantes a intentar que se queden en 1,5, admite que “se requerirá un esfuerzo mucho mayor”, y la ONU pide a todos los gobiernos que presenten objetivos más ambiciosos en 2018 y que alcancen sus techos de emisiones, antes de dar inicio a su progresivo recorte, lo antes posible.
Jurídicamente vinculante
El documento aprobado en París establece que los compromisos nacionales serán evaluados y revisados cada cinco años a partir de 2020. Eso sí, nunca se permitirá una rebaja de los objetivos ya presentados. Las contribuciones de cada país podrán adoptar formas distintas, desde reducciones de emisiones en términos absolutos a una limitación o freno de su crecimiento respecto a la tendencia seguida en cada momento, o simples mejoras en eficiencia energética. Y el acuerdo señala que los países desarrollados "deberían" (en el primer borrador decía "deben", lo que fue rechazado por Estados Unidos) encabezar este esfuerzo.
Dado que el tratado es jurídicamente vinculante, pero no lo es en este terreno concreto, la consecución o no del objetivo de los dos grados queda en manos de los gobiernos del mundo, hasta ahora más preocupados por las cifras coyunturales de crecimiento y competitividad que por pensar en la salud del planeta que heredarán las generaciones venideras. La referencia concreta a una cifra de entre el 40% y el 95% de reducción de emisiones para 2050 que plantearon algunas delegaciones nunca llegaría al borrador final. "El acuerdo no compromete a los países a reducirlas con la urgencia requerida”, opina José María Vera, director de la ONG de ayuda al desarrollo Oxfam Intermón.
Además de lograr un recorte global de las emisiones, y de sumar al consenso a la totalidad de países, desarrollados o en vías de desarrollo, el otro gran objetivo de la COP 21 de París era crear herramientas financieras para ayudar a los países en desarrollo a dotarse de estructuras productivas menos contaminantes, y a los más amenazados por los efectos ya perceptibles del calentamiento global (subida del nivel de las aguas, sequías, fenómenos meteorológicos extremos) a protegerse de ellos.
Las propuestas nacionales presentadas se revisarán al alza cada cinco años
Un documento anexo establece que los países industrializados deberán aportar 100.000 millones de dólares (90.971 millones de euros) en el año 2020 para ayudar a los países más vulnerables, y recuerda que esa cifra es sólo un “suelo” que se deberá ir elevando hasta el año 2025. Pero tampoco los compromisos de financiación son jurídicamente vinculantes.
“El Acuerdo de París es solo un paso en un largo camino, y hay partes que resultan frustrantes y decepcionantes, pero es un avance. Por sí solo no nos sacará del agujero en que estamos metidos, pero hace que la cuesta para salir de él sea menos empinada”, valora el director de Greenpeace Internacional, Kumi Naidoo.
El tratado entrará en vigor tan pronto como lo hayan ratificado al menos 55 de los países presentes en la COP 21, siempre y cuando los mismos representen por lo menos un 55% de las emisiones totales de gases que provocan el calentamiento global (solamente China, que desde 2008 es el mayor contaminador del planeta, genera el 27%). A partir de ahí quedará en manos de gobernantes y poderes económicos el hacer que el documento de 12 páginas que tanta euforia despertó en Le Bourget y que tantas expectativas ha levantado en todo el planeta no se sume a la ya larga lista de papeles mojados de la historia.
Aunque, puesta al borde del precipicio, la comunidad internacional a veces responde. El de París no es primer gran acuerdo mundial para hacer frente a una amenaza ambiental. Existía un alentador precedente. El Protocolo de Montreal de 1987, que prohibió la producción y el uso de sustancias que dañaban la capa de ozono, la que nos protege de las más peligrosas radiaciones solares, fue suscrito y ratificado por todos los países miembros de las Naciones Unidas y, por fortuna, se cumplió y ha surtido efecto. Esperemos que París siga su ejemplo.
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