La actividad humana no sólo ha inundado de residuos y contaminación de todo tipo las tierras, mares y atmósfera de nuestro planeta. También ha empezado a llenar de desechos las zonas más cercanas del espacio exterior, como la Luna y, especialmente, la órbita terrestre.
Según datos de octubre de este año, además de la Estación Espacial Internacional, el Telescopio Espacial Hubble y de 1.071 satélites operativos (de telecomunicaciones, militares, científicos), orbitan alrededor de la Tierra no menos de 10.000 grandes objetos de todo tipo: fases de vehículos espaciales desprendidas intencionadamente durante su lanzamiento u operaciones, restos de explosiones o colisiones, satélites en desuso o vertidos de combustibles sólidos.
Millones de fragmentos de menos de un centímetro vuelan a 27.000 km/h
Pero esta es sólo la parte más visible del problema. Los cada vez más frecuentes choques entre semejante tráfico orbital (en febrero de 2009 impactaron un satélite norteamericano en activo y uno ruso abandonado) no hacen más que añadir más y más basura a nuestro nuevo vertedero espacial, y cada vez de menor tamaño.
La Oficina del Programa de Residuos Espaciales de la Agencia Nacional del Espacio estadounidense (NASA) tiene catalogados más de 21.000 objetos de más de 10 centímetros, pero hay al menos 500.000 de entre uno y 10 centímetros, y tal vez unos 100 millones de menos de un centímetro. Estos incluyen desde motas de polvo a fragmentos de pintura desprendidos de objetos por estrés térmico o por algún impacto. La Agencia Espacial Europea (ESA) cree que son 29.000 de más de 10 centímetros, 670.000 que superan un centímetro y más de 170 millones de más de un milímetro.
En órbitas bajas, estos objetos viajan a velocidades de vértigo, de unos 27.000 kilómetros por hora (ocho kilómetros por segundo). Con semejante inercia, hasta el más diminuto elemento se convierte en un proyectil letal. Una mota de polvo puede perforar el traje de un astronauta y causarle la muerte. La estación espacial ha tenido que ser especialmente blindada para protegerla de los impactos, y los paseos espaciales resultan cada vez más peligrosos.
La inmensa mayor parte de la basura orbita a menos de 2.000 kilómetros de la superficie terrestre (la mayor concentración se sitúa entre los 750 y los 800). A una altitud de hasta 600 kilómetros, los objetos caen en unos pocos años. A 800 kilómetros, pueden aguantar décadas. Por encima de esta altitud, orbitan durante un siglo o más.
Uno al día cae sobre la Tierra
En los últimos 50 años ha caído sobre la Tierra al menos un objeto catalogado por día, sin causar daños “a seres humanos o a sus propiedades”, destaca la NASA. Los elementos de menor tamaño suelen desintegrarse a causa de la fricción con la atmósfera. De los que sobreviven, la mayor parte caen en el océano; o en zonas deshabitadas como la tundra canadiense o siberiana o el desierto australiano, mantiene la agencia estadounidense.
Los objetos de más de diez centímetros son controlados por la Red de Vigilancia Espacial, dependiente del mando aéreo militar norteamericano, que dispone de una veintena de estaciones de control por medios ópticos o radar en todo el mundo. Una de ellas está en España: el MOSS (Vigilancia Espacial Óptica de Morón, en sus siglas en inglés), ubicada en la base del mismo nombre, en Sevilla.
Algunos de los fragmentos más pequeños, hasta de tan solo un milímetro, son detectados por radares y se hacen extrapolaciones de su concentración por áreas contabilizando los impactos en la superficie de vehículos espaciales a su regreso a la Tierra.
Reemplazar los actuales satélites costaría unos 100.000 millones de euros
La imparable proliferación de estos residuos empieza a resultar una amenaza no sólo para los astronautas y los actuales objetos espaciales. De seguir así, en el futuro, podría incluso llegar a imposibilitar el lanzamiento de nuevas misiones triupladas o nuevos satélites.
Eliminar los objetos y diseñar nuevos aparatos que no incrementen su número es una "necesidad urgente" constatada en la 6ª Conferencia Europea sobre Basura Espacial celebrada la primavera pasada en Darmstadt (Alemania), en la que participaron 350 representantes de agencias espaciales, industria, gobiernos y centros de investigación de todo el mundo.
“El grado de conocimiento que tenemos ahora sobre el problema de la basura espacial es equiparable al que teníamos hace 20 años sobre el cambio climático”, afirma Heiner Klinkrad, director de la Oficina de Basura Espacial de la ESA, quien advierte de que “las medidas para prevenir la generación de nuevos residuos y desorbitar satélites muertos son tecnológicamente exigentes y potencialmente muy caras. Pero no hay alternativa”.
Porque perder o reemplazar el millar de satélites actualmente operativos tendría un coste evaluado en unos 100.000 millones de euros. La ESA ha puesto en marcha el programa Clean Space (Espacio limpio) con el que pretende desarrollar nueva tecnología para capturar restos y sacarlos de su órbita, así como dispositivos activos y pasivos para desorbitarlos y diseños de satélites más sostenibles que dejen de suponer un problema cuando acabe su vida activa.
En uno de los proyectos en curso, de un rayo láser que, disparado desde la Tierra, alejaría pequeños fragmentos de su órbita y los haría caer para desintegrarse en la atmósfera, participa el grupo de Física y Cristalografía de Materiales y Nanomateriales (FiCMA-FiCNA) de la Universidad Rovira i Virgili (URV) de Tarragona.
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